Era tarde. Las nueve, casi diez, de la noche. Como acostumbraba a hacer, la acompañaba hasta la parada de bus, donde nos despediríamos hasta el día siguiente. Un tanto de tristeza en mi corazón, pero alegría por haber pasado una tarde agradable a su lado.

En mi mano colgaba un paraguas. Las nubes amenazaban con llover sobre mi barrio. De un momento para otro, la amenaza se convirtió en realidad, descargando su agua sobre la tierra. Abrí el paraguas y nos refugié a ambos. Estábamos cobijados en nuestra compañía y en nuestro amor. Pero de pronto, en los columpios de una urbanización, un niño solitario, cabizbajo, se balanceaba seguramente triste. Estaba descalzo y llevaba una camiseta de manga corta de rayas.

Hicimos una pregunta al aire, pero sólo nos miró de reojo, con odio seguramente, por dejarlo atrás, por vernos juntos y felices. Nos dio miedo. Era tarde, y llovía, y él se columpiaba cual alma en pena.

Llegamos a la parada de bus y la lluvia aumentó su intensidad. Llovió muchísimo, como pocas veces he contemplado, y sólo era un nubarrón, pues a los pocos minutos desapareció, pero antes de que lo hiciera fuimos a ver si el niño seguía en el columpio.

No estaba ya. Se había ido. Y yo me sentí el hombre más miserable del mundo.

No lo ayudé, no insistí, no me quedé a su lado, no le pregunté. Me preocupó más que mi novia cogiese el autobús a tiempo, que los sentimientos del pobre niño. Una angustia infinita me poseyó, conjunto a unas ganas de llorar terribles. Le dije a ella que al volver a casa lloraría, por no poder ayudar a un niño solo y triste bajo la lluvia. Ella no supo qué decir. Se marchó, y yo volví a casa reflexionando, mirando al columpio donde un niño había estado sufriendo.

Podría ser que discutiese porque sus padres no le compraron lo que quería, o porque no le dejaban tener una mascota, o porque le habían regañado por no hacer sus tareas. Podría ser que tuviera problemas en casa y necesitaba escapar de ellos. O podría ser que se sintiera solo, sin nadie que lo acompañase, sin un amigo que estuviera a su lado o alguien que le hubiera podido tender una mano. Y ese alguien podría haber sido yo. Podría haberle ofrecido una mano, un abrazo, pero no fue así.

No sé qué le sucedía, no lo sé. Sólo sé… que nunca lo sabré…

3 Responses

Add a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *