Pasamos la tarde en su casa, en casa de Jenny. Laura, ella y yo. Las tres juntas, como en antaño. Jugamos a las cartas, a algún videojuego y vimos una película chorra mientras bebíamos y nuestras capacidades mermaban. Afuera llovía y no nos apetecía ir a un bar. Y, tras tres horas hablando de tonterías llegó el momento en que la Jenny me soltó:
—No sé por qué coño te picas si te has estao tirando al buenorro ricachón.
—¿Eh? —dije yo con los reflejos atrofiados. —Ah. Ya, ya lo sé. Soy estúpida. Sólo me dolió porque no me dijo nada.
—Ni le has dao tiempo a explicarse, shosho. Fijo que te ha dejao mil mensajes en el waxap.
—Lo bloqueé.
—Muy mal. —dijo Laura. —Se ha estado rallando bastante, ¿sabes?
—¿Onai? ¿Rallándose? —pregunté intrigada.
—Sí. Ahí donde lo ves. Apenas sale, apenas canta, apenas hace nah.
—Ya ves, loca. —dijo Jenny. —Apenas le he visto dos veces así.
—Ya ves, tía. —dijo Laura. Y yo me quedé pensativa. Me había portado mal con él. Era de reconocer. —Además te fue a buscar pero no estabas. ¿Dónde te quedas?
—Ah, eso digo yo. —dijo Jenny.
—Con mi hermano.
—Se ha puesto buenorro, ¿eh? Le queda bien el pelo así.
—Yo me lo tiraba. —dijo Laura.
—Pues conteneos, que es mío.
—¿Te lo quieres tirar tú o qué, cacho puta?
—Jajaja. No. —medio mentí. —Pero se irá. No os lo recomiendo.
—He dicho un polvo, no casarme con él.
—Ah, entonces haz lo que quieras. —me puse celosa. ¿Qué coño pasaba conmigo? Celosa de mi hermano porque me atraía, enfadada con alguien pensando que me ponía los cuernos cuando yo hacía lo mismo, engañando a un partidazo de hombre que estaba trabajando y que estaría pensando en mí. Vaya mujer estaba hecha yo. Vaya puta, directamente. Sacudí la cabeza cuando recibí un mensaje. Pensando en Eric me habló. Me dijo que en seis días ya estaría aquí y que deseaba verme. Suspiré. Otra vez de vuelta a elegir. ¿Quedaba con él, o con Onai para aclarar lo sucedido?
—Tía, no te ralles. —soltó Laura. —Hoy salimos de fiesta. Toma, bebe. Olvida a todos.
—A ver si voy a acabar con cualquier payaso.
—Entonces aumentas tu historial de cagadas. ¡Beeeebe!
Reí y le hice caso. Era noche de chicas. Intentaría pasármelo bien. Tener dos novios parecía una ventaja pero era más bien una putada. Al menos para alguien como yo, que le daba tantas vueltas y se preocupaba tanto. Pero, al fin y al cabo, era insincera y no aclaraba nada. A veces envidiaba a la gente de barrio, que sólo se preocupaba por vivir el momento y el resto no le importaba. Yo siempre preocupándome. Yo siempre comiéndome el tarro.
¡Hasta que dejé de pensar! Los efectos del alcohol eran más abundantes que las preocupaciones. Las acciones llegaban antes de pensarlas. El mundo se movía dando vueltas. El cuerpo temblaba, como si fuera a dormirse. A mis ojos les costaba centrar el objetivo. Eso era lo llamado ver doble, sí. A veces intentaba dar un paso hacia delante y, sin darme cuenta, lo había dado hacia atrás.
Lo malo no era llevar un pedo que pagarías con una resaca inmensa y quizás vomitando, sino que pasamos de escuchar Bob Marley a música de mierda. Por fortuna sólo fue un breve instante en el que la música aumentó de volumen en esa discoteca. Se accedía a ella bajando unas escaleras en mitad de una calle, y allí era… bueno, una discoteca. ¿Qué más descripción?
Las luces parpadeaban, deslumbrándome. Era cuestión de acostumbrarse, supuse. Pero no, era imposible. Pensaba que acabaría teniendo un ataque epiléptico. Me entró una arcada y fui al baño, donde hice un amago de vomitar pero nada salió de mí. Sólo un par de escupitajos. Al salir me miré en el espejo. Joder, estaba hecha mierda y acabábamos de bajarnos del taxi. Vi a una chica metiéndose un poco de coca. Me sonrió tras hacerlo y dijo:
—Ya voy entonada.
—Yo no sé cómo voy. No sé si siquiera estoy aquí.
—Girl, ¡yo estoy en las nubes! —bailó y salió riéndose. Yo detrás de ella. Las luces se habían calmado, ¡aleluya! Eché un ojo a la discoteca. La gente bailaba, gritaba, se enrollaban unos con otros. Un antro del pecado. Nunca me gustó mucho salir de fiesta. Las mujeres fatalmente maquilladas y borrachas, los hombres engreídos y drogados. Ella se creían divas, ellos donjuanes. Siempre la misma mierda. Miré hacia Jenny. Ésta sonreía, alzando los brazos y meneando la cadera. Se acercó hasta un grupo que había en la barra. Era gente del barrio. Temí que Onai estuviera por ahí. Pero no. Se había quedado en casa fumando hierba, dijeron.
—¡Vaya coincidencia! —dijo Johnny. Sonrió, pretendiendo ser seductor. Otro tonto más, pensé. Llevaba chupa de cuero con camiseta blanca debajo. El resto… El resto iba como siempre. Con sus chaquetas baratas y sus pantalones rasgados. Nunca cambiaban. Me sonreían. ¿Se contentaban por verme o se reían de mí? Me considerarían una fresca, estaba claro. Jenny y Laura se dieron cuenta de mi incomodidad y nos alejamos:
—Eh, no te ralles. Esto era noche de chicas. Podemos ir a otra disco si quieres. —dijo Jenny.
—¿Copas a seis euros, luces cegadoras, y los tíos del barrio? Sí, vámonos.
Reímos.
—¿A cuánto quieres las copas? —preguntó Laura.
—A cuatro, ¿no? Es decir, vivimos en una ciudad perdida donde apenas hay diez discotecas. Tienen que hacerse competencia, ¿no?
—A cuatro quieres ponerte tú, so guarra. —saltó Jenny.
—Jajaja, no seas mala.
Ya que surgió la conversación, quise sacarle provecho.
—¿Qué… Qué se dice de mí por ahí?
—¿Cómo? Naaah, tranquila. Nadie dice nada que no digan de nadie.
—¿Eh…?
—Sin más. Ya sabes cómo somos en el barrio.
—Que soy una guarra, ¿no?
—Todos nos liamos cada fin de semana con alguien distinto.
—Pero yo lo hago teniendo “pareja”.
—Estás confusa, no es que seas una guarra. —dijo Laura. —Además, lo dicen por decir. También lo dicen de mí. Todos somos unos putos guarros si nos ponemos así.
—Será…
Ya salimos de la discoteca. Estábamos en la calle, dirigiéndonos a otra, más trapajera pero con copas más baratas. Y quizá mejor ambiente.
—Hemos salido para no pensar. —dijo Jenny. —Asín que amos a emborracharnos y a desinhibirnos.
—Pero no demasiado que si no cogeré peor fama.
—Jajaja, peor que la mía imposible. Que hablen de ti dos días no quiere decir que vayan a hablar los días siguientes.
—Beh, qué coño. ¡Ámonosss!
Salimos gritando y dando saltos, yendo a la otra discoteca, donde acabamos dejándonos doce pavos en bebidas y tirando prácticamente la mitad. Bailamos y dimos tantos brincos que acabamos vomitando en el callejón de detrás. La verdad es que nos echamos muchas risas. Hasta que yo empecé a estar rozando el coma etílico. Qué mal me sentaba beber, joder. No sé en qué momento había escrito a mi hermano pero en una de ésas que se me fue la cabeza hacia atrás él fue quien me recogió entre sus brazos. Y mis ojos se quedaron anclados a los suyos, iluminándosenos.
—Hola. ¿Vas muy pedo?
—No sabes tú bien. Eh, pero me han metido ficha seis pavos y he pasado de todos ellos.
—¡Eeeeeh, Yanira! —gritó Laura. —Pero si es el buenorro de tu hermano.
Abel me ayudó a recuperarme y saludó apropiadamente a mis dos amigas. Lo peor es que las cogió de la mano, besándoselas mientras les hacía una reverencia, como un caballero de otro siglo.
—Saludos, hermosas.
—Ven, que te como entero. —dijo Laura atrayéndolo hacia sí y besándolo en los labios. Mi hermano no se soltó, sino que la agarró de la cadera y dejó a su lengua bailar. Un ataque de celos inconmensurable nació de dentro de mí. Era una bola de fuego ardiente que quería explotar y reventar. Pero entonces le agarró de la mano Jenny y también se lio con él. Mis dos amigas liándose con mi hermano. Yo… Estaba demasiado pedo. No sabía si era verdad lo que veía o qué. Lo peor es que hacía unos años lo criticaban, llamándolo friki, y ahora estaban más cachondas que unas monas con él. Y él… claro, era un fresco de cuidado, no iba a decirles que no.
—Vale, vale, chicas… —dijo separándose y riéndose. —Venga, os llevo a casa.
—¡Llévanos a la tuya! —dijo Jenny.
—¡Eso! —soltó Laura. —Noche de pijamas.
Mi hermano miró en mi dirección. Yo hice ademán de: “haz lo que te salga de la punta del rabo”, y él acabó llevándonos a su casa. Yo estaba tan pedo que no sé qué más pasó, pero al día siguiente me lo imaginé tras ocho horas mareada dando vueltas en la cama y habiéndome levantado alguna vez al baño a vomitar lo que ya no tenía dentro. Se había triscado a las dos. Mi hermano. Mi puto hermano. Con lo que odiaba las chonis y ahora se las follaba. Si no hubiera sido porque estuve luchando contra el alcohol en una batalla por la vida habría sido la peor noche de mi vida, pensando en lo que estarían haciendo. Mis celos no eran normales. Me tendría que haber alegrado, incluso. Y ahí estaba, maldiciendo mi estampa y…
—¡Buenos días! —me dijeron tan sonrientes en el salón mientras mi hermano hacía el desayuno.
—¡Hermanita! —“hermanita” me llamaba. Hacía un día te excitabas mirándome en toalla y ahora era tu “hermanita”. —¿Qué tal dormiste? Estarás deshidratada. Ven, desayuna.
Mis tripas rugieron. Me hacía demasiada falta lo que me ofrecía. Lo peor era ver a los tres entre sonrisitas cómplices y graciosas.
—Chica, —dijo Jenny. —porque era tu hermano, que si no habrías follado tú también.
—A veces me dan ganas de follármelo aunque sea mi hermano. —solté sin importarme nada. Consecuencias del alcohol. Incluso ellas se quedaron impresionadas. Y ni qué decir de él…
—Pos aprovecha, que vivís juntos. —rieron. Reí por compromiso, pero le eché una mirada a mi hermano que él entendió como que no era broma. Y sé que supo que yo tendría algún tipo de problema. Ahora quise que mis amigas no se fueran para evitar conversaciones incómodas.
—¿Qué tal el libro? —pregunté a mi hermano. No sé por qué me acordé del dios malvado.
—Mucha sangre. A veces en exceso. Me pone aprensivo, buh. —sirvió un desayuno que ya ni recuerdo. Sé que tenía huevos, quizá bacon. Parecía muy estadounidense, el típico que se ve en las películas que dices: ¿pero cómo les puede entrar eso a primera hora? O… ¿de dónde sacan la pasta para desayunar todos los días así?
Tuvimos diálogos de besugos. De los que no van a ningún lado pero que te entretienen y te echas unas risas. Contamos anécdotas del día anterior y a las dos horas nos despedimos. Lo peor es que él las llevó a sus casas porque llovía cosa mala. Al volver se me quedó mirando profundamente.
—Qué. —dije sin entonación. Me seguía durando la resaca. Boca seca, dolor de cabeza, mareo…
—Nada.
—¿Por qué te las follaste? Si decías que no te molaban.
—Orgullo, quizá.
—¿Orgullo? —pregunté arrugando el entrecejo. Él puso una canción de El Último de la Fila. Me pegó ese grupo por narices. Al principio les tenía manía, pero siempre que escuchaba a Manolo García me acordaba de él. Al final resultó imposible no buscar esas canciones para rescatar recuerdos perdidos.
—Sí. Ellas eran imposibles para un chico como yo de joven. Eran de las que se reían de mí y me criticaban. Y anoche retozaban y se retorcían de placer como a pocas he visto. El niño friki acabó metiéndoles la polla hasta el fondo.
—Joder…
—Es difícil… —entonó. —averiguar… si estoy loco o mareaaaaadoooo…
Joder, logró sacarme un suspiro. Mis ojos se empañaron de lágrimas. Me encantó su forma de entonar. Casi clava a Manolo García. Fue demasiado parecida.
—¿Cuándo coño aprendiste a cantar? —le pregunté.
—Me ha salido de coña. —rio. —Igual se me quedó algo de cuando salía con cantantes.
—Mucho sabes tú.
Me había recordado a Onai. Sólo la voz de éste me había cautivado tanto como lo hizo aquel verso de mi hermano. Y entonces quise ver al gitano. Hablar con él. Aclarar las cosas…
Aunque tenía otras que aclarar.
Y estaban enfrente de mí…