– Así que te atraigo, ¿eh? —me preguntó mirándome a los ojos fijamente. Acaricié su mejilla con ternura y le confesé:
– Un poco. —no podía mentirle. No, no más mentiras. Al menos no a él.
– ¿Y cómo es eso?
– Tonterías de niños. ¿No tuviste tú el síndrome de Edipo de pequeño?
– Sí, pero eso es algo normal en la infancia. Además simplemente fue porque padre estaba trabajando y me sentía más protegido por mi madre.
– Pues ésa es tu respuesta.
– Ya no eres una niña.
– Sí que lo soy. Estoy jugando a dos bandas con dos hombres. Con sus sentimientos y sus ilusiones. Y eso es deplorable.
– Volvamos a lo que nos atañe. ¿Por qué te atraigo? —me puse colorada. Mis ojos se apartaron de los suyos:
– Yo qué sé. Vienes tras cuatro años echándote de menos, te veo cambiadísimo, creo que me he perdido partes importantes de tu vida y encima eres quien me protege cuando más lo necesito. Entre una cosa y otra he tenido sueños raros. Ya está, es sólo eso.
– Idiota. —me dijo acariciando ahora él mi mejilla. —Aunque te hayas perdido esas partes, tú eres la más importante. Por eso estoy aquí, ¿no?
– … Yo… —empecé a hacer sonidos con la garganta intentando hablar, pero ninguna palabra era la apropiada para ser dicha. Nuestros ojos se miraban con más afecto que nunca.
– La verdad es que yo también me he sentido atraído por ti. Siempre fuiste mi hermana menor a la que tuve que proteger pero que no supe, y me he sentido en deuda contigo. Eres la luz de mis ojos, ¿lo sabes? Quiero que siempre seas feliz. Quiero que siempre tengas una sonrisa en tu rostro. Quiero que te levantes con ganas cada día y te vayas a dormir satisfecha. Quiero que borres de ti todo mal y odio y sólo haya luz. —me robó un beso. Aquello sí que fue un beso bandolero. Aquello sí que fue una sorpresa. Sus labios se juntaron con los míos en apenas un segundo. Se deslizaron a través de los míos, impregnándome de su húmeda y cálida saliva, y se separó de mí. Desearía que ese momento hubiera sido eterno. Quedarme anclada en su beso por la eternidad. Desearía haber muerto para conservar ese recuerdo para siempre. Desearía que me hubiera hecho suya inmediatamente después. Pero fue efímero. Yo supe lo que significaba aquel beso. Derramamos lágrimas mientras nos acariciábamos. Una él, una yo. Y juntamos nuestras frentes, quedándonos en silencio.
– Lo siento. Por dejarte. Si te hubiera traído conmigo quizá…
– No, yo habría sido una carga. Sólo… no te vuelvas a ir tanto tiempo. No sin al menos volver alguna vez.
– Vale…
Nos sonreímos. Cómplices, como sólo dos hermanos pueden ser. Aquel beso supuso el final de lo que podría haber sido, pero que nunca fue. No fue un pico dado entre dos familiares, ni tampoco un beso pasional entre dos amantes. Era un beso entre hermanos. Un beso que sellaba lo que estaba prohibido y mal mirado.
– Capricho pasajero. —me sonrió.
– Capricho pasajero. —respaldé, también con una sonrisa, un tanto frustrada.
– Sabes… He leído sobre tantas religiones y he visto tantas culturas que sé que podríamos vivir felizmente en alguna de ellas sin que lo nuestro fuera visto mal. Genéticamente sí, porque al reproducirse hay más probabilidades de que el hijo salga mal, pero el tenerlo mal visto es simplemente una respuesta de la naturaleza para evitar que se haga. La cosa es que hay cientos de psicólogos que nos dirían que está mal, y cientos de personas que dirían lo mismo porque se les ha educado de una forma en la que no ven más allá de sus narices. No me importaría el mundo entero, pero sí que me importas tú. Me siento realmente atraído por ti en ocasiones, pero no puedo concebir la idea de hacerte el amor, de salir dados de la mano, de besarnos y cogernos con ganas.
– Lo sé. No hacía falta la explicación. El beso me lo dijo. Y yo también lo sabía. Son los sueños, ¿sabes? Y la carencia de un guía. Eras mi todo antes de irte. Padre trabajaba a destajo hasta que le echaron, y yo sólo te tenía a ti como referente paternal. Eras el mayor. Dejaste un vacío en mí, volviste, me protegiste y yo me quedé boba porque estoy en un momento de flaqueza emocional.
– Ya, ve y cuéntale este beso a la gente. Nos llamarán asquerosos, repugnantes, herejes…
– ¿Y?
– Que cuando me voy de un sitio es porque huyo de la gente. Son los encargados de amargarte la vida. Aunque no quieras darle importancia a lo que piensen, al final acaba afectándote.
– Será nuestro secreto.
– No. Yo no quiero que sea un secreto. No hemos hecho nada malo. Y aunque lo hubiéramos hecho, yo no me avergonzaría. Porque ha sido contigo, y eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Enrojecí por completo. Lo peor es que en el fondo de mi corazón sabía que era verdad, que no eran palabras dichas por decir y enamorar. Le sonreí y le dije:
– Soy una estúpida, ¿verdad? Enamorada de dos hombres y de pronto me siento atraída por mi hermano.
– No lo eres. Lo más probable es que necesitases cariño y no supieras de dónde. Lo malo es que necesitas un cariño incondicional que venga de la nada y que tú no tengas que esforzarte para conseguirlo. Y ése es mi cariño, mi cariño de hermano. Pero en realidad lo deseas de un hombre ajeno.
– Hmpf…
– Sí, qué mal psicoanalizar a la gente, ¿no?
– Muy mal. Dime, ¿y por qué quiero eso?
– Tú lo dijiste. Te «faltó» padre, te falté yo. Al menos no te abandonamos cuando eras niña, pero me imagino que se deba a que has fracasado en algún ámbito de tu vida y te ha supuesto tal dolor que necesitabas apoyarte en alguien. En alguien ausente. Necesitas enfrentarte primero a tus miedos. Así madurarás, y podrás tomar una decisión.
– Vaya…
– Sí, vaya. De momento te aconsejo aprovechar el tiempo. Vete con uno, vete con el otro. No pierdas el tiempo, como hacía yo hasta que me fui de casa. Aprovecha la excusa de que no has madurado y equivócate una y mil veces, porque luego ni tú misma te permitirás fracasar.
Interioricé sus palabras y sonreí. Entonces tomé una decisión. Desbloquear a Onai. Miré a los ojos a mi hermano y en una sonrisa nos dijimos todo.
– Gracias… —dijo mi boca. Y me besó otra vez. Pero esta vez en la frente.