Amanecí con ruidos de canciones ajenas. Raro. Pero revitalizante. Estaba de buen humor. Mi hermana se había levantado de madrugada para ir a clase sin hacer ruido. ¿Vería algo? ¿O no? Bueno, estaba en la edad de que le picase la curiosidad. Esperé que no quisiera hacerlo. No, no todavía. Era demasiado pequeña para ello. Sí, demasiado pequeña…

Asomé la cabeza por la ventana. Desde allí pude ver el banco solitario. En verano estaría lleno de gente cantando y disfrutando, evadiéndose de sus vidas diarias. Sí… Mi forma de pensar cambiaba progresivamente. Aquélla era gente sencilla de barrio, que estaba destinada a no destacar nunca, a trabajar de sol a sol y a no recibir un “gracias” siquiera. Y su único consuelo era ir al bar, a tomarse una cerveza fresca, o a reunirse y cantar y contar anécdotas malformadas en las que quien las cuenta es el protagonista invencible y todopoderoso. Y yo, aunque siempre me negase, era parte de ellos. Yo era una más, aunque siempre pensase que mi destino tendría que haber sido glorioso. No, eso no era cierto. Lo que pasa es que yo soy la única viviendo mi vida, y pienso que tendría que haber sido distinta. Pero era sólo un engaño, un sueño de princesa, de muñeca rota. Yo tenía que encontrar la belleza y la felicidad en los pequeños momentos, sin importar el resto. La relajación en unas palmas, los escalofríos ante un agradecimiento, la satisfacción en el trabajo bien hecho. O la eternidad en una mirada. La mirada de Onai.

Yo quise escalar hasta el cielo, cuando siempre estuvo a mi lado.

Espera. Era un barrio de mierda. ¿Por qué estaba tan optimista? Rasqué mi pelo y me preparé para otro día más. Después de aquel verano seguiría estudiando, lo que fuera, y ya me condenaría a vivir de ello. Pero todavía quedaban meses. Debía disfrutar de mi juventud, de mi cuerpo. Sin embargo, ni con ésas, lograba yo apaciguar a la lluvia, la cual caía sobre la ciudad con soltura y elegancia, llevándose a la nieve. Mi hermano apareció para desayunar conmigo:

—Hola, dormilona. —me soltó.

—Como que tú no tuviste una época en la que te echabas a las seis y te levantabas a las dos.

—¡Ja! Y porque me despertaban los vecinos, que si no…

—Jejeje… —me reí afectada por el sueño. Pero me reí. Era agradable verlo.

—Ahora me levanto a las seis de la mañana todos los días.

—¿Qué dices? Entonces esto no es desayunar para ti.

—No, es el almuerzo. Me quiero ir habituando.

Un trueno se oyó de fondo. En respuesta a eso, Javi aumentó la música, como si estuviera aterrado de la tormenta y no quisiera oírla. Y, venga, a joder a todos los vecinos. Sin embargo escuché cómo llamaban a su puerta y le echaban la bronca. ¡Por fin un vecino hace algo! Increíble. Años tocando los cojones pero hasta el día de hoy nada. Y lo peor es que yo lo escuchase todo con la puerta cerrada, ocurriendo eso en el portal.

—Aspiro… —me dijo. —a vivir en una casa grande insonorizada. Evitaré estas tonterías.

—No está mal. Lo lograrás, yo lo sé.

—Bueno. Si lo de Alemania fracasa, saldrá otra cosa. Siempre y cuando yo gane y gaste mi dinero y no involucre el de otros estará bien fallar.

—Buena filosofía. —me acordé del cheque, aún sin cobrar.

¡Pum! Otro rayo.

—Hermana…

—Dime. —le dije, sentándonos en la mesa con la leche enfrente de nosotros y los cereales sobre ella.

—Cuando una hormiga oye un rayo, ¿qué siente?

—No son humanos, no puedo saberlo.

—Pero… Me refiero. Cuando eres tan pequeño y escuchas algo tan grande y que no puedes comprender, ¿qué sentirías? ¿Un susto? ¿Una amenaza?

Me encogí de hombros.

—Así es como explicaban a Dios antiguamente, ¿no?

—Sí. Había un dios para cada cosa. Si hacía tormenta, o estaba furioso, o bendecía a los campos con lluvia y humedad. Dependiendo de dónde vivieras y la estación, ¿no?

—¡Y los sacrificios!

—Jaja, sí, exacto… —se le veía melancólico aquella mañana. Yo siempre le contaba mis problemas, pero él a mí los suyos no tanto. Su mirada nostálgica evitaba mirarme directamente, hasta que yo lo agarré de la barbilla y le forcé a hacerlo. Le pillé por sorpresa.

—¿Estás bien? —le pregunté. Se calló, evadiendo su mirada, buscando las palabras que decirme. Yo sabía que él no era del tipo de hombres que se callan. Pero sí que era del tipo que decían las palabras apropiadas para quitarle aspereza al asunto.

—No mucho. Pronto me iré y no te veré. Me he quedado demasiado aquí…

Aquélla no fue una de las veces en las que quiso escoger las mejores palabras. Me fue sincero completamente. Lo solté y mis manos agarraron al bol de leche.

—No debería haberme quedado tanto, ¿no crees? —me preguntó. —Además, me sigo sintiendo responsable por haberte dejado la primera vez. ¿Y si en ésta no vuelvo a verte durante otros cuatro, seis, ocho, o diez años?

—No va a ser así.

—¿Por qué?

—Porque me enchufarás en tu empresa. —le sonreí. Emitió una carcajada escalofriante. Me dio más miedo que otra cosa. —Y porque me lo prometiste.

—Perdón. —me dijo. —A veces río como un loco. La cosa es que eso me rondaba en la cabeza. Que te vinieras conmigo. ¿Te gustaría?

Ale. Dividida entre tres hombres. ¿Cuál habría sido la mejor opción? Mi hermano sería el mejor de los tres. Yo lo sabía. Él podía enfadarse, pero nunca me abandonaría. Era la parte intermedia entre un amigo y un padre. Sabio, protector, amistoso, concesivo, empático… Podía hablarle de mis problemas sin que se pusiera celoso, pero sí con un toque de: “si te hacen daño me lo cargo”. Ese toque… Pero no quería dejar mi vida atrás. No cuando la decisión de con quién pasaría el resto de mi vida estaba tan cerca.

—Acabo de leer toda tu respuesta en tu cara. —me dijo. —Quieres venir, en parte, pero por otra quieres dejarlo todo asentado aquí. ¿Qué te parece si te doy un año de margen? Uno, o dos. Sin prisas. Tú esperabas que montase una sucursal aquí y te enchufase, pero si no fuera así, podrías venirte conmigo. Como sea, yo me intentaré asentar allí y tener un mínimo de éxito. De esta forma, si fracaso, podría probar otra cosa y tú no te implicarías ni lo sufrirías. Y si triunfo, pues ya está hecho. ¿Te gustaría?

Sonreí. Reí, de hecho.

—Me encantaría. —pensé… —Quizá la respuesta no se demore tanto como piensas.

—Bueno. Sé que odias otras lenguas, conque no te presionaré. Y hablar alemán debe de ser muy duro para ti. Así que… Me aferraré a la esperanza de verte pronto.

—¿Cuándo te vas?

—En un mes. Ahora sí que sí. Tengo el vuelo comprado.

—Mierda… —dije yo, saltando de la silla y rodeándolo con mis brazos.

—Sí, mierda… Deberías cuidar tú a Maya como yo te cuidaba a ti. Me avergüenza no estar ahí para ella como lo estuve para ti.

—Pf, pues no sé si me pilló anoche con Onai…

—¡¿Qué?!

—Sí. Es que se vino a dormir conmigo y… —se lo conté por encima. Escribir cómo se lo conté me pone más colorada de lo que ya estoy al recordar.

—Jooooder. Mira yo que he follado en todos los lados. Pero lo tuyo…

—Lo-lo siento…

—Es alucinante. ¿Cómo te concentrabas?

—¿Eh?

—A ver. Hacerlo delante de Maya fue nefasto, horrible, asqueroso. Podríais haberla liado. Imagínate que le salpicáis alguno de vuestros fluidos. ¡Es una puta cría aún! Pero bueno, estabais cachondos. Es entendible. Ahora. ¿Delante de nuestros padres? ¿Tomaste la idea de lo que te conté?—se rio a carcajadas. Nuestra madre se asomó para ver de qué nos reíamos tanto, buscando ella misma reírse. Nada, mama. Que resulta que ayer follé delante de ti y ni te enteraste. Pero, un buen resumen fue: “Cosas de hermanos”. Se marchó, decepcionada. Parecía triste también. Joder, todos a mi alrededor lo estaban. Sería el clima. Excepto a mí. A mí la lluvia ya me encantaba.

Le di el último sorbo al tazón cuando mi hermano me dijo:

—Oye… ¿Dónde crees que habrán sido los sitios más perturbadores donde lo hayan hecho nuestros padres?

—Jajaja, no sé. Si fuesen otros diría que en la cama, rezando antes de hacerlo, jajaja. Pero les conozco bien. Son como nosotros. Fijo que donde les pillase el calentón.

—Tienen cara de haber follado hasta cagando.

—Toma burrada. ¡Jajaja! —reímos como descosidos. De nuevo madre asomó. Mi hermano se dio cuenta de sus ojos tristes, y le dijo:

—Mama, ¿cuál ha sido el sitio más raro donde lo hayas hecho? Con papá, eh. A mí no me vengas con otros novios.

Se ruborizó, endureciendo los labios, poniendo cara de pájara, y dijo:

—En el cuarto de mis padres. —normal. —Con ellos al lado. —¡pum! Ahí sí que explotamos a reír. Se ve que lo heredamos de ellos. Deseé que mi padre no nos hubiera oído. Porque si no, relacionaría la anécdota con la risa y con la imagen de ayer. Que aunque estuviera recién despierto bien pudo ser verdad. De hecho lo era, qué coño…

Mensaje de Onai.

“Ns vms d compras hoy??”

“Sí. Pero me tienes que enseñar lo que tienes de ayer”

“No t gustaria…”

“¿Por qué?”

“Onai está escribiendo…”

Venga ya, joder. Me puse nerviosa. Me olvidé de mi alrededor, mirando solamente el móvil. Me hipnotizó por completo. Y eso que mi madre se me puso a hablar de una comida y de mierdas a las que no prestaba atención. ¿Por qué coño dijo que no me gustaría?

“Onai – en línea”

¡¿Qué?! ¡¿Has dejado de escribir?! Le di a la pantallita del móvil a ver si es que no me llegaba a mí el mensaje o si estaba fallando el maldito chat, hasta que volvió a poner:

“Onai está escribiendo…”

¡Vamos, no m…!

“Xq era el traj d bodas”

Punzada en el alma. Me quedé pensativa. Si reaccionaba mal, sería una mujer celosa más. Y no debería estarlo. Así que le di vueltas hasta que le dije:

“¿El que usarás conmigo?”

“Onai está escribiendo…”

¿Por qué coño tardas tanto?

“Jajaja”

Y todo para un puto “jajaja”.

“xD” le puse. Sí, ese “xD” en el que piensas: ¿habrá sonreído de verdad o lo puso por compromiso? Yo lo que quería era un: “No, mi vida. Contigo será un traje más bonito que éste, el cual lo usaré para limpiarme el culo”. Apreté el móvil con la mano.

—Lo vas a romper, bestia… —me dijo mi hermano.

—Argh. Los hombres a veces sois imbéciles.

—Las mujeres a veces exigís demasiado. Y tú no estás en posición de exigir.

Le iba a replicar, cuando alzó el rostro, retándome. Pfff. Me enfureció, pero tenía razón. Yo había sido una puta, y no estaba como para pedirle a Onai cosas que yo no hice por él. Me relajé.

—A veces me dices cosas que odio escuchar, pero que son las que necesito escuchar. —le dije.

—Calla, calla, anda, que al menos has salido normal. ¿Tú sabes cuánto tarda una mujer promedio en reconocer que no tiene la razón? Si es que lo hace, claro. Le da la vuelta a la tortilla y… Calla, calla, calla… —deliró, como recordando alguna relación tóxica. Me reí.

—La reconozco contigo, porque eres mi hermano. Fijo que eres mi novio y no te la doy.

—Mira que sois malas, ¿eh?

Le saqué la lengua, pícaramente. Entonces me di una ducha y me vestí. La tormenta se aproximaba cada vez más. Me despedí de mi hermano, que se quedó en casa con mis padres, esperando a Maya para pasar la tarde con ella, y bajé a la calle. Onai me recogió en coche. No tardó en acelerar y dejar el barrio atrás, seguramente para evitar miradas, cotilleos, o información que le pudiera llegar a su familia.

—Todo acaba sabiéndose siempre. —me dijo en el coche. —Nos descubrirán si quedamos así. No sé por qué he aceptado.

—Porque deseas estar conmigo, acéptalo.

Sonrió. Me encantaba su sonrisa.

—Sí, tienes razón…

—Oye… —nos metimos por carreteras, yendo a otra ciudad, una a cincuenta kilómetros. —¿Qué tal conduces con lluvia? —le pregunté.

—Bien, sin más. Con un poquito de cuidadín, ¿por?

Le sonreí.

—¿Y si te hago una paja mientras conduces? —le sobé el pantalón. Se endureció en el acto. Bajé su bragueta y saqué su polla dura. No se detuvo. El coche tembló un poco. Eso le daba emoción. No podía concentrarse en la carretera, pero tampoco en el sexo. Le vi vulnerable. Por fin no era yo. Sonreí malévolamente.

—Ay, no seas malita. —me dijo. Vaya “ay” fue aquél. Su pene no lubricaba como otras veces. Entonces le dije:

—¿Y si te la voy chupando?

Bajé mi boca hasta su polla. Me la metí en la boca hasta que tocó la entrada de mi garganta. Me la saqué y se la agité con frenesí. Él frenó el coche. Entonces lo solté. Negué con la cabeza:

—Si no conduces, no hay mamada.

—No seas mala, o paro y te violo.

Me reí.

—No eres capaz.

Me miró con cara de hacerlo. Lo temí. Sí que era capaz, porque él sabía que en cuanto me agarrase con fuerza dejaría de ser violación, ya que yo lo desearía.

—Vale, vale. Lo eres. Pero entonces no te la chupo en un mes.

Su rostro parecía el de un cachorrito abandonado. Metió primera y puso al coche en marcha otra vez. No había mucho tráfico. Eso le daba facilidad a la hora de conducir. Bajé hasta su polla y me la metí en la boca. Aquella vez mi cabeza bajaba y subía conforme agitaba su rabo. Mi lengua no dejaba de jugar con su glande. Le daba golpecitos. Su polla se movía en mi boca, estremeciéndose de placer. Yo no sabía qué estaba pasando en la carretera. Simplemente me centraba en la mamada que le estaba haciendo. En una de esas me la metí casi entera en la boca. Saqué mi lengua hasta alcanzar su escroto y acariciarlo con la punta. Su polla se movió tanto en mí que casi me provoca una arcada. Pero eso me gustó. Al separarme para coger un poco de aire la saliva se quedó impregnada en su rabo. Hilos de ella entre su piel y mi boca flotaban en el aire, cayendo en su pantalón. Me sequé con un pañuelo los que quedaban.

Miré el tráfico. Había una cola hasta una rotonda. Coches nos rodeaban. Podían vernos. Se oían rayos. La lluvia era intensa. Podía tapar el interior del coche. Aproveché aquella ocasión para comérsela hasta que eyaculara. Volví a meterme la polla en su boca y se la agité, enroscando lo que podía con la lengua. Dejó el coche parado mientras el orgasmo le llegaba. Los coches de atrás pitaron. A él le importó todo una mierda. No dejaban de pitar, de enfurecerse. Si no fuera por la lluvia alguno se habría bajado para llamarnos la atención. Los corazones se nos aceleraron. Su polla se iba haciendo más y más gorda en mi boca. Estaba realmente robusta. Fue a intentar avanzar con el coche, pero le resultó imposible. Le llegaba el orgasmo. Estaba corriéndose. Sentí su semen inundando mi boca. Dejé caer la mitad, mientras que la otra me la tragué sin detener mi mamada. Bajaba, subía. Bajaba, subía…

Se estuvo corriendo durante veinte segundos seguidos. Semen no dejaba de brotar de él. Me separé un poco y rematé el orgasmo masturbándolo. Me había quedado sin aire, y él también. Suspiró como si se le fuera el alma en ello y de inmediato metió primera y avanzó con el coche.

—¿Desde cuándo a Onai le importa la opinión ajena?

—Desde que no quiero que nos pillen. —me dijo, asustado. Me reí. Por primera vez fui yo quien tuvo el control sobre él. Limpié los restos de saliva y de semen de mi cara y a él lo dejé con la polla fuera, sucia, pero dura aún. Detectó de reojo mi mirada clavada en ella. —¿Qué? ¿Qué quieres? Me has dejado demasiado cachondo.

—Entonces follaremos en los probadores.

Y aceleró el coche como si no hubiera un mañana. Nunca antes había visto a un hombre tan deseoso de hacer la compra con una mujer. No, nunca. Me encantó verlo a mi merced cuando solía ser él quien me dominaba. Por fin fui yo la dueña de su cuerpo. Le dediqué una sonrisa.

—Eh… —me miró. —Tienes un poco de lefa en la nariz.

—¿Hm? Oh…

Bueno. Él también me dominaba un poquito. Al fin y al cabo fue quien se corrió en mí. Y yo fui quien no se pudo resistirse a comerle la polla…

 

Siguiente