Estaba atontada, en la calle mirando al cielo, recibiendo las gotas de la lluvia sobre mi rostro. Había salido a por el pan. Por dar una vuelta, sobre todo. Pero ya me había cansado. Tan pronto puse un pie en la calle, me cansé. Y me quedé paralizada mirando al cielo. Echaba en…

El móvil vibró. Mi alma fue dividida en dos. Por una parte me atraparon unas ansias enormes de cogerlo. Por otra, quise olvidarlo. Mi mano izquierda bajó hasta el pantalón y se fijó en quién era. Jenny. Era un mensaje por WhatsApp. Suspiré. ¿Hacía cuánto que no hablábamos? Parecía haberse olvidado de mí. Le di para abrir la conversación y leí sus mensajes.

“Shosho, ¿k s d ti? Yevamos pila tiempo sin ablar”

 “Desde que os tirasteis a mi hermano, más o menos”

“Jajajajaj si xdddd ia t dije k m iba al pueblo una temporada”

“Ni lo recuerdo”

“Muxo ciego akella noxe. Y la laura??? NO ta dixo na?”

“No, tampoco. ¿Contigo no habla?”

“Si xro lo justo. Creo k la da berguena dsd l trio xddd”

Interpreté a “berguena” como vergüenza. Me reí por su ortografía. Joder, no cuesta nada escribir bien. Una cosa es abreviar o equivocarse y otra escribir así. Pero no quise atacarla. Ella era… así. Una chica de barrio. Era el estereotipo del que yo quería huir. Y, aun con todo, era una de mis mejores amigas. Una de las que quedaban con el tiempo, aunque nos separásemos y distanciásemos. Di un paso hacia atrás para refugiarme de la lluvia. Me siguió hablando:

“Y ka pasao en el grupo?? Tods s an ido”

“Ni idea, tampoco. Será por no aguantarme”

“Pfff. Vamos a kedar y m cuentas todo”

“Vale” escribí sin ganas. Me había alegrado hablar con ella, pero no me apetecía salir del confort de casa. Ese refugio que yo había creado para aislarme. Esa burbuja impenetrable. Pero no quería decirle que no. Me vendría bien, supuse. Al día siguiente quedaríamos para hablar. Insisto, cero ganas. Fui a por el pan, arrepintiéndome de haberle contestado. Tendría que haber dejado el móvil en modo avión. Pero, siendo sinceros… deseaba que Onai o Eric me hablasen. O los dos a la vez.

Rasqué mi nuca. Apenas quedaban cuatro días para que me secuestrasen y yo ahí estaba, ignorante, comprando el pan. Era… curioso. Un segundo puede cambiar toda tu vida sin apenas predecirlo ni quererlo. Y cambiarla de forma que no vuelvas a ser la misma. Aunque ahora no pienso en ello. Ni siquiera cuando me secuestraron me asusté. Lo que me cambió fue lo que vino después. Toda la oscuridad y… fatalidad… y…

 

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