Demasiado loca. Demasiado estúpida. Le daba largas a Eric mientras me iba al campo de fútbol a ser follada por Onai. Así pasaron uno, dos, tres días. Repetíamos las mismas posiciones, pero aun así se sentía como si fuera la primera vez. Pensé que podría acostumbrarme a hacerlo durante todos los días de mi vida. Había seguido lloviendo a las tantas de la tarde, casi por la noche, pero ese día… Era un martes, creo. Había estado lloviendo ya más días de los que César me hizo esperar. ¿Eso vaticinaba un peor invierno? Se lo habría preguntado, pero no dejaba de ponerle excusas a Eric para evitar quedar con él. Y el martes… El martes llovió lo que no estaba escrito. Apenas se veía un palmo. Todo oculto por la lluvia. Onai me llamó, encendiendo una luz en su habitación. La que yo veía desde la mía. La apagó y la encendió varias veces, a modo de saludo. Sonreí. No me apetecía estar sola aquel día. Mis padres atontados mirando la televisión y mi hermana chateando con sus amigos. No es que fuera una tarde de juegos familiares, precisamente. Así que me puse una chaqueta, cogí un paraguas y con “disimulo” salí de casa. Lo digo entre comillas porque se dieron cuenta, aunque se hicieron los locos. Abrí el paraguas y corriendo fui hasta el portal de Onai, el cual me abrió. Subí hasta su casa. Cuando abrió la puerta no me espanté tanto. Aparte de un poco desordenado la verdad es que estaba fenomenal. Había un pequeño rellano, rojo, con luces discretas y un armario. A la izquierda la cocina, pequeña, con una mesa donde comería. A la derecha estaba un salón, también pequeño, con una estantería, televisión y sofá. Y justo enfrente su cuarto, el cual, también en tonos rojos, resultaba acogedor. La guitarra en una esquina, cortinas rojas, persiana medio bajada, lámpara pequeñita de neón junto a la pared, la cama estaba pegada a la pared contraria, un armario pequeño y un baño. Me cogió de la muñeca y me tiró a la cama, tumbándose encima de mí, retirándome el pelo. Había cerrado las puertas y la estufa calentaba la casa. Era un día frío, muy frío. Un día inusual a principios de septiembre. Pero él seguía en tirantes y bermudas, con su piel cálida y sus ojos exóticos clavados en mí.

—Mira que poner la estufa en verano… —dije yo.

—¿Y lo a gusto que estás? Además tengo la electricidad trucada, da igual lo que gaste. —me sonrió.

—Tienes que enseñarme ese truquito.

—Como quieras. Pero si te pillan te multan.

—Bueno, así no pasaré tanto frío en invierno. —yo seguía temblando. Él me amparó entre sus brazos, esperando a que se me pasase, pero no hubo manera. Al final se desnudó entero y se metió dentro de la cama, retirando las sábanas, invitándome a unirme. Me ruboricé al verle el miembro tan erecto. Me encantaba su polla. Estaba bien proporcionada. Me eché debajo de las sábanas sin quitarme la ropa, entrando en calor. Pero él no se contentó. Me fue desnudando poco a poco, clavándome a veces su falo en mi piel. Y, cuando yo estuve desnuda entera, algo me poseyó, pues lo tumbé en la cama y bajé hasta su miembro, dándole un lametón que le produjo vibraciones en todo el cuerpo. Reí, mirándolo. Él no rio tanto. Agarró con fuerza mi pelo y me metió la polla por la boca. Dios, estaba riquísima. Pero me sentí sucia. Todavía no se la había chupado ni a Eric y ya se lo estaba haciendo a Onai. Sin embargo, a pesar de sentirme mal no podía dejar de lamérsela. Mi lengua recorrió su falo desde el escroto hasta el glande, centrándome en éste, lamiéndoselo de izquierda a derecha y haciendo círculos en él. Joder, me estaba encantando comerle la polla. Me la metí hasta bien adentro y la succioné. El sabor a pene junto a un poquito de semen que expulsaba me volvía loca. Él echó el cuerpo hacia atrás y acarició mi clítoris. Yo no quería que me apartase aquella golosina tan jugosa y gruesa. La chupé como si fuera una piruleta. Estando encima de mí se giró para acabar haciendo un sesenta y nueve. Él encima de mí, lamiendo mi clítoris con toda su lengua de arriba abajo y su polla atravesándome hasta casi la garganta. Pero no podía centrarme en dar y recibir placer al mismo tiempo. Lo empujé un poco y lo coloqué sentado sobre la cama, poniéndome yo de rodillas para seguir chupándosela. Llegó un punto en el que se la masturbé al tiempo que entraba en mi boca. No pudo resistir el placer. Me empujó de hombros y me colocó a cuatro sobre la cama, volviendo las embestidas que tanto me encantaban. Creo que era mi postura favorita. Ser follada de esa manera hacía sentir el rabo mucho más grueso y potente de lo que ya era. Más que veloz, era consistente. En cada embestida se aseguraba que entrase entera y que sus muslos rebotasen contra las nalgas de tal forma que el sonido se escuchase como una bofetada. Gemía conteniéndome por miedo a que nos oyesen los vecinos. Pero me rugió. Como una bestia salvaje desenfrenada. Como un animal indomable. Me rugió, y yo no lo pude contener. Dejé escapar gritos de placer hasta que sentí que la retiraba y se corría encima de mí. No, no, tan pronto no. Necesito que sigas un poquito más. Sólo un poquito. Pero volvió a metérmela, sorprendiéndome. Me estaba follando con su polla, al igual que mi espalda, empapadas de su semen. El placer volvió. Mas yo no quise correrme. Me gustaba que la tuviera dentro de mí. Pensé que se le pondría flácida hasta que transcurrieron cinco minutos en los que la seguía teniendo dura. Me separé de él y me la volví a meter en la boca, a pesar de que el sabor había diferido para tener una mezcla de semen y mi vagina. Volví a chupársela con adicción y disfrute. Volví a chupársela hasta que sentí que se corría. Apenas expulsó cantidad. Tragué un poquito y otro poco cayó en la cama. Me empujó para tumbarme y lamió mi clítoris al tiempo que introducía sus dedos hasta presionar mi punto G.

Lo presionó con fuerza y rapidez. Una sensación de orinarme se apoderó de mí. Agarré las sábanas. Estaba… Estaba… Estaba eyaculando como nunca lo había hecho. Un líquido salía despedido de mi vagina al tiempo que el orgasmo debilitaba a mi cuerpo. Iba a gritar, pero tal era el placer que me quedé sin aire alguno. Siguió masturbándome mientras lamía el clítoris hasta que vio que caía sobre la cama desplomada, sin fuerzas. Se irguió y pude ver que aún estaba empalmado. Acercó su miembro hasta mi boca. Parecía que le había gustado. Le di un par de lametones mientras se masturbaba y expulsó lo poco que tenía sobre mis pechos. Nos miramos, derrotados, y nos sonreímos, atraídos…

Tras limpiarnos, él se tumbó a mi lado, encendiendo la televisión que tenía contra la pared. Giré mi cuerpo para mirar y él me abrazó por la espalda, sintiendo su pene en una de mis nalgas. Y lejos de asustarme me gustó sentirle tan cerca. Me gustó que su piel se fundiera con la mía. Me gustó que sus brazos me rodeasen y me amparase con todo su pecho, pegado a mi espalda. En la televisión echaban un concurso de preguntas, y afuera la lluvia caía contra la persiana. Parecía una situación perfecta. Una de ésas que deseas que dure para siempre. Que el momento se congele. Que el mundo deje de girar. Que las cosas dejen de importar. Solos él y yo, y nada más. Un momento en el que incluso morirse dejaría de importar. Y eso era lo doloroso. Ser tan feliz con él y que se fuera haciendo un hueco en el corazón del que desterré a Eric.

Y entonces una inquietud hizo a mi corazón latir más rápido. En el momento en el que empezaba a ser feliz la tristeza volvió. ¿Estaba condenada a no serlo nunca…?

 

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