Capítulo 3

– No tengo a dónde ir. – le dije, tumbada a su lado. Me acarició el hombro y me dijo:

– ¿Quieres venirte conmigo? Vivo en una cabaña dentro del bosque.

– El bosque a estas horas… ¿no será peligroso?

– Todo el mundo es peligroso, querida mía.

– ¿De verdad quieres llevarme contigo?

– Claro… – dijo apartándome con suavidad el pelo que caía por mi frente. Me sonrió y besó mis labios. Cerré los ojos cuando lo hizo, transportándome a un mundo donde me sentí amada y deseada; donde me sentí yo misma. Al abrirlos ahí seguía él con su sonrisa embaucadora y pícara. Deslicé mi dedo entre sus pectorales y le succioné un pezón. De pronto me di cuenta de lo que estaba haciendo y me puse colorada. Me invadió una sensación de vergüenza que no pude soportar. Me coloqué la ropa y me dispuse a irme, cuando me sujetó del brazo. Mis ansias sexuales habían pasado y mi mente volvía a ser la que era. Me había dejado llevar por mis instintos animales más básicos, y eso no podía seguir así. Acercó su boca a mi oído y me dijo:

– No hay nada malo en lo que estamos haciendo.

– Sí lo hay, porque yo amo a otro hombre… – dije, mintiéndole, mintiéndome.

– Si así fuese, estoy seguro de que no sería con el que vives. Veo rotura en tus ojos. Veo flaqueza. Veo desestabilidad. Veo desengaño, desamor. Veo dolor. Y ahora tú te vas a venir conmigo.

– ¿Qué? ¿Por qué?

– Porque me deseas. – dijo, dándome media vuelta y apretando su cuerpo contra el mío, volviendo a besar mis labios. Al separarnos me rugió, contrayendo su cara. Era cierto. Lo deseaba como no había deseado nunca antes a nadie. Me agarró en brazos, algo difícil, y me llevó hasta el bosque, procurando que yo no me tropezase. Esquivó árboles, charcos de barro, y zarzas peligrosas. Todo a oscuras. No lo pude creer. Yo me habría caído hacía rato. Menos mal que estaba encima de sus brazos, cuyas manos rozaban partes íntimas mías.

Llegamos hasta la cabaña que él me había dicho, construida con madera. Era sencilla y pequeña, perfecta para pasar unas vacaciones, por lo que dudé si yo sería capaz de vivir allí. Entramos. Era de una sola planta. Tenía dormitorio, cocina, y baño, sólo que le faltaba ducha. Nada más. Me posó sobre la cama y me miró a los ojos, sonriendo, ilusionado por tenerme junto a él.

– ¿Puedo bañarme? – le pregunté.

– No tengo bañera.

– ¿Dónde te lavas?

– En el lago.

Era tan… salvaje… que me asustó. ¿Sería capaz yo, una chica normal, de encajar en su vida? ¿Me había ido ya a vivir con él? ¿Se podría considerar que éramos pareja?

Se tumbó a mi lado y estuvo acariciando mi cuerpo, intentando apagar mis dudas con sus labios, pero yo no podía parar de pensar en la locura que estaba cometiendo. Entonces, sin darme cuenta, sus labios ya se encontraban en mi cadera, bajando por mis muslos, quedándose a escasos centímetros de mi vagina. Estaba segura de que olería mal debido a todo el sexo que habíamos mantenido, por ello necesitaba limpiarme, pero él no se cortó ni un pelo. Parecía ser que cuanto peor oliera, más le atraía. Se acercó al clítoris y su cálida respiración lo rozó. ¿Sería para él sólo una aventura, y ya estaba viviendo bajo su techo? ¿Me utilizaría, como hizo Eidan? Él se dio cuenta de que estaba muy tensa, y con sus fuertes dedos acarició mi piel. Sacó su lengua y con la punta rozó mi clítoris, temblándome el cuerpo. Lo movió en círculos muy lentamente. Mientras la excitación aumentaba, las dudas disminuían. Supe que en cuanto calmase mis ansias volverían a mí, que no estaba en el deseo sexual la respuesta a dudas existenciales del corazón. Pero aquel hombre sabía cómo apagar mis pensamientos. Supo conquistarme en todos los sentidos. Introdujo su lengua con mucha lentitud en mi vagina, y dentro lamió mis cavidades. El músculo más elástico del ser humano dentro de mí, otorgándome placer. Sentí fuertes sacudidas de calor por todo mi ser. Entonces no lo pensé más. Lo aparté y fui yo quien tomó el mando. Besé su cuello, sus pectorales. Lamí sus pezones con la misma suavidad que él había lamido mi clítoris. Los moví en círculos, y luego bajé por sus abdominales hasta su cadera. Bajé por la fina línea que lo llevaba hasta su pene, ya erecto, y con la punta de mi lengua lamí su glande. Lo movió, deseando más, pero no iba a dárselo.

Tenía un olor fuerte, a mi vagina por las penetraciones anteriores, lo cual me atrajo. Con mi lengua saboreé todo su pene. Desde el escroto, hasta la punta. Su sabor llenó mi paladar. Era adictivo para mí. Cuanto más lo degustaba, más lo quería. Necesitaba metérmelo dentro de la boca, pero no era el momento. Tenía que hacer que su deseo por mí aumentase.

El sabor de mi vagina, conjunto al de su pene, llenó mi boca. Relamí todo mi interior con saliva, y luego la tragué. Me gustaba. Luego expulsé mi cálido aliento sobre su pene, impregnado con mis babas, y lo movió más. Me necesitaba. Di varios lametones en la punta de su pene, mientras que con mi mano derecha le fui bajando y subiendo la piel. Me agarró del pelo con fuerza, incapaz de contener mucho más. Quería provocarlo. Quería que me tomase por la fuerza. Pero no a mí, sino mi boca. Seguí tentándolo, bajando a su escroto y succionando un testículo mientras lo masturbaba. Se le escaparon varios gemidos. Entonces incrementé el ritmo de mi mano que lo masturbaba, y la paré. Incrementé, y paré. Su respiración se entrecortaba según las sacudidas que yo iba marcando. Soltó mi nuca para agarrarse a las sábanas. Iba a correrse. En ese momento dejé de tocarlo para seguir lamiéndolo con lentitud. Por fin lo provoqué tanto que me agarró de la nuca, me tumbó contra la cama, y penetró mi boca con necesidad, pasión, y erotismo. Su pene me llenaba, y yo elevé mi lengua dentro de mi boca cuando lo retiraba para que así sintiera más placer. Al tenerlo dentro de mí, lo lamía, y cuando lo sacaba lo acariciaba con mis labios. Rugió como nunca antes lo había hecho. Era una bestia, y yo no dejaba de darle placer. Me retiré hacia atrás, mirándolo mientras me mordía el labio inferior y lo masturbaba. Puse mi dedo índice en su glande, para que tuviera la misma sensación que tendría si estuviera penetrándome. Con lo húmedo que tenía su pene y lo cachondo que estaba, estuvo a punto de correrse, cuando apartó mi mano y me metió su polla en mi boca, eyaculándome por dentro. En vez de atragantarme, lo saboreé con la lengua, tragándolo sensualmente, y dejándolo completamente limpio. Le di unos cuantos besitos más con ternura en el glande con mis labios, y volvió a salpicarme con su semen. Luego él quiso devorar mi vagina, pero se lo negué. No quería que me complaciese. Así estaba bien el día. Me dio un par de pañuelos para limpiarme, y se tumbó a mi lado. Estaba sucia, sudada, pegajosa, con semen tanto dentro de mi vagina como de mi boca, garganta, y estómago. Me había comportado como una puta total, y más aún con un hombre desconocido. Y eso me encantó…

Pero, ¿qué más hacer? ¿Convivir con él en mitad de un bosque? Yo no soportaba los mosquitos, y alguno zumbó por encima de nosotros, quitándome el sueño. Él se dio cuenta, y no dudó en buscarlos para matarlos. Luego volvió a rodearme con sus brazos, y durmió. Tenía una cara tan dulce al dormir que contrastaba con su ferocidad estando despierto. Acaricié su cuello y pareció ronronear del gusto. Sonreí, como una niña tonta. Le di un beso, y sin darme cuenta ya me había quedado dormida.

Tuve un amanecer precioso a su lado. Me despertó con besos y caricias, con roces que sólo él sabía hacerme. Apenas unos días con él, y ya empezaba a enamorarme. Eidan se iba diluyendo en mi recuerdo como una anécdota pasada y absurda. Dante me miró con sus ojos negros, y me cogió en brazos, llevándome hasta el lago. «¡No, no, no!», le gritaba. «¡No sé nadar!», me asusté. Se lanzó de todos modos, y flotó, llevándome a mí a sus espaldas. Su fuerza debía de ser inhumana para poder llevarme a mí a cuestas. Mordisqueé su oreja, y chapoteó por el agua, que al principio estaba helada, pero luego mi cuerpo se acostumbró y la encontró cálida y acogedora. Estuvimos jugando en el lago, bañándonos desnudos, en sintonía con la naturaleza. Los insectos dejaron de molestar para ser testigos de nuestro amor. Algún que otro pez pasaba por allí, pero nos esquivaba al vernos, respetándonos. Sólo éramos dos humanos sonriendo, jugando, haciendo el bobo, besándonos con suma pasión, y enamorándonos, percatándonos de ello, y permitiéndolo. Era maravillosa la vida a su lado. Me había otorgado una nueva visión de ver el mundo. Y, lo más importante, me hizo sentir cosas que nunca creí que pudieran ser reales, sólo desvaríos de escritores bohemios, o de guionistas soñadores de películas. No era sólo por el sexo, aunque al comienzo hubiera sido así. Era algo más. Si mi cuerpo se había dejado llevar por él, es que en el fondo de mi alma sabía que era lo correcto y que lo necesitaba. Podía haber sido un error; no habría sido el primero, pero parecía ser que el haberme entregado tan rápido a él sólo lo había hecho todo más mágico y especial.

Nos subimos a una pequeña isla en mitad del lago, donde estuvimos besándonos con pasión. Mi cuerpo volvió a encenderse. Él me sonrió. No parecía tan excitado como yo, no al menos su fruto salvaje. Bajó su dedo izquierdo por mi espalda hasta acariciar la entrada a mi ano. Tenerlo tan cerca de esa zona erógena humedeció mi vagina y me provocó escalofríos. Luego, con la otra mano, acarició mi clítoris, y a su vez estuvo besándome el cuello, succionándolo. Con movimientos suaves mis ansias de él aumentaron, y entonces lo hizo con salvajismo. De forma brusca, pero medida para no hacerme daño, penetró mi ano con dos dedos suyos, luego mi vagina con su pene, y siguió masturbándome el clítoris. Me estaba haciendo todo. Besé sus labios, y ya no tuve agujero sin tapar. Nuestras lenguas se mezclaron como torrentes de agua furiosos, y su pene incrementó la velocidad. Al sentir placer tanto atrás como delante, no pude contener el orgasmo, que llegó en cuestión de pocos minutos. Grité su nombre en mitad del bosque, desfogándome al hacerlo. Él no se corrió dentro de mí, lo que me hizo desearlo aún más. En su lugar, se retiró el pene y comenzó a masturbarse. Ver su grueso pene siendo masturbado por su robusta mano me encantó. La piel bajaba y subía, y comenzó a gemir mi nombre mientras su semen salpicaba todo mi cuerpo. Cálido, fue bajando por mis pechos hasta mi ombligo. Cogí un poco con la mano y me lo llevé a la boca. Sabía ácido aquella vez, no me gustó tanto como por la noche, pero aun así relamí mis labios al tragarlo. Ya era una adicta, sin duda.

Volvimos a bañarnos en el lago, y luego fuimos a su casa. Ya me iba empezando a acomodar allí. Dentro de poco empezaría mi vida con él, pues pronto volvería a casa a por mis cosas.

 

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