En mis pesadillas volvió a formarse para seguir sonriéndome como si se estuviera burlando de mí. Me sonrió y acarició mi mejilla.

–No le cuentes esto a Lubi, ¿vale?

Desperté de un sobresalto mayor. Agité la cabeza. No, era mentira. Debía de estar dormida. Debía de haberme quedado dormida al sentarme y sufrí parálisis del sueño, e incapaz de moverme vi a un hombre dándome placer sexual. Lo necesitaba tanto que mi propia mente imaginaba cosas así. Era la única explicación posible…

Me levanté del suelo temblando. Antes de abrir la puerta me quedé pensativa. Si Lubi me veía así me pediría explicaciones, conque decidí que lo mejor era esperar. La sombra volvió por donde vino: mi propia oscuridad. Me quedé sentada en una esquina, con una sonrisa en la cara, escuchando un ruido de fondo. Parecía un ratón royendo madera. Luego sus patitas correteando. En vez de darme asco me relajó. En ese momento el mundo era distinto. No sólo había tenido un orgasmo inducido, sino alguna especie de iluminación que distorsionaba mi realidad. Estaba drogada. Literalmente. Había alterado mi mente de una forma que escapaba a mi conocimiento. Abrí la puerta y me desmoroné, cayendo enfrente con todo el peso de mi cuerpo. Y de pronto vi unas montañas nevadas a un lado y el otro de la escena. Al pie de la ladera un verde prado con bosque. Y, en mitad, un largo de aguas azules con el cielo con nubes fragmentadas reflejado. Y yo me lancé sobre el agua, dejando mi cuerpo flotar, relajándose, siendo masajeada por sus olas.

Era…

Era un placer.

Mayor que el que me dio la sombra.

Y todo era efecto del orgasmo.

 

Lubi me tiró algo de agua en la cara. Parpadeé varias veces cuando le dije:

–No sé si necesito sexo o voy servida.

–¡¿Qué?! ¿Por qué dices eso? –pareció alterada, y recordé a la sombra pidiéndome silencio. Y en ese fragmento del tiempo denominado segundo se me planteó la posibilidad de que realmente fuera la sombra de un demonio lo que me poseyó. Y decidí quedarme con esa versión por encima de la que fue mi imaginación:

–Porque no dejo de soñar que me tiro a un par de tíos. –le sonreí.

–¿Eran los del otro día? –preguntó, aún nerviosa. No supe qué contestar. Simplemente asentí. Suspiró y dijo: –¿Y qué tal?

–Me lo hacían mal porque eran vírgenes, pero parece ser que me corrí. Por eso lo de que lo necesito.

–¡Jajaja! –rio estrepitosamente. Sus carcajadas hicieron daño a mis oídos. –¿Y si los llamamos?

–Adelante.

–Pero si son vírgenes no sabrán hacértelo como quieres. ¿Qué te parece otro par más experimentados?

–Podríamos probar. ¿Salimos, pues?

Asintió con la cabeza guiñándome. Creo que fue un tremendo error hacerlo, pero en ese momento pensamos que sería lo correcto.

 

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