Es familiar del Trastolillo. Es un duende pequeño y moreno, cara circular, nariz larga y afilada, de ojos azabache y pelo dorado. Posee una voz ronca, casi iracunda, cuando en verdad es un duende risueño y alegre. Viste una zamarra roja. De calzado lleva unas sandalias de piel amarillas. Se mueve de forma tosca e impertinente y parece que siempre está corriendo. Lleva consigo una onda de murciélago colgada al hombro izquierdo, la cual utiliza para defenderse de las fieras. Les arroja un hueso de cereza, acertando en mitad del hocico causándoles la muerte. También lleva consigo un catalejo en su mano derecha que usa para ver a la lejanía, incluyendo días de niebla y noches oscuras.

No tiene un hogar concreto, sino que alterna entre las copas de los árboles, los campanarios o cima de los montes.

Leyendas y creencias: A este ser también se le conoce como «buscador milagroso» o “duende de las cosas perdidas”. Es normal que cuando a un cántabro se le pierde algo querido, invoca al duende zahorí para buscarlo a través de la siguiente rima:

«Duende, duende, duendecito,

Una cosa yo perdí,

Duende, duende, duendecito,

Compadécete de mí».

En el caso de que la persona que lo llama es buena y honrada, el duende aparece con rapidez y pide la descripción del objeto mediante señas, pues no habla con nadie. Tras conseguirla, busca el objeto con su catalejo, y cuando lo halla le pide a la persona con gestos que lo siga. Sin embargo, en lugar de llevarlo directamente va dando un rodeo para comprobar que la persona confía en él o, en cambio, comienza a impacientarse y a dudar. En tal caso, el duende se marcha, volviendo más tarde para recuperar el objeto para sí y llevárselo a algún necesitado. Si quien llama es un anciano o un niño, carga en hombros con ellos, pues a pesar de su tamaño posee una fuerza maravillosa, y los lleva hasta el objeto perdido. En el caso de que quien lo invoca es una persona adinerada, le pide después una propina que utiliza para donarlo a los mendigos que se encuentra.