Estaba muy nerviosa, preparándome, maquillándome. Era, sin duda, un día en el que quedarse en casa habría sido lo más preferible. Miraba a través del cristal de la ventana el agua caer y chocar contra ella. Tremenda oscuridad. La única iluminación provenía del foco de luz del espejo en el que mi rostro se reflejaba. Me miré fijamente, alzando una ceja extrañada. Parecía haber una sombra detrás de mí. Por un momento contuve el aire, mirándola fijamente, y después me giré para mirarla a los ojos. Era un maldito perchero con un abrigo colgado. Solté el aire de mis pulmones y volví la vista al espejo.

–¿Por qué? –le pregunté a aquella mujer que me respondía a la vez que le preguntaba con la misma pregunta. Miré hacia la mesa del tocador y me quedé atontada pensando en lo vivido recientemente.

Había tenido serios problemas para aprobar el curso. Un profesor estuvo acosándome y quería más de mí a cambio de un aprobado. No sé cómo lo logré al final. Me sonrió la suerte, puede, pero en más de una ocasión quise dejarlo, abandonarlo, tirar la toalla. Y todo por culpa de una persona, no de un colectivo o una muchedumbre, sino una persona.

Peiné mis cabellos de forma alisada. No me apetecía hacer inventos raros. No quería pasarme más tiempo preparándome que saliendo. No, habría sido una atrocidad.

Cerré los ojos un momento y me quedé así, respirando un aire… extraño. En lugar de oler a madera vieja, a ropa nueva o a tierra mojada… el ambiente olió a paz.

No pude creerlo. No se oía absolutamente nada, sólo el agua chocando contra el cristal. Ni a Lubi buscando un libro en la planta de abajo, ni a los sirvientes caminando, ni a sus padres haciendo lo que fuese que estuvieran haciendo. No se oía nada. Sonreí, estúpida. Aquello era más de lo que creía merecer.

En casa siempre había alguien haciendo ruido, o una radio o televisión puesta. Ya fuese de mis padres o de vecinos. Ya fuese de gente por la calle o…

Dejé de pensar. Mi mente se vacío para no haber más que una bola de luz iluminándome. Luz… Qué raro me parecía…

Hoy, escribiendo estas palabras, lo recuerdo como si hubieran sido las bombillas de luz dejando su estela al cerrar los ojos. En aquel momento pensaba que era algo celestial y divino. No sé cuál tuvo razón.

Respiré… en paz. Respiré una tranquilidad que no había tenido nunca. Fue tal que cuando Lubi cerró la puerta ni me enteré. Parpadeé incrédula y la miré. Me sonrió y me dijo mostrándome el libro:

–Lo encontré.

–¿Para qué lo querías?

–Es un libro de hechizos. ¡Vamos a invocar a un espíritu que nos acompañe!

–¡¿Qué?!

–Es coña. –rio. Respiré aliviada. Por un momento me espantó, aunque no sé por qué. Era muy susceptible y asustadiza, eso sí. Me mordí el labio inferior y arranqué parte de la piel, provocándome una herida.

–Qué tonta soy… –dije sacudiendo la cabeza al ver la sangre brotar. Pasé la lengua y saboreé el líquido que me mantenía con vida. A lo tonto, no me dijo para qué lo quería y yo ni me enteré.

Vestía de rojo, junto a su pintalabios. Pantalón negro y chaqueta negra. Me encantaba ver cómo conjuntaba. Yo no tenía mucha idea. Se acercó donde mí y me echó un cable:

–Puedo ver tus ojos. No es que no sepas cómo vestirte, es que te da miedo parecer una puta.

–¡Hm! –me ruboricé. Me maquilló y conjuntó unas ropas lo mejor posible para yo al final verme como una tía buena frente al espejo. Pelo algo revuelto, sombra de ojos, pintalabios rojo… No recuerdo bien qué llevaba, pero sé que lo hacía con clase.

Y un rayo iluminó el mundo. Ver el cielo tan negro de verdad te hacía pensar que el mundo entero era así. Te hacía pensar que no había nada más allá de lo que veías y que nunca cambiaría el clima. Que siempre habría lluvia cayendo.

–¿Por qué hace tan malo? –pregunté.

–Eres gafe. –rio ella. –¡Pero eso no nos evitará la fiesta!

–Fijo que no.

Encendí la televisión por entretenerme. Lubi recibió la llamada de su chófer, el cual se negaba a ir a buscarla. Al parecer se acercaban vientos huracanados. De ésos que como tengas las ventanas un poco viejas se las lleva. Lubi apretó el móvil en sus manos enfurecida y torció los labios. Se sentó a mi lado para mirar la televisión y me dijo:

–Si no podemos ir a la fiesta, ¡la fiesta vendrá a nosotras!

–¿Cómo pretendes hacerlo?

–Rave en el sótano.

–¿Y tus padres te dejarán?

–Ni se darán cuenta. ¡Está todo en plan insonorizado!

–Vale, ¿y cómo pretendes que vengan?

–Que se las apañen. Estoy segura de que no podrán rechazar una invitación mía.

–Uh, veremos. –sonreí cuando ella me soltó:

–Ve bajando, mirando a ver cómo está, ¿vale?

–¿Eh? ¡Si no sé por dónde se va!

–Al fondo del pasillo hay unas escaleras que bajan directas. No las del hall, ¿eh? Más allá. Tú camina y las verás.

Y sólo de pensar que tenía que salir afuera, caminar por un pasillo lleno de cuadros psicópatas y quedarme sola por aquella mansión perdida… me heló.

–¡Da la luz si tienes miedo! –me dijo, y no supe decirle que no por todo lo que hacía por mí. Ojalá hubiera sabido decir que no. Para cuando llegase al sótano se me habrían quitado todas las ganas de fiesta.

Al salir de su cuarto y ver el pasillo inmenso al que me tenía que enfrentar mi espíritu se empequeñeció.

Acordándome de la pesadilla fui reticente dando pasito a pasito, mirando a los cuadros con miedo, respeto y asco. Pero cuanto más avanzaba, más me iba adentrando en la oscuridad. Y fue cuando todo se iluminó y una voz detrás de mí me dijo:

–¿No te dije que dieras la luz?

–Ah…

Se rio y se volvió a meter al cuarto. Ahora ya pude estar más tranquila. Aunque no del todo.

Las ventanas eran empujadas por el viento feroz que soplaba afuera. ¿Aguantarían? La mansión parecía muy vieja, y la naturaleza siempre ha sido superior a todo.

Los escalofríos me recorrían. Aunque hubiera luz, no había tanto calor. Esperaba aplacar al frío bailando, o quizás con estufa, si es que allá abajo había.

Allá… allá abajo.

Muy allá…

Vi la escalera de caracol de la que Lubi se refería. Al final del pasillo había otro que a mitad tenía tal escalera. Y al mirar el fondo no… no podía ver nada. ¿Tendría, siquiera? Me asustó pensarlo. ¿Qué me pasaba? Me encantaba estar en aquella casa, pero no podía dejar de sentirla terrorífica.

Otra vez el viento azotando los cristales. Miré a través de uno de ellos, pero mi mirada se perdió en las gotas de agua que caían enfrente de mí. Poco a poco me iban relajando hasta dormirme. Apoyé mi frente y al notar el frío del cristal despertó del todo. Me sacudí y bajé aquellas infernales escaleras.

Dolían las piernas al bajarlas. Pareciera que se fuesen a doblar y yo a caerme rodando. Aunque Lubi me hubiera dado la luz en el pasillo aquellas escaleras estaban en la penumbra. Fijo que había un interruptor, pero por no volver por donde vine y cansarme más seguí bajando por allí, por la oscuridad, donde no había nada más que aquello que mi imaginación pensaba.

Los rayos iban quedando al fondo. La lluvia y el viento apenas se percibían. Y yo, cuando me adentré de todo en la oscuridad y tuve que alumbrarme con la linterna del móvil, me iba quedando más marchita.

No sé cuánto tiempo estuve bajando la escalera. Estoy segura de que apenas fue medio minuto, pero en mi mente pareció… una hora entera. Una hora bajando escalones. Una hora pensando qué iba a encontrar.

Y ante mí sólo una puerta. Era como de hierro, como si fuera un búnker aquello. Alargué la mano para abrirla. El pomo estaba congelado. El olor era a… a cerrado, a concentración. No, no, peor. No olía a nada, y eso era increíblemente perturbador.

 Abrí y no vi nada delante de mí. Era una sala cerrada sin nada a su alrededor, tan sólo una bombilla colgando del techo y un par de mesas a los lados. Había otra puerta más allá. Sin duda era un búnker, ya que la otra puerta daba a una especie de retrete.

Volví hacia atrás y pude ver marcas de estanterías en las paredes del zulo, sótano, búnker… lo que fuera. Algún alma las proveyó de víveres y suministros para pasar una larga temporada. No le acabaría sirviendo, creí. ¿O sí? Tampoco sabía mucho la historia de esa mansión tan escalofriante.

No sabía por qué razón exacta me había enviado hasta allí Lubi. Me giré para irme pero la puerta se había cerrado. Mi corazón pareció detenerse un momento. ¿Qué sucedía? De hecho…

¿En qué maldito momento había encendido la luz?

Tragué saliva. Como si alguien leyese mis pensamientos la luz fue apagada, dejándome a oscuras en la penumbra. Congelada de miedo, me apoyé en la pared, buscando un interruptor que no sabía dónde estaba. Y una voz se pronunció:

–Te lo repetiré otra vez. ¡Puedo tomar la forma que deseas! Dime, pídeme, menciona tus palabras. Dime, dímelo, ¡dime! ¿Qué forma quieres que adopte?

No podía contestar. Aquello no era ni una fantasía, ni un sueño, ni un producto de mi imaginación surgido de mi cansancio. Aquello era real. Aquello era…

La sombra que me había estado acosando desde que había llegado a la mansión.

–Humana. Sé un humano. –pronuncié sin saber cómo salir de la situación.

–¿Con qué rasgos?

–Da igual, ¡escógelos tú!

–Como desees, mi lady.

–¡Y enciende la luz!

Y la luz se encendió para mostrar ante mí un hombre grande, de músculos definidos y melena negra. Arqueé las cejas. Entonces él se me acercó, como si quisiera poseerme. Di un salto hacia un lado para esquivarle y le dije:

–¡Eh! ¿Cómo te atreves?

–Esta mañana no pusiste pegas.

–Q… ¿Qué? ¿Eras real?

–¿No es obvio?

–Y… Y… ¿Q… qué quieres de mí?

–Todo. –sonrió.

–¿Qué eres? ¿Qué pretendes hacer? ¿De verdad quieres que me acueste contigo sabiendo que eres un… demonio?

–Sólo soy una sombra, querida mía. Una simple sombra.

–¿Y pretendes conquistarme con ese aspecto? No me gustan los mazados.

–Oh, no hay problema. –redujo su tamaño para ser un joven atractivo con el cuello alto, mirada penetrante de ojos verdes y melenaza negra. Me entraron ganas de morder su cuello y saborearlo. No sé qué hechizo ponía en mí pero…

–No, ¡no! ¡Déjame!

–¿Por qué? ¿Qué temes?

–No sé, ¿todo? ¡Todo, maldita sea!

–¿Temes mi sombra? –preguntó, proyectando la sombra de su cuerpo, la cual iba adquiriendo forma demoníaca por todo el sótano, como si fuese a devorarme, como si fuese a…

–¡Déjame! –grité horrorizada, y su sombra se contrajo, desapareciendo.

–No debes tener miedo. Quiero tu cuerpo. A cambio, te protegeré. Te protegeré de esta mansión, de sus horrores. Te protegeré de Lubi.

–¿Qué? ¿Qué tiene Lubi que pudiera…?

–Te protegeré. Ahora, y siempre. –dijo pegando su cuerpo con el mío, sujetando mis manos y mirándome con esos ojos verdes que parecían reflejar el mar de las playas más brillantes del Caribe. Guardé un suspiro de admiración cuando besó mis labios. Cerré mis ojos, dejándome llevar por su cuerpo hasta que recordé cómo lo obtuvo. Me separé de él, que me dijo: –Cede ante tus deseos. No cogeré tu alma, ni te pediré ningún precio. Nunca haré nada que no quieras. Sólo… déjame entrar en ti.

–¿Por qué?

–Porque mis ansias sexuales no conocen límites.

Sus manos atravesaron mi ropa, manoseando mis pechos. Sus dedos apretaban con suavidad mis pezones, endureciéndolos. Luego me miraba fijamente a los ojos mientras lamía sus labios, otorgándoles un brillo atractivo que me pedía que lo devorase con los míos. Lo besé por decisión propia, dejando que hiciese lo que quisiera con sus manos.

La derecha fue bajando hasta mi cintura, la cual acarició antes de adentrarse en mi tanga, hallando mi clítoris con su índice.

–Estás muy guapa. –dijo bajando su mano izquierda por mi espalda, provocándome escalofríos. Lamió mi cuello. Exhaló su cálida respiración sobre él. Su mano derecha masturbaba mi clítoris mientras que su izquierda apretaba mis nalgas. Me agarró con fuerza y me giró, estampándome contra la pared. Dejó caer su saliva sobre mi piel. Entonces pude sentir su lengua dividirse por todo mi cuello. No quería mirarlo. No quería ver esa espantosa escena, sino simplemente sentirlo. Aparte de eso, también sentí una lengua bajando por mis pantalones hasta mi cavidad anal.

La dividió, como antes, entrando parte de ella por mi vagina y otra por mi trasero. Estaba muy, muy húmeda. Estaba ansiosa por sentir mucho más que aquello:

–No te preocupes, querida. Ahora puedes gemir cuanto desees.

En cuanto pronunció aquellas palabras con su voz tan sensual dejé escapar un pequeño gemido. Mordisqueó mi piel y empezó a penetrarme con un enorme falo que se adaptó a mi vagina. Además, no sacaba su lengua de mi trasero, ni de mi cuello. Era como estar con varios hombres a la vez, sumado a que su embrujo me hacía sentir especial, única. Era la elegida por un ser sobrenatural. Un ser que me asustaba, pero que me atraía.

Su lengua fue deslizándose por mi mejilla hasta llegar a mi boca, entrando hasta mi garganta. Sentí un escalofrío, tanto de placer como de frío. Su cuerpo se amplió para ampararme, para protegerme, para otorgarme el calor que necesitaba sentir. Y entonces decidió acabar con ello.

Su lengua se dividió para llegar hasta mi clítoris, al cual enroscó adaptándose perfectamente a su forma, moviéndolo ahora a su antojo. Mis manos estaban contra la pared y mi cuerpo inmóvil. No podía hacer absolutamente nada. La sombra me manejaba y me utilizaba a su antojo, y eso me estaba encantando, hasta que comenzó a penetrarme con brusquedad. Sacó su lengua de mi boca y en su lugar lamió mis pechos. Lamió mis pezones, que se encontraban sensibles. Dejaba escapar gemido tras gemido hasta que una explosión de placer me desmayó efímeramente durante dos o tres segundos. Cuando dejé de correrme, me mordí los labios. Fui a girarme cuando acercó su cabeza hasta la mía y me dijo, separándose progresivamente de mí:

–Cuídate de lo que hay ahí afuera.

 

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