Capítulo 4

Pasé varios días felices a su lado. Era como tener vacaciones de la vida, o, más bien, como empezar a vivirla. Pero también era como un bonito sueño, y yo no sabía si acabaría despertando o podría estar sumergida en él por siempre.

Estábamos casi todo el día desnudos, haciendo el amor dos o tres veces diarias, jugueteando por el bosque y en el lago. Supe que era por la novedad, que con el tiempo me cansaría, por eso intenté disfrutarlo más y mejor.

Al cuarto día se marchó un par de horas, dejándome a solas con mis pensamientos tortuosos. Era oficial, era como si hubiese dejado a Eidan, pero sin decirle palabra alguna. Se las diría, sí, pero cuando lo viese. Y también era oficial que quería vivir con aquel hombre. Pero por otra parte… Casi toda la relación había estado fundamentada en el sexo, en todos los lados, y a todas horas. Y yo me había dejado llevar por él porque estaba tremendo y me había deseado. Y, lo mejor, es que me miraba a la cara mientras hacíamos el amor, con esa furiosa mirada que me derretía, y haciéndome saber que me deseaba. ¿Llegaríamos a algún lado, o tendría que acabar volviendo a mi hogar de cuando era una cría, sola y desdichada?

Rallándome el coco, poniéndome triste, e incluso derramando las lágrimas, sobreviví las horas solitarias hasta que llegó con ropa de mi tamaño, y me dijo:

– Ve a tu casa, y haz las maletas.

Entonces lo miré, algo reticente. Su mirada pasó a la de un ser inocente y tierno y se me acercó, acariciándome, preguntándome qué me pasaba.

– Yo… – fui una cobarde que no pudo decir que lo quería, porque estaba aterrada de que él no sintiera lo mismo. – Me pregunto si lo nuestro llegará a algún lado.

– Sí. Nora, me gustas mucho, me encantas, y yo quiero que vengas a vivir conmigo. Sé que la cabaña es poca cosa para ti. Prometo que encontraremos algo mejor. Tómate estos días como unas vacaciones, luego nos asentaremos, ¿qué te parece?

– Bien.

Me sonrió, y correspondí su sonrisa. Su plan sonaba convincente y demasiado perfecto como para ser real. Suspiré, me encogí de hombros, y me vestí aquella ropa. Me miró, fascinándose por mi cuerpo desnudo. Me gustaba que me mirase de esa forma, a la vez que me avergonzaba y me intimidaba. Parecía una niña pequeña delante de él. A veces me desarmaba, y otras me hacía perder el control. Sentía tanto con él…

– ¿Vendrás conmigo? – le pregunté.

– No, es algo que tienes que hacer tú sola. Estaré por los alrededores. Nos vemos, pequeña.

Sonreí, como una niña tímida, ante el adjetivo que me puso, y entonces volví a mi antigua casa para empacar mis objetos y mi ropa.

Abrí la puerta y miré el interior. Había estado viviendo ahí mucho tiempo, sí, pero… era algo distinto que decir que había vivido muchas experiencias. Caminé escaleras arriba, esperando encontrarme con Eidan. Nada, ni nadie. Que hiciera lo que quisiera, a mí ya me había perdido.

Cogí un par de cajas que tenía debajo de la cama y metí mis cosas. Ropa suelta, mi portátil, algún videojuego, álbumes de fotos, y algún que otro recuerdo más.

– Voy a tener que darme dos viajes… – murmuré, y entonces una voz sonó detrás de mí.

– ¿Dónde coño has estado?

Me asusté, y con el corazón a cien me giré. No era gran cosa, solamente Eidan.

– Me voy de casa. Esto es el fin. – le dije.

– ¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué estás diciendo?

– Que me voy, así tendrás la casa libre para traerte a tus amantes en vez de andar a escondidas con ellas.

Se quedó en silencio, asimilando mi partida. Cogí una caja y me fui, dejándolo paralizado en el cuarto.

– ¿A dónde vas? – preguntó sin mirarme.

– Tú nunca me dijiste a dónde ibas, yo tampoco tengo por qué decírtelo. Luego vuelvo a por la otra caja. – y me fui. Así acababan dos años de relación. Más bien cuatro meses de relación, y un año y medio de mentiras y engaños. Me metí hacia el bosque, sabiendo que él estaba mirándome a través de la ventana. Intenté que no viera mi dirección. Luego volví, algo sucia, para coger la segunda caja.

– ¿Vas a meterte así en casa? – preguntó. Dejé las botas en la entrada y subí descalza hasta el cuarto. – Espera, no… – dijo, agarrándome de la mano.

– Suelta, suéltame. – me zafé de él.

– Por favor, no te vayas.

Alcé una ceja, mirándolo con asco. ¿El gran Eidan, tan mujeriego él, aun siendo un feto, suplicándole a una mujer? Esbocé una pequeña sonrisilla de superioridad y un resoplido. Cogí la otra caja, me calcé, y le dejé las llaves.

– Hasta nunca. – le dije.

– Espera, estaba muy preocupado por ti, ¿dónde estuviste? – me siguió por la calle.

– Vete a casa.

– No, cariño, por favor.

– ¿Ahora soy «cariño»? Vete, deja de arrastrarte tanto.

– ¡Que tú no me dejas! – gritó. Le hería más que fuese yo quien lo dejase que otra cosa.

– Te dejo, y no volveré nunca. – le sonreí y ladeé la cabeza, para hacerlo rabiar.

Se quedó en silencio, abatido por completo. Caminé hacia dentro del bosque, y llegué a la cabaña con Dante esperándome sobre la cama desnudo. Estaba más sucio que yo. Me sonrió y sostuvo mis hombros con sus manos.

– Te adelanté. – me dijo.

– ¿Estuviste presente en la conversación?

– En toda. Y luego corrí hasta aquí para recibirte.

– Hum, ¿y cómo vas a recibirme?

Su pene fue poniéndose erecto.

– ¿Qué tal así? – me preguntó, sonriendo.

– Me encanta. – le dije con voz de viciosa.

Tiré mi caja al suelo y fui a abalanzarme sobre él, pero me esquivó, poniéndome a cuatro contra la cama. Bajó mi pantalón y metió su lengua en mi ano sin previo aviso. Sólo esa acción provocó un gemido en mí incontenible. Estábamos en libertad, podía gritar cuanto quisiera. Me encantaba cuando me lamía el culo. La sacó, y al principio me lamió de arriba abajo, sin introducirla. Luego absorbió mi piel, y fue enterrando su lengua mientras la agitaba. Dejó de absorber y me penetró con toda su lengua hasta donde cupo. Tal acto humedeció mi vagina. Con dos dedos suyos la penetró, pero sólo las yemas, para ir ensanchándola. Se concentró en lamerme el culo. Pasó su lengua por mis nalgas y volvió a penetrar el agujero, aquella vez con movimientos rápidos, sacando la lengua y metiéndola con una rapidez impropia de un mortal. Parecía vibrar. Yo no dejaba de gemir y de gritar su nombre. No podía contenerlo. Apreté las sábanas a las que me aferraba, hasta que llevé mi mano derecha al clítoris, jugueteando con él para aumentar el placer. Luego cesó su frenesí con su lengua. Creí que había parado cuando empezó a sacarla y a meterla como si me estuviera penetrando con su pene. Me dio mayor morbo, y deseé que lo estuviera haciendo con su polla. Moví mis caderas para restregarle el agujero por la cara. Entonces introdujo dos dedos suyos y siguió lamiéndome, más despacio pero más placentero, pues movía sus dedos con suavidad y pasión. Mi agujero fue ampliándose. Los dedos que tenía dentro de la vagina se introdujeron más dentro, tocando mi punto G, provocándome ganas de eyacular. Entonces detuvo toda actividad sexual. Miré hacia atrás para ver qué estaba sucediendo. Iba… Iba a penetrarme por el culo.

Sólo me rozó con su glande y sentí que me iba a doler. Era demasiado gordo para mí. Aguanté un poco, porque no quería fastidiarle sus deseos, pero según lo metía el dolor aumentaba. Contuve un grito, mordiéndome el labio, y una pequeña lagrimilla se me escapó del ojo. Lo retiró con suavidad, y me fui sintiendo más aliviada hasta que volvió a meterlo. Otra sacudida de dolor por el cuerpo. Yo había dejado de disfrutar para agarrar con todas mis fuerzas las sábanas, pero pasados dos minutos, el dolor fue desvaneciéndose, para sentir un placer indescriptible. Era una especie de… relajación, de placer que daba escalofríos y estremecimientos. Sentí un algo subiendo por mi espalda hasta mi cabeza, relajándome entera, y haciéndome chorrear por la vagina. Con mis fluidos humedecí mis dedos y seguí tocando mi clítoris.

– ¿Cuánto has metido? – le pregunté, sintiendo todo mi ano inundado.

– Sólo la punta.

– ¿Sólo la…? – iba a decir cuando la metió entera. – ¡¡¡OHHH!!! – grité irremediablemente, llenándome con su gran polla dentro de mí. Me dolió unos segundos, cuando él empezó a gemir como un loco. Le estaba encantando follarme el trasero. Entonces lo disfruté el triple.

– Ahora la mitad. – me dijo.

– ¡¿Qué?! – pregunté, asustada. Creía haberla tenido entera dentro, y aún estaba sólo la mitad. Fue haciéndomelo, embistiéndome, al principio con suavidad, luego con fuerza, al ver que no me dolía. – Quie… – iba a decir. – Quie-quiero más… – balbuceé, viciosa y con ganas de todo él. Entonces la introdujo por completo, haciéndome explotar de placer. Apenas estuvo penetrándome un minuto con todo su falo que me corrí, llegándome un orgasmo como nunca antes había tenido. Era distinto a los demás. Grité, escuchándome todo el bosque cómo estaba retorciéndome de placer. Entonces él siguió unos segundos más hasta que empezó a eyacular dentro de mi culo. Me agarró del pelo y tiró de mí. Sus muslos chocaron con mis nalgas, acarició mis senos, mordió mi cuello, y no pudo evitar gemir:

– Oh, Dios… Nora, Dios… – dijo mientras se corría, descargando todo lo que llevaba dentro de mí.

– Dámelo, Dante, dámelo todo. – le dije al sentirlo. Siguió penetrándome hasta que de gemir, pasó a rugir. Era mi bestia. Rugió echándome su aliento en mi nuca, provocándome más placer, acabando de correrse. Sacó su pene, cayéndome el semen por las piernas. Me giré y lo besé, y entonces me dijo, contrayendo el rostro al de un ser inocente.

– Te… quiero.

Sus palabras impactaron tanto en mi alma que no pude evitar contestarle de inmediato:

– Te quiero. – y nos besamos hasta quedarnos dormidos sobre la cama.

 

______________________________________________

Siguiente

©Copyright Reservado

Libre distribución sin fines lucrativos mencionando página y autor

Prohibida su venta

Leer éste, y más capítulos, en: https://romanticaoscuridad.com/glosario-libros-gratis/relatos-eroticos/mi-hombre-lobo

 

One Response

Add a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *