Izanagi comenzó a purificarse de la corrupción a la que se había visto expuesta cuando descendió hacia el mundo inferior para visitar a su esposa. Acudió a una llanura al lado de la desembocadura de un río y allí se desnudó por completo. Por cada prenda y objeto que se retiraba, al caer al suelo nacía un dios. Así fueron creándose mientras Izanagi se introducía en el agua para purificar su cuerpo. Para finalizar, al lavar su cara se crearon los dioses más importantes en la mitología japonesa:
– Amaterasu (encarnación del sol) de su ojo izquierdo.
– Tsukuyomi (encarnación de la luna) de su ojo derecho.
– Susano’o (encarnación del viento o de la tormenta) de su nariz.
Izanagi tomó en ese instante la decisión de segmentar y otorgarles el mundo a sus hijos. De esta manera, le dio a Amaterasu la responsabilidad del cielo y del Sol, a Tsukuyomi la de la noche y la Luna y a Susano’o la de los mares. Sin embargo, éste aseguró que prefería descender al mundo inferior junto a su madre, por lo que Izanagi lo exilió y después se marchó del mundo para vivir en el Cielo.
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