Son seres mitad dragones y mitad serpientes, con una cabeza muy ancha y mandíbulas gigantescas de grandes colmillos, así como una lengua bífida y amarilla. Una cresta de espinas va desde su cabeza hasta su cola. Sus alas son pequeñas, parecidas a las de un murciélago. Sus patas tienen unas garras afiladas y feroces. Su aliento expulsa fuego, y su cuerpo está protegido gracias a sus endurecidas escamas. Su cola tiene tanta fuerza que podría partir por la mitad a un caballo.

Su punto débil es la garganta, pues es la única parte del cuerpo que no está protegida por escamas. Además, cuando envejece, sus propias escamas pierden dureza, por lo que se debilitan. Conscientes de ello, abandonan la tierra y nadan hasta el fondo del mar junto a sus tesoros para descansar para siempre.

Habitan por la montaña en grutas difíciles de acceder. Algunas referencias a ellos son el de Secadura, el de la cueva de Matienzo y el de la cueva de Valdició.

Leyendas y Creencias: Se les consideraba los guardianes de los tesoros, siendo la mayoría de ellos parte de botines escondidos por los moros. No se dejan ver, excepto para devorar alguna vaca y a una doncella una vez al año.

En San Vicente de la Barquera hay una cueva llamada “Cueva del Culebre”, donde, como dice la leyenda, el Apóstol Santiago, en su peregrinaje hacia Compostela escuchó los ruegos y gritos de una joven mujer que temía por su inminente muerte, ya que estaba atada a un poste como sacrificio anual. Entonces, el Apóstol dio muerte al Culebre, siendo todavía hoy en día visibles las marcas herraduras del caballo blanco, las cuales surgieron por la trepidante batalla.

Muchas historias cuentan cómo los campesinos consiguen engañarlo para evitar alimentarlo. Una de estas historias trata sobre unos monjes que le dieron pan lleno de alfileres, lo cual le provocó la muerte.