Mirábamos a la lluvia caer desde el cobertizo que tenía detrás de la casa. Lubi aseguraba que en los días de otoño en los que las hojas de los árboles caían podía verse el cementerio desde una ventana de ese cobertizo. No quise ni pensarlo. Estaba harta de cementerios, demonios y sueños perturbadores. Me habría ido a casa si no hubiera sido porque tenía miedo de volver debido a la lluvia y a los vientos huracanados. Ir desde la mansión hasta aquel chamizo había sido una casi odisea. El viento nos empujaba y la lluvia nos caló. Pero distinto a todos los chamizos comunes, aquél era especial. No estaba hecho ni de madera ni de paja. Las paredes eran de hormigón y el suelo de parqué. Había una televisión con una consola conectada. Era parecido a su cuarto. Iba a preguntarme que cómo podía hacer eso, pero recordé los libros que tenía. Era tan rica que le daba igual comprar una misma cosa veinte veces.

Me acomodé en uno de sus sillones y cerré los ojos mientras la escuchaba abrir el minibar y servirnos un par de cócteles. Pero era imposible cerrar los ojos más de medio minuto en aquel rincón del mundo, pues una sombra acechaba en cada esquina, en cada figura proyectada. ¿En la oscuridad lo sería todo, o no sería nada al no tener luz que lo reflejase?

Apenas recordaba el momento del Santuario como un sueño. Creo que realmente lo fue. Lubi no me lo había mencionado en todo el día, aunque entre nosotras había… había un algo. Apenas nos despertamos y comprobamos que mi fiebre se había ido nos recluimos allí. Para estar más a solas, para estar más a gusto. Para estar en una mayor intimidad.

Puse la televisión pero no había señal. Lubi me dijo:

–Sólo sirve para los videojuegos. No hay antena.

–Ah.

–Ni cobertura. Ahora mismo si viniese un asesino por la puerta sólo nos quedaría romper la ventana y huir con los cristales clavados en el cuerpo.

–Qué positiva eres.

–Es que siempre me imagino cosas así. Por eso… –se acercó a la puerta y echó tres pestillos que había en ella. –Ya estamos a salvo. –me sonrió.

–Eso es lo que tú crees. Pueden reventar el cristal.

–Tranquila, aparte de eso tengo una escopeta guardada en el armario.

–¿Y si entran a saco y no te da tiempo a llegar hasta ella?

–Los entretienes tú enseñándoles las tetas y meneándolas. –rio mientras yo le daba una cachetada en el hombro y me contagiaba la risa. Puso un videjuego y me ofreció ganchitos junto a una bebida tropical que subía a la cabeza a la vez que saciaba al paladar. Estar así me gustaba más que preocuparme por salir de fiesta y tirarme a un subnormal. La compañía que necesitaba era simple y llanamente una amistad que me llenase como ninguna relación pudiera hacerlo.

Miraba de vez en cuando a Lubi de reojo, acordándome de aquel sueño que tuve en la noche. Me avergonzaba en ocasiones. En otras simplemente me reía, riéndose ella pensando que era por algo que dijo o que hizo en el juego.

La lluvia seguía cayendo, y cayendo, y cayendo. Y cuanto más oscuro era el día más sabía que me marcaría por el resto de mi vida. Que cuando creciera, me acordaría de aquel entonces con cariño en lugar de terror.

Pensé que cuando mis vacaciones con ella se acabasen comenzaría una etapa nueva. Ya no lo veía todo tan pesimista como para pensar que nunca triunfaríamos ni haríamos nada juntas. Ahora lo veía como si cualquier opción fuese posible, y la que resultase cierta sería la menos esperada.

Pero entonces, en un breve silencio en una pantalla de carga se pudo oír al viento ululante silbando por las aperturas casi cerradas de debajo de la puerta y de las ventanas. Una pequeña corriente nos azotó en la nuca. Los escalofríos ya eran algo normal en mi estancia allí. Entonces Lubi puso en silencio la televisión y me dijo:

–Si escuchas con atención puedes oír el sonido de los árboles crujiendo.

Y entonces nos callamos, concentrando nuestro oído en los árboles, los cuales parecían moverse y aquejarse como si tuvieran cientos de años, como si fuesen unos ancianos cansados de la vida y de su crueldad. ¿Qué habrían visto esos árboles para que su madera gritase así?

Me quedé fijamente mirando a los árboles mientras el cristal se llenaba de vaho por dentro debido a la condensación. Debido al calor que nuestros cuerpos emitían y al frío de afuera. Teníamos la estufa puesta y se estaba bien, pero al mirar hacia fuera el cuerpo se congelaba como si estuvieras allí. Como si estuvieras entre los árboles decrépitos y la lluvia, la cual se colaba a través de sus hojas empapando así al mundo. Mi cuerpo tiritó, incluso. Lubi me agarró del hombro y me obligó a girarme, pero mi cuerpo se quedó anclado al suelo fijándose en la oscuridad en las ramas de los árboles, en sus hojas, en su tronco. ¿Estaría allí el demonio que me acechaba? La idea de pensar en él me humedecía. Pero de inmediato pensé en que podría haber algo peor, y la idea me aterró. Entonces Lubi cerró la persiana en un movimiento en el que casi la parte y me giró.

–¿Estás bien? –me preguntó entre enfadada y preocupada.

–N… no… –dije atontada, como despertando de un sueño.

–¿Qué te pasa?

–¿Cómo puedes vivir aquí? Es terrorífico.

–Lo sé. Al venirnos aquí creíamos que era un sueño hecho realidad, pero cuando pasaron los meses nos dimos cuenta de que nos quedaba grande.

–¿Y por qué no os largáis?

–No lo sé. Lo haremos pronto, supongo. –sonrió con melancolía.

–Cuando dices que os quedaba grande te refieres a que te da cague, ¿no?

–Sí, básicamente. –reímos.

–¿Cuándo me enseñarás tu santuario del ático?

Pareció contener una contestación. Acaricié su mejilla y unas ganas de besarla me poseyeron. Entonces ella me miró fijamente a los ojos y me agarró de la mandíbula para conducir mis labios a los suyos. Cerré los ojos y sentí un ardor indescriptible recorriendo mi pecho. Estaba besándome con mi mejor amiga, de la misma forma en la que sucedió en aquel sueño. Pero aquella vez era distinto. No estábamos excitadas, sino que nos atraíamos de verdad.

Mis mejillas enrojecieron, al igual que las suyas. Me miró con los ojos brillándole y se tumbó en el sofá. Por un instante la lámpara que nos iluminaba parpadeó. Y en ese breve parpadeo las manos de Lubi habían llegado hasta su suéter, el cual fue retirándose.

Mi aliento se cortó en ese instante. Lo primero que vi fue su vientre desnudo. Ahí tragué saliva. Y después su sujetador conteniendo sus senos. Me miró con los labios ligeramente tensos y tiernos. Entonces me eché sobre ella y nos besamos otra vez. Aquella vez eran besos cortos. Nuestros labios se juntaban, se probaban y nos separábamos para mirarnos. Así una y otra vez hasta que ella fue retirando mi jersey y yo desatando su sujetador.

 Sus senos quedaron al aire mientras que los míos aún se escondían detrás de una camisa. Ella metió sus manos por debajo de ella y me los acarició con suavidad. Yo hice lo propio con los suyos. Se sentía cálido, suave, cercano. Era distinto a hacerlo con un hombre. No sé si sería por la confianza que teníamos o porque sabíamos qué era lo que nos gustaba. Entonces me quitó del todo la camisa y nos abrazamos, juntándose nuestros pechos, los cuales ardían de la excitación. Besamos nuestros cuellos y seguimos acariciándonos con los dedos. Nuestras lenguas acabaron encontrándose mutuamente, lamiéndose con sensualidad y pausadamente.

Sus manos se apoyaron en mi trasero, acariciándolo. Mi izquierda se adentró por su pantalón, tomando yo la iniciativa, y mis dedos encontraron su clítoris. No me fue difícil hacerlo. Le di un par de toquecitos que enrojecieron el doble a Lubi. Se mordió el labio inferior mientras gemía y dejaba los ojos en blanco.

Seguí tocándoselo hasta que mis dedos bajaron hasta la entrada de su vagina. Ahí simplemente introduje un centímetro de mi dedo y lo saqué, metiéndomelo en la boca. Ella frunció el ceño en otro gemido y me apartó corriendo el pantalón, tumbándome a mí.

Fue besando mi piel con ternura hasta acabar en el clítoris, al cual le dio un besito para que yo sintiera el mismo tormento que ella. Para que yo sintiera una sacudida de placer recorriendo cada recodo de mi cuerpo y que éste se quedase deseoso de más. Mis piernas rodearon su cuello y mis manos acariciaron su pelo. Y ella volvió a meterse en la boca mi clítoris, manoseándome los senos al mismo tiempo.

Empecé a sentir tantas sacudidas que no pude contenerlo y empecé a gritar en gemidos, temblando mi cuerpo hasta tirarnos sobre la moqueta. No nos hicimos daño, pero empezamos a reírnos como dos estúpidas. Entonces otra vez volvió esa necesidad de besarnos en los labios. Y nos besamos.

Nos estuvimos besando y abrazándonos un buen rato antes de seguir dándoles prioridad a nuestros órganos sexuales.

Se sentía… muy cálido.

Se sentía… muy bien.

Por un momento no quise que aquello acabase nunca. Por un momento quise que fuera eterno. Pero realmente. Otras veces que tuve relaciones también me había sucedido, pero aquella vez era distinto. Aquella vez sí que quise que fuera eterno. Estar siempre con ella, siendo cómplices, jugando a videojuegos, saliendo de fiesta, estudiando algo y sacándonos un futuro. Y haciendo el amor mientras tanto. Entre nosotras y con otras personas, pero siempre juntas.

Aquella vez no nos separaría, sino que nos uniría más; nos haría más amigas.

De nuevo, Lubi bajó por mi vientre hasta mi clítoris. Toda mi vagina estaba tan húmeda que los fluidos chorreaban por mis piernas. Ella lamió mis fluidos sin escrúpulos ni prejuicios. Me lamió entera, cambiando el sudor de mi piel por su saliva. Cambiando la tensión de mis músculos por una relajación suprema.

Volvió a mirarme con sus ojos. Me estuvo mirando mientras lamía mi clítoris, dándome el mayor placer que me habían dado nunca. Introdujo dos de sus dedos en mi vagina y apretó mi punto g, estimulándome más. Pero no se entretuvo demasiado. Sabía que si estaba así más de un minuto me daría un orgasmo. Se detuvo y se echó hacia atrás, esperando lo mismo de mí. Yo dejé a un lado los remilgos y bajé hasta su clítoris. Podría ser que ella ya lo hubiera hecho y por eso no le hubiese costado, pero yo nunca lo había hecho. Cuando me lo metí en la boca no supe cómo actuar al principio hasta simplemente dejar la mente en blanco y pensar en cómo me gustaría que me lo hicieran a mí. Y entonces fue cuando escuché a Lubi gemir a gritos como había estado haciéndolo yo instantes atrás.

Chupeteé su clítoris al tiempo que lo acariciaba con la punta de la lengua. Al poco bajé ésta hasta la entrada de su vagina y la penetré con sutileza todo lo que mi lengua pudo alargarse. Y saboreé con determinación su interior. Quería experimentarlo con todos mis sentidos. Mi lengua giró dentro de ella y raspó sus cavidades internas hasta que al final la retiré y la volví a meter como si fuera un pene. Y Lubi acarició su clítoris sin dejar de gemir.

Acabé apartándome para evitar lo mismo que ella quiso evitar en mí. Y fue cuando juntamos nuestras vaginas y movimos nuestras caderas para provocarnos placer con el roce. Era una sensación… extraña. Como si fuera el preámbulo a algo mejor. Como si te dieran a probar una pequeña porción del plato fuerte. Y, cuanto más sugerente era, más excitaba.

Lubi cogió mi pie y se lo introdujo en la boca, lameteando los dedos. Yo, con la de cosquillas que solía sentir ahora no hizo otra cosa que humedecerme más. Y cuanto más lubricaba más resbalaban nuestras vaginas y más queríamos juntarnos.

Acaricié su clítoris estirándome mientras ella seguía lamiendo mi pie. Entonces no aguantamos más. Nos separamos y volvimos a acercarnos, pero esta vez hombro con hombro, usando nuestras manos. Yo alcanzaba su punto g a la vez que acariciaba su clítoris y ella hacía lo mismo conmigo.

Juntamos nuestras frentes y exhalamos nuestros alientos la una en la otra. Y así supimos cuándo íbamos a alcanzar el orgasmo, ya que los jadeos se incrementaron, tensando nuestras vaginas al tiempo que eyaculábamos a la vez. Nuestros dedos temblaron en los clítoris. Al hacerlos más caóticos y romper la intensidad que estábamos sintiendo el orgasmo se intensificó. Sí, no lo entorpeció, sino que lo intensificó aún más. Quizá fuese el morbo de vernos tan expuestas y tan cachondas.

Nuestros gemidos llegaron a convertirse en uno solo, acabando apoyadas la una en la otra tras el desvanecimiento del orgasmo.

Y a los pocos minutos nos miramos a los ojos y nos reímos con la confianza de unas amigas y la sensualidad de unas amantes, concluyendo el encuentro con un beso lascivo y profundo.

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