Su sorpresa fue una de tantas. Ya me iba acostumbrando, por así decirlo. Me llevó a otro de sus paseos por mar en barco. Me gustó, aunque no tanto como hubiera querido, ya que seguía dándole vueltas a lo que vi en el bar. Esto añadido a que las olas enfurecidas mecían al barco a su merced, mareando. Acabó pidiéndome disculpas, que no era lo que había pensado. No me importó mucho. Simplemente intenté ser lo bastante falsa con él como para darle mis mejores sonrisas. Rotas, pero sonrisas al fin y al cabo.
Los días pasaron monótonos a su lado. Me acabé divirtiendo, no digo que no. Es sólo que mi cabeza no estaba a lo que tenía que estar. Incluso cuando nos juntábamos para procurarnos placer no era lo mismo para mí. Él al final acabó dándose cuenta. Pensó que estaba cayendo en una depresión severa y profunda debido a que no me sentía útil. Y en parte era cierto. El ver que los días transcurrían y no hacer nada por cambiar el mundo era… frustrante. Acabé… resignándome, muriendo un poquito en vida, hasta que un grandioso día mi hermano me llamó para quedar conmigo. Apenas transcurrieron… seis o siete desde que me fui con Eric. Quedamos en un bar y me dijo:
—Buenas y malas noticias. Me quedo en España más tiempo, conque podremos vernos más de seguido.
—Oléeee. ¿Y cuál es la mala noticia?
—Ésa. Que no podré empezar a trabajar hasta Marzo, por lo menos.
—Nada, perfecto, entonces. Así podré verte más.
—Y otra noticia. He alquilado un piso en el Alto Fernández.
—¿Qué? ¿La urbanización esa de pijos?
—Sí. Ya sabes que soy un tiquismiquis con los vecinos. Me clavan cuatrocientos y pico euros al mes pero bueno.
El precio parecía normal si no hubiera sido porque aquélla era una ciudad lejana y remota, distinto a una capital importante del país, donde los sueldos y alquileres eran mayores. Me alegré un montón por él. Me dijo de ir a visitarlo. No lo pensé dos veces.
Era un segundo. Nada más entrar a la izquierda la cocina, estilo americana. Un salón grande y dos habitaciones a la derecha, junto a un baño también nada más entrar a la derecha. Era pequeño pero espacioso. Lo malo los colores, un poco oscuros. Eran entre azul y grisáceos. El salón simplemente tenía un sofá y televisión, aparte de una mesa a la izquierda. Claro, salón comedor que conectaba con la cocina. Lo que me extrañó fueron las dos habitaciones. Entonces aclaró la voz y me dijo:
—Cuando quieras puedes venir a quedarte. Sí, si te rallas o algo vienes y ahí tendrás una cama.
Sonreí, contenta por haber pensado en mí, y lo rodeé con mis brazos. Le di las gracias y un abrazo tan profundo que pude sentir a nuestras almas uniéndose. Volví a casa de Eric y le conté lo que había pasado. Él mismo tomó la iniciativa de decirme que me fuera con mi hermano unos días, a ver si cambiando el panorama podía retomar la simpatía con la que lo conquisté. Él aprovecharía para adelantar viajes de negocios. Me ponían de muy mala hostia. ¿Por qué tenía que irse tanto tiempo? Me decía que los terrenos en otras partes del país o en otros países le hacían ganar mucho dinero. No le puse pegas. Acabamos separándonos y yo yendo a casa de mi hermano, donde fui recibida con los brazos abiertos. Me propuso que pasásemos Halloween juntos. Yo no quería salir de fiesta, a lo que me dijo que él tampoco. Sólo nos quedamos en casa viendo la película de Pesadilla Antes de Navidad, entre risas y mimos. Entre recuerdos y sueños. Entre amor y respeto…