Después de que Izanami falleciera, Izanagi ansió perseguirla en su viaje hacia Yomi, el mundo de los difuntos, mas le resultó tarde. Al llegar, vio que Izanami ya se había alimentado en Yomi, lo cual imposibilitaba su regreso a la vida. Ella le pidió a su marido que esperase con paciencia mientras intentaba convencer al resto de deidades su resurrección, mas Izanagi no atendió a razones. Rompió una punta de la peineta que portaba y acto seguido se adentró en la sala. Lo que halló fue una imagen terrible: gusanos retorciéndose en el cuerpo podrido de Izanami. Entonces, espantado, huyó del lugar. Ella, enfadada, mandó brujas y fantasmas de Yomi, pero Izanagi fue capaz de darles esquinazo con su magia. Al estar llegando al límite del mundo de los muertos y vivos, Izanagi lanzó tres melocotones que encontró a los que lo perseguían, consiguiendo ahuyentarlos. Cuando por fin llegó a la frontera que separa el mundo de los muertos del de los vivos, Izanagi lanzó a sus perseguidores tres melocotones que allí encontró, retirándose las brujas y fantasmas a toda prisa. Al final, fue Izanami quien persiguió a su marido. Interpuso una roca gigante en el lugar al que se podía acceder a Yomi, llegando su mujer hasta el otro lado, desde donde le habló: «Oh, amado marido, si te comportas de esta manera haré que mueran cada día mil de los vasallos de tu reino», a lo que Izanagi le respondió: «Oh, mi amada esposa, si harás tal atrocidad, yo haré que nazcan cada día mil quinientos». Acabaron llegando un acuerdo para mantener la balanza de nacimientos y fallecimientos diarios. Ella le pidió que debía aceptar que hubiera muerto, y él le dijo que nunca volvería a visitarla. Es cuando dieron por acabado su matrimonio. Debido a esta separación, trajeron la mortalidad a todos los seres vivos.

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