Capítulo 5

Sus besos me despertaron. Sus fuertes labios recorrían mi cuerpo. Pero ya no tenían el salvajismo que lo caracterizaban. ¿Qué era? Estaba besándome… con ternura; con muchísima ternura. Eran besos suaves posándose sobre mi piel. Empezó en mis labios, y fue bajando con dulzura por mi cuello, por mi pecho, por mis senos, por mi tripa, en mi ombligo, y en mi cadera. Mientras me besaba, sus robustas manos me acariciaban, primero las mejillas, luego los brazos, hasta acabar en mis nalgas. Yo estaba bocarriba en la cama, y él encima de mí. Entonces deslizó su lengua desde abajo hasta mis labios, dejándome empapada de su saliva. Sentí mis fluidos vaginales calándome los muslos. Introdujo su pene dentro de mí, llenándome una sacudida de fuego por todo el cuerpo. Se me abrieron los ojos, asombrándome. Entonces me rodeó con sus brazos, y me abrazó. Me aplastó en su torso mientras me penetraba. Aquello ya… no era sexo. Aquello era amor.

Sentí el calor abrasador de su cuerpo. Las penetraciones tan dulces que me procuraba. Me llenaba la vagina, sí, pero también el espíritu. Nunca me habían hecho el amor de semejante forma. Me miró a los ojos mientras gemía mi nombre, soplándome con su aliento en susurros. Lo rodeé con mis manos y agarré sus hombros. Manoseé toda su espalda y gemí también su nombre. Me estaba encantando.

Una explosión de sentimientos dentro de mí me inundó. Era amor como nunca antes había sentido. El sexo dejaba de ser un entretenimiento, o una diversión. Dejaba de ser una necesidad, una tentación, para convertirse en algo íntimo y acogedor. Cada sacudida no solamente me llenaba de placer, sino de amor. Estábamos desnudos por completo, el uno con el otro, tanto física como espiritualmente. Me estuvo haciendo el amor hasta que los dos llegamos al orgasmo, casi a la vez. Sentí su semen llenándome por dentro, y en ese momento comprendí que los dos nos amábamos. Que de la noche a la mañana nos habíamos enamorado. Que ya no importaba nada más que nuestras miradas coincidiendo y nuestros cuerpos arropándose.

– Te amo. – le dije en casi un silencio.

– Te amo. – me dijo él, mientras apartaba un poco de pelo que caía por mi frente. Me besó, y nos quedamos abrazados, el uno al otro, mientras nos transmitíamos los sentimientos. Nunca me había sentido así. O, si alguna vez lo había sentido, ya se me había olvidado. Enterré mi cabeza entre sus brazos, apoyada en su pecho, y nos volvimos a quedar dormidos.

La situación de ensueño que se había creado fue interrumpida por una llamada a mi móvil, guardado en una de las cajas. Me froté los ojos, y retiré el celo de la caja. La llamada cesó. Vi quién había sido. «Eidan». Puse el móvil en silencio. Me percaté de que había metido alguna foto nuestra de cuando estábamos juntos. Alguna forma para intentar recuperarme, supongo. No le di importancia, pero Dante las vio.

– ¿Lo sigues amando? – preguntó, algo triste.

– ¿Qué? No, ¡no! – dije yo, abrazándolo. – No pienses mal. Esto ha sido él, que me lo ha metido porque sabe que paso. ¿Recuerdas que hice dos viajes? Una caja la dejé con él.

– Hijo de la gran puta. – dijo, recuperando la ferocidad que lo caracterizaba. Sus músculos se tensaron, así como la vena en su frente. Me encantaba verlo enfadado. Le daba un aire realmente masculino.

El móvil volvió a sonar. Otra llamada de Eidan. Dante, entonces, me instó a cogerlo.

– Qué quieres. – le dije, enfadada.

– Hola, mi amor, ¿dónde estás? – me hablaba con más ternura que de costumbre. Ahora, que estaba sin mí, empezaba a apreciarme.

– No te… – pero entonces Dante me arrebató el móvil, con un cabreo monumental.

– Está conmigo, y si tienes algún problema, te vienes al bosque y lo hablamos. – y colgó. Intenté acariciarlo para calmarlo, pero estaba muy alterado. Tanto que incluso gruñía.

– ¿Qué te pasa? – le pregunté, triste.

– Pues que… Eres una gran mujer, y pensar que él te ha tenido me… enerva. Quiero matarlo.

Empezó a asustarme cuando me dijo tal frase, pues se le veía muy convencido. Intenté calmarlo, pero parecía no haber forma. Cogió una de las fotos que tenía y la partió por la mitad. Luego, se cebó destrozando la parte donde salía la cara de Eidan.

Los pajaritos cantaron, y un viento se levantó. Una hoja arrancó y la posó en la ventana. Me quedé mirándola, y Dante entonces me dijo:

– Hoy… es luna llena.

– Me encanta la luna. – dije yo, embobada mirando a la hoja, la cual se había trabado y luchaba por seguir volando junto al viento.

– No es eso. Es que… hoy no voy a poder estar junto a ti.

– ¿Por? ¿Qué sucede?

– Soy… un hombre lobo. – me dijo con semblante serio.

– Sí, claro, venga ya. – le dije, riéndome. Pero seguía serio, y la risa pasó a ser terror. – ¿Qué dices?

¿Estaba loco? ¿Se le había ido la cabeza? En ese preciso momento me di cuenta de que apenas lo conocía. No sabía ni cuándo nació, ni su historia, ni sus anteriores parejas, ni su color favorito, o su comida favorita. Todo lo que habíamos comido hasta entonces era carne, carne, y más carne, aparte de a nosotros mismos. Ni tampoco él sabía nada de mí. Me separé de él, reticente. Me miró con cara de corderito degollado y me dijo:

– Lo siento por ocultártelo. Sé que no me crees, pero no puedo hacer nada. No quiero que me veas siendo un lobo. Si lo haces, te asustarías, y dejarías de quererme, si es que no lo has dejado de hacer ya. Cuando te vi por primera vez pensé: vaya mujer. Me encantaste. Tienes un cuerpo de mujer como el que yo quiero. Todas creen que deben de estar delgadas. Se equivocan. A mí me gusta tu tipo de cuerpo. Entonces te hablé. Tenías pareja, pero yo supe, por tu mirada, que él no te quería, y decidí conquistarte de la única manera que sé: con mi cuerpo. Pero nadie ha amado mi alma. Yo te amo, y tú dijiste que también, por eso no quiero seguir ocultándolo.

Sus palabras calaron hasta lo más profundo de mi ser. Lo abracé y le pedí que me contase toda su vida, toda su historia, ante mi perplejidad y mi estupefacción.

Había pertenecido a una tribu, hasta que se volvió un lobo solitario, me dijo. Yo seguía sin creérmelo. Hice esfuerzos, pero mi mente pensaba: «está loco, te va a matar»; cuando yo sólo quería comprenderlo y quererlo. Tenía más miedo que amor dentro de mí. Pero me hablaba como una persona normal, convencido de todo lo que decía. Por momentos me planteaba como verdad sus palabras. Pero… el miedo no se iba de dentro de mí. O estaba loco, o…

Me desbarató preguntándome por mi vida. Sin darme tiempo a pensar todo lo que él me había dicho con total naturalidad, me lanzó la pregunta de: «¿y qué me cuentas sobre ti?».

¿Qué decirle? Mi familia me presionaba para sacarme el sustento e irme de casa, y me fui con el payaso de Eidan, porque al principio todo parecía muy bonito, pero resultó ser un infiel, estafador y mentiroso de mierda. Y en ese momento me di cuenta de que ni en los episodios de mi vida más felices con Eidan había estado tan a gusto como con los que tuve con Dante. Lo abracé, y le dije:

– Aún no puedo creerme tu historia.

– Lo sé, pequeña, lo sé.

Peinó mi pelo, y me besó.

– Esta noche lo verás. No pierdo la capacidad sobre mis actos al ser lobo. Me vuelve más… agresivo, y me cuesta controlar mis impulsos, pero en el fondo sigo siendo yo.

– Estoy nerviosa.

– ¿Por qué?

– Porque todo lo que me hayas contado sea verdad. Para mí esto es como un cuento. Tú eres el príncipe que me ha rescatado, y yo soy tu mujer. Quiero vivir contigo, porque te amo. Pero me dices eso y yo…

– No sabes si creerme. Te lo he dicho muy de súbito. Y luego, además, cuando veas que es cierto, tendrás que lidiar con tus sentimientos dentro de ti si me aceptas o no. Perdón por contártelo de esta forma. Intentaré hacerte feliz, y demostrarte que soy sincero contigo, y que te amo.

– Te amo… – le dije, con la angustia dentro de mí. De un segundo a otro me soltó aquella bomba. ¿Quería, con ello, justificar todo lo feroz que era? Viéndolo de la manera que yo lo estaba viendo en esos instantes, parecía un hombre tierno en busca de cariño y comprensión, no un lobo temible. Lo amparé entre mis brazos, y calmé sus miedos con besos y caricias.

La hora del ocaso se acercaba, y la luna ya había aparecido en el horizonte. Al alcanzar el punto más alto en el cielo, Dante se transformaría, para aullar a la luna y corretear por el bosque. Eso me dijo, y eso intenté creer, pero no hubo manera. Algo dentro de mí me lo impedía.

Pero no sé qué sucedió, que de entre la espesura del bosque una figura fue asomándose a través de la ventana. De un momento para otro las nubes taparon a la luna. Dante dijo que no importaba que se la viera, porque seguía estando ahí, y su condición de lobo estaba vinculada a la posición que ella tenía respecto a la Tierra. Pero eso no me preocupaba, sino lo que había visto al fondo. Entonces mi amado comenzó a olisquear el ambiente. Arrugó el entrecejo, y me pidió que me agachase. Apagó las luces de la cabaña, y se posicionó junto a la puerta. Me dijo que era mi ex, que estaba buscándonos. Lo miré extrañado, y la sombra surgió mirando por la ventana. Un escalofrío me sobrecogió. El frío invadió mis huesos. Estaba aterrada. Dante caminó pasito a pasito, agazapado, preparándose para emboscarlo si intentaba entrar. Me fijé en la cabeza de la sombra. Era cierto, era Eidan. Lo había reconocido por el olor. Sus historias comenzaban a tomar verdad en mi cabeza, y el miedo se apoderaba de mí. Mi hombre me dijo:

– Creo que lleva un arma, por el peso de sus pisadas al andar, y por un sonido que roza su ropa.

– Yo no oigo nada…

– Tenemos el oído más desarrollado que los humanos, aunque no tanto como otros seres.

– Ah, que hay más… – dije yo, sudando. Caminó con lentitud hasta otra de las puertas que daban hacia fuera, y esperó que Eidan intentase entrar. Éste, lentamente, giró el pomo, asomó una pierna, luego la otra, y apareció la escopeta. ¿Era eso amor, Eidan? ¿Venías a matarme? ¿A matarlo a él solamente? ¿A matarnos a ambos? ¿Qué pretendías, maldito idiota posesivo? Yo ya no era tuya. Yo era de…

– ¡Dante! – grité cuando éste se abalanzó a por Eidan. ¿Qué iba a hacer? Le arrebató la escopeta de un movimiento, lanzándola al otro extremo de la habitación, y se enzarzó en una pelea con él. Le pegó un puñetazo en la cara que lo tumbó al suelo. Luego un rodillazo en el mentón, saltándole algún diente, y después lo agarró de la camisa que llevaba, alzándolo.

– ¿Qué coño haces viniendo aquí? – le preguntó.

– Esa puta volverá conmigo… – dijo Eidan, y entonces le disparó en el abdomen. Se había sacado una pistola de la cintura. Dante se retorció de dolor. Se agachó, doblándose. – ¿Vas a retarme ahora? – le preguntó Eidan, prepotente. Entonces no lo pensé dos veces. Cogí la escopeta y le apunté. Disparé, pero el retroceso desvió la bala, simplemente asustándolo, obligándolo a agacharse. Por un momento pensé que me mataría. No fue así…

Mi amado se levantó del suelo, con los ojos amarillos de color ámbar, gruñendo, mostrando unos dientes fieros. Estaba… ¡estaba transformándose! ¡Todo lo que me había dicho era cierto!

Estaban empezándole a crecer garras en vez de uñas. Se las clavó en la tripa a Eidan, y éste expulsó un borbotón de sangre sobre el suelo de madera de la cabaña. Poco a poco fue desgarrándole la tripa, y la vida de Eidan fue apagándose en las manos de Dante.

Yo me hallaba espantada y a punto de desmayarme. Entonces Dante me dijo:

– Vete…

– No, no me voy a ir. – dije con lágrimas de mis ojos escapándose, pero con determinación. Me acerqué a él para abrazarlo, pero me apartó.

– ¡Vete! ¡Podría hacerte daño!

– No, no me lo harás.

– ¿Por qué estás tan segura? ¡Míralo a él!

– ¡Porque a mí me amas!

Se hizo un silencio entre nosotros. Nos miramos a los ojos. Su pelo aumentaba, y la transformación estaba acelerándose. Ya no hubo vuelta atrás. Besó mis labios, y me tiró a cuatro contra la cama. Me arrancó los pantalones de un mordisco y comenzó a penetrarme. Posó sus manos sobre las mías, extendidas a lo largo de la cama, y pude ver cómo iban pasando de ser humanas a ser las de un lobo. Gruñía más que de costumbre, e incluso su pene se notó distinto. No estaba mirándolo, pero tenía a un hombre convirtiéndose en bestia mientras me embestía a cuatro. Y yo… me excité. No lo había buscado, me pilló de improviso, pero… me encantó. Yo era suya, y él mío. Todo lo que me había dicho era cierto. Y yo había decidido aceptarlo.

Siguió rugiendo, y mis ojos bajaron hasta el cadáver de Eidan, cuya mirada parecía posarse en nosotros. Mi amado aulló, y yo sonreí. «Sí, mira a tu antigua novia, se lo pasa mejor con un animal que contigo», pensé.

Dante jadeó, mientras yo seguía siendo empujada con salvajismo por su parte. El tiempo transcurría, conjunto a su metamorfosis. Cada vez lo notaba más distinto. Su sudor cayó en mi piel. La suya estaba llena de pelos ya. Su fisionomía estaba cambiando. Eyaculó dentro de mí y se separó. Era una bestia incontrolable. Salió por la ventana, rompiéndola, y acabó su transformación completa en lobo, corriendo hacia el bosque. Yo me quedé en la cama. Me desnudé por completo y rocé mi clítoris. Lo esperaría, para que acabase lo que empezó, aún al lado del cadáver de Eidan. Ay, mi hombre…

O, mejor dicho…

Ay, mi lobo…

 

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