La Anjana (de Jana, antiguo nombre con que se designaba a las hechiceras durante la Edad Media) es un personaje fantástico, de la mitología cántabra.
Las Anjanas tienen largas trenzas adornadas con lazos y cintas de seda, con hermosas coronas de flores silvestres en la cabeza. Visten una fina y larga túnica blanca la cual cubren con una capa azul, y en sus manos llevan una vara de fresno, espino, o una pica dorada, con la que golpean la tierra, el agua, u otros objetos para hacer sus encantamientos. Tienen una piel blanquísima y una mirada amorosa y serena, pero pueden convertirse en personas, árboles, animales u objetos inanimados. Suelen ser seres bondadosos que amparan y ayudan a la gente necesitada o afligida, y poseen grandes palacios subterráneos, ocultos en cuevas cerca de fuentes y ríos, en donde guardan magníficos tesoros que a menudo usan para tentar y castigar a los codiciosos y soberbios, o para favorecer a los más humildes o desfavorecidos de buen corazón.
Pero también hay Anjanas malvadas, aunque su poder suele ser neutralizado por las bondadosas. Estos seres son los antagonistas de los crueles y despiadados Ojáncanos y Ojáncana.
A las Anjanas se las ve paseando por las sendas de los bosques, descansando en las orillas de los ríos y de los arroyos. Conversan con las aguas que manan de las fuentes y manantiales que es donde viven. Ayudan a los animales heridos, a los árboles partidos por las tormentas o los Ojáncanos, a los enamorados, a aquellos que se extravían en el bosque o en las nevadas, a los pobres y a los que sufren. Cuando pasean por los pueblos dejan regalos en las puertas de los que se lo han merecido y si se las invoca pidiendo ayuda, ellas la prestarán, si quien la pide es buena persona, pero también castigan a quien obra mal.
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