Un mal día, mientras Amaterasu se hallaba cosiendo ropas para otras deidades, Susano’o lanzó un caballo al que había desollado el cual destrozó el tejado de la sala donde la diosa y sus ayudantes tejían. Una de éstas se asustó tanto que sin querer se pinchó con la aguja y por ello falleció. Amaterasu también quedó tan espantada y horrorizada que se aisló escondida en una cueva, tapando la entrada con una piedra gigantesca. Al no estar la diosa Sol en el mundo, éste quedó sumido en una profunda oscuridad y en el caos. Entonces, se formó una asamblea de ochocientos dioses para poder encontrar la manera de sacar a Amaterasu de la cueva. Llegaron a la conclusión de que la única forma era incitando su curiosidad, por lo que la diosa de las fiestas, Ame-no-Uzume, trazó un plan. Dejó un espejo de bronce en un árbol, enfrente de la cueva donde se escondía Amaterasu. Después, Uzume se cubrió con hojas y flores y tiró una tinaja de barro para bailar sobre ella, haciendo ruido con los pies sobre la tina. Al final, la diosa se deshizo de todas las flores y bailó desnuda. Los dioses hombres se rieron a carcajadas. En ese momento, Amaterasu se asomó para ver, escapándose un rayo de luz llamado «amanecer» y se deslumbró por su reflejo en el espejo. Mientras se hallaba cegada, el dios Tajikawa la zafó y tiró de ella, obligándola a salir y bloqueando su entrada para evitar que volviera algún día a esconderse. Gracias a que estaba rodeada por la festividad, Amaterasu dejó de estar deprimida y accedió a iluminar de nuevo el mundo. Desde entonces, uzume fue reconocida como la diosa del amanecer así como la de la festividad.

Se le confió el espejo al primer Emperador de Japón, descendiente directo de la diosa, como prueba de su divino poder.

 

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