Estábamos en su restaurante favorito. Aquél oculto en el bosque, con una cristalera que ofrecía vistas a un paisaje de ensueño. Me miraba a los ojos con una sonrisa y me dijo que se portó borde conmigo y que no lo merecía. Y al rato me preguntó que si el compromiso seguía en pie.
—Sí.
Dije yo. Exacto, otro sí. Otro cínico sí. Fue seco, sin emoción, ya que mi mente estaba en otro sitio y empezaba a sentirme realmente mal por aquel doble juego. No, juego no. Según Onai ya no lo era. Por aquel doble bando, aquella dualidad. Aquel… malestar. Le dije que me casaría con él cuando a Onai le prometí estar con él y con nadie más. Yo era… basura. Era… lo peor que podría haber sido nunca, pues dos horas después me hallaba haciendo el amor con Eric, estando yo encima de él. Pero aquella vez no llegué al orgasmo. No importaba lo bien que él lo hiciera. Mi corazón se cerró por completo. Regalé mi cuerpo en dos ocasiones sin quererlo yo y arrepintiéndome en el acto. Yo… Yo ya no sabía qué estaba haciendo.