Creo que me sumí en una depresión. Aunque estuviera con Eric, aunque nos refugiásemos bajo las mantas junto a la chimenea, aunque nos abrazáramos… se sentía frío. Congelante. Más frío que estar desnuda bajo la lluvia a las dos de la madrugada en mitad de Enero. Más frío que la propia muerte.

No soporté mucho más la distancia a pesar de tenerlo tan cerca. Preferiría estar sola durante un mes entero sin él que estar con él y sentirlo tan lejos. Prefería estar… sola… Preferiría que se fuera de viaje a que me diera besos vacíos. Opté al final por decirle que me iba a ir unos días con mi hermano, que me necesitaba. No se creyó mi mentira. Ni yo me la creí. Lo mejor era estar separados. Fui a casa de aquél y me recibió con los brazos abiertos, estrechándome entre ellos. Él sí que estaría ahí, queriéndome siempre. Y me alegré. Ajusté mi cabeza en su pecho y cerré los ojos. Estaba destrozada. Había sido la ida de Onai, no cabía duda. Pensé que siempre estaría ahí, aunque no fuera como mi novio ni mi amante, pero no. Al final se fue. Al final lo perdí. Al final… todas mis esperanzas murieron. Porque no sólo lo perdí a él, sino a Eric también. ¿Cómo? No lo sé. Lo más probable es que sus padres le hubieran prohibido que nos casásemos y por eso me trataba tan distante, para que fuese yo quien se alejara y así no quedar él como el villano.

Pero eso no hacía más que destrozar a mi corazón, debilitado y frágil. Lo que quería era evadirme. Mi hermano me pidió estar con ambos para ser feliz. Ahora no estaba con ninguno y era la mujer más desgraciada de la faz de la Tierra. Me refugié debajo de una manta, con la persiana casi cerrada del todo, mirando y escuchando a las gotas morir contra el cristal. Fue la única forma de consolarme, además de ver a mi hermano trayéndome algún que otro té u obligándome a ducharme y a hacer algo juntos. Fue mi apoyo. Aunque yo no lo quisiera, en el fondo sí que lo deseaba. Aunque yo intentase espantarlo, en el fondo lo agradecí enormemente. Creo que fueron los días más oscuros del invierno. Días que parecía de noche a pesar de ser las dos de la tarde. Días que yo pensé que iban entrelazados con mis sentimientos. Pero no, qué va. Yo sólo era una mortal más. Una estúpida que había jugado con dos hombres para al final perderlos. Aunque mi hermano tenía razón en una cosa… Onai volvería. Y yo podía irme con él. Huir, fugarme. Vivir la vida del fugitivo. Nadie nos perseguiría, podríamos empezar de cero. Lejos del barrio, lejos de…

De nada. Quería acabar los estudios. Quería hacerlo bien. Quería buscarme la independencia por mí misma y que nadie me regalase nada. Quería ser libre por mis métodos, no por exigencias del guion.

Pero de eso va la vida, ¿no? De que no todo puede ser como una guste. De tener que tomar decisiones que no quieres para intentar buscar esa tan ansiada felicidad. Lo cierto es que no necesitamos nada para ser felices. Nos engañamos con que necesitamos amor, dinero, salud. Son… felicidades pasajeras. La búsqueda del bienestar constante del ser humano. Mi felicidad era mi hermano, por ejemplo, y estaba desaprovechando los días junto a él, tirada en la cama llorando por hombres, tomando de la medicina que yo misma me había suministrado.

 

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