Agua goteaba de las gárgolas que decoraban la fachada de la mansión. Una llovizna ligera caía sobre el jardín. No resultaba molesta más que por las nubes que tapaban el cielo. Lubi aseguraba que de noche se veían las estrellas desde el jardín. Me quedaría con las ganas de verlas. Quizá toda la vida. No tenía pinta de querer dejar de llover en las próximas dos semanas. Sólo veríamos nubes, y nubes, y nubes.

–¿Veremos alguna cara bonita algún día? –pregunté resignándome.

–Si el hombre del tiempo no se equivoca y acaba jarreando mañana en lugar de hoy, sí.

–Ya he perdido la fe.

–Bueno, nos tenemos la una a la otra. –me sonrió.

Yo quería chicos guapos. No para besarlos ni para cosas perversas, sino para que me distrajesen. El haberme encerrado en casa para estudiar le pasó factura a mi relación con mi ex. Me puso los cuernos todo lo que pudo y más con la excusa de no verme. Sí, excusa. Estaba claro que quería hacerlo. Llevábamos seis años juntos. Estaba deseando probar coños nuevos y lo consiguió. Que me abandonase me dejó destrozada, pero como la relación se fue deteriorando sola no fue tal el mazazo que me llevé. Aun así habría preferido que hubiéramos seguido juntos. Forjamos tantos sueños, tantos proyectos. Antes de él estuve con otro chico; apenas fueron seis meses. Me dañó más su ruptura.

No es el tiempo, sino la intensidad con la que amas.

Le di un sorbo a mi Martini y seguí viendo a las gotas caer mojando la tierra y llenando el ambiente con su olor de ensueño. Un calabobos, como lo llamaría mi abuela.

–Llovizna… De llovizna poco. –dijo Lubi. –Esto moja más que si jarrease.

–Jajaja. –reí, no sé por qué. Me acordé de cuando estuve con mi primer amor, diciendo «esto no es nada» y acabando cambiándonos de ropa al llegar a casa. Y luego media hora de pasión desenfrenada. Lo recordé con melancolía. Sabía que el despecho no era bueno, pero necesitaba estar con alguien que me llenase por dentro. Metafóricamente. Bueno, y un poquito literal. Y pensar que compartí mis momentos más íntimos con dos personas con las que ya había perdido lo poco que conseguimos juntos…

Me resultaba tedioso empezar de cero con alguien. Pero también revitalizante. ¿A la tercera va la vencida?

Lubi puso música. Nos relajamos con la lluvia cayendo a cinco metros de nosotras, que la observábamos detrás de una vidriera cubierta en el invernadero.

A veces las gotas se estampaban contra el cristal. Un soplo de viento arrojó una cantidad de agua considerable. Dios, nos íbamos a calar hasta la médula. Bebí más Martini. Si seguía así acabaría emborrachándome. Miré hacia mi izquierda. Vi a Lubi con la misma expresión de asco que yo. Además, el fondo no parecía anunciar nada bueno. Nubes negras densas. ¿Qué digo densas? Eran gigantes. Menos mal que a la media hora ya estábamos contentillas por el alcohol. Bailamos al ritmo de la música con una sonrisa en la cara.

–A tomar por culo la fiesta. –reía ella.

Correspondí su risa y bailamos como si no hubiera mañana. Bueno, de eso se trataba. Que no hubiera mañana. Y de pronto me llegó una pregunta:

–Oye, si vamos a una discoteca, que está resguardada, y vamos en coche propio, ¿por qué nos va a influir la lluvia?

–Porque los días de lluvia sólo salen los borrachos que necesitan desahogarse. Y, créeme, no quieres acercarte a ellos. Los románticos se quedan en casa.

–O no. Quizá les gusta salir y sentir la lluvia sobre su piel. –dije poniéndome poética. Le di un toque dramático alzando los brazos hacia el cielo mientras con la mano derecha la llevaba al corazón y mi rostro se contraía. –Quizá hay un hombre amándonos, Lubi. ¡Despierta! ¡Ellos quieren fundirse con la oscuridad, con las tinieblas! –hice aspavientos con el brazo. Me subí a la mesa y continué con mis delirios: –Están allí, esperando por nosotras, porque les gusta encerrarse en su soledad para ver la lluvia caer, pero también les gusta ser parte de la lluvia. Vamos, Lubi. Además, los días así estoy más cariñosa. Fijo que ellos también.

–¿Quieres un polvo de una noche?

–Quiero un amor a primera vista.

–Ésos son malos. Lo mejor es estar un tiempo conociéndose. Elige de quién enamorarte o te seguirán destruyendo por dentro.

–¿Tú? ¿Quieres follar?

–¿Es una pregunta o una propuesta?

–Hm…, ¿quién sabe?

–No me tientes, Isis, o clavaré mis dientes sobre ti.

–Clávamelos. Clávamelos enteros. Hasta el fondo, baby.

Reímos como idiotas, pero un brillo serio en sus ojos me hizo pensar que ella realmente quería… algo más de mí.

–Quiero follarme a dos tíos a la vez. –me saltó. –Pero es difícil encontrar a dos tíos decentes y encima dispuestos a un trío. Casi todos son chulitos que irán twiteándolo.

–Puagh.

–Sí… Por eso me gustaría salir un día que hiciera mejor. Pero si no hay más remedio, saldremos con lluvia, entonces.

–¿Viste los nubarrones del fondo? Va a caer una buena.

–No seas boba. Es que oscurece y parecen más negras.

–Ah…Deja de evidenciarme. –le saqué la lengua.

–Tú eres más lista que yo, pero a veces pareces un poco tonta.

No supe cómo tomarme eso. Alcé una ceja y torcí los labios.

–¡Me hago la tonta, chavala! Ps, ¿qué te has pensado?

El mayordomo asomó por la puerta. Alto, no muy viejo, tampoco joven. Lubi se echó hacia atrás la pata izquierda del pantalón y mostró sus carnes.

–¿Están bien servidas, señor… itas? –se distrajo al ver a Lubi.

–Estamos muy bien, Berni, pero podríamos estar mejor, ¿no crees?

–Siempre se puede estar mejor, señorita. –tragó saliva. Bigote en su rostro, pelo negro engominado hacia atrás. Tenía una cara bastante común. No era muy agraciado, la verdad. Nariz achatada, labios gruesos, ojos como de sapo, cejas finas. Buena papada. Pero también buena porte.

–Estamos bien, gracias. Si quieres puedes quedarte y bailar con nosotras.

–No sería propio de mí, señorita. Con su permiso…

–No, no tienes mi permiso. Quédate ahí.

Lubi bailó sensualmente. Me contuve la risa por respeto Berni y porque me parecía demasiado cruel. Pero a la vez demasiado cómico. Reí por lo bajo mientras Lubi se agachaba meneando el trasero, provocando al pobre de su mayordomo. Podía ver cómo su nuez se movía. Tragaba saliva. El sudor asomaba por todos sus poros. Lubi estuvo tres minutos más bailando sensualmente para él. Se acercó a mí y, sugerentemente, deslizó sus manos por mis partes más íntimas. La respiración del mayordomo se entrecortó. Sin poderlo remediar se formó un bulto en sus pantalones. Estaría maldiciéndonos, fijo. Lubi le dijo:

–Ya puedes irte.

Hizo una reverencia sin decirnos nada y marchó.

–Jajaja, ¿cómo eres tan puta?

Se encogió de hombros con una sonrisa pícara.

–Me gusta calentarlo. No sé. Le tengo manía. Quiero ver cuánto tarda en explotar.

–O sea, que no es la primera vez. –le dije boquiabierta.

–Ni será la última.

Reímos, aunque por dentro no me agradó su actuación.

–Oye, ¿me enseñas tu santuario?

Se acercó hasta mí y besó mis labios. Al principio eché la cabeza hacia atrás, impactada, pero entonces insistió y una fuerza dentro de mí me pidió abandonarme a sus placeres, dejándome llevar, sintiendo esa emoción de cuando besas a alguien por primera vez, sintiendo el ardor recorriendo el cuerpo y la excitación subiendo desde…

Se separó tras haber humedecido mis labios, y lo que no eran mis labios, y me dijo:

–Cuando sepas corresponder un beso como éste te llevaré a mi santuario.

Y me dejó con ganas de agarrarla y practicar con ella hasta que me considerase digna de verlo…

 

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