—¿A que no costaba tanto? —me dijo el Chino dándole un sorbo a su copa, mirándome.

—No. —le sonreí por compromiso. Ahí estaba yo, por la tarde, mirando bajo un toldo la lluvia caer en un cálido día de verano. Era anti-bares total. Y restaurantes. Y todo. Si había ido con Eric era por la emoción de estar con alguien por primera vez. Esa emoción que te hace no pensar en nada. Pero cuando lo piensas fríamente ves que te estás gastando dos euros en una bebida que puedes conseguir en el supermercado por una décima parte de ese precio. Dicen que no es lo mismo, que en un bar sabe distinto porque estás con tus amigos y la gente que importa. Bueno, también puedes estarlo en casa. La cosa es que cuando estás en un bar no sabes qué gente va a aparecer, quiénes te van a sorprender, o quiénes te van a disgustar. Esa emoción era la que yo en ese momento no sabía apreciar porque simplemente estaba ahí por estar, bebiendo un té helado que me daba ganas de orinar pero que el lavabo sucio me impedía.

Los chicos jugaban dentro al futbolín, y las mujeres rajaban sobre unas compañeras de clase de Laura. Yo me sentí en mitad, sin saber hacia dónde ir, con quién hablar. Me sentí fuera de lugar. Y todo por haber dejado de salir con ellos. Miré a través del cristal a Onai sonriendo mientras hacía girar la barra que sostenía sus jugadores. Los músculos se le tensaban y su sonrisa destacaba del resto del cuerpo. Le di un trago a mi copa y me quedé un rato pensativa. Un flashback de mí retorciéndome de placer en casa pensando en él me llegó. Agaché la mirada, roja entera. La Jenny me pegó un grito que casi me deja sorda. Me obligó a contarles a ella y a las chicas todo lo que había hecho con Eric. Cómo era, que les enseñase fotos, y… esas preguntas absurdas que sirven para satisfacer su curiosidad, pero nada más. Les había comentado un poco así por encima mi relación con él, ahora debía pagar las consecuencias.

Una canción antigua sonó en el bar, recordándome a mi hermano. Me puso mal cuerpo. ¿Vendrías, aunque fuera en ese invierno que se anunciaba tan frío?

El viento sopló. Aunque hiciera calor, el viento era norteño y el toldo no podía protegernos de la lluvia desviada. Nos metimos en el bar. No me gustó seguir hablando de lo mismo allí y que Onai lo oyera. No sé por qué razón. Parece una tontería. Si en ese momento no éramos absolutamente nada, aun destinados a serlo. Creo que era porque yo le gustaba. Se le veía en su mirada, sí. Y no quería hacerle daño, a pesar de todo el coraje que me insuflaba.

Vaya palabrita que me he marcado ahí.

Otro trago. Y Onai me miró, dejando el futbolín tras perder la partida. Se quedó un rato con su mirada en mí, escudriñándome. Otra palabrita. Yo intenté apartársela, pero cada vez que mis ojos miraban hacia otro lado volvían a él. Infló el pecho y se armó de valor. Un paso hacia delante, luego otro, y cada vez más cerca de mí. Me miró con sus ojos moros exóticos y yo me quedé anclada a ellos.

—¿Qué? —le pregunté, sonando borde cuando en realidad estaba hipnotizada.

—Guapa. Si me dieras un beso te compondría la canción más bonita del mundo.

—No eres listo tú ni… —estaba diciendo, cuando quise yo hacerme más chula. Le di un beso en la mejilla. De pronto todos estaban mirándonos. ¿Qué sabían ellos que yo no? —Toma, tu beso. —le dije, ignorándolos.

—Jaaa, la paya. No eres la lista tú ni nah.

Me reí. Él se quedó sonriente mirándome. Relamí mis labios y me recogí el pelo por detrás de la oreja. Mierda, ese gesto que revela lo que no es. O lo que era pero yo me negaba a que fuera.

—¿Te hace un futbolín?

—¿Hm? No. No, no tengo ni idea de jugar.

—Va, que sí.

—No, no…

—Mira, —dijo en casi un susurro. —en una hora cierran el bar. Nos colamos y yo te enseño a jugar para que no te dé vergüenza, ¿te hace?

—Hm… suena bien.

—Vaya, ¿no te vuelves loca por irrumpir ilegalmente en un lugar?

—Nah, no creo que sea para tanto. —en verdad es que no le creía nada, pero tras una hora hablando de todo un poco y de nada en concreto, y de que cada uno se fuera a sus casas con el sol oculto en el horizonte, Onai me llamó y quedó conmigo en la esquina del bar.

—Mírala, al final ha venido.

—Hombre, es que quiero aprender. —le mentí. En verdad estaba nerviosa. No le veía capaz de hacerlo hasta que me lo planteé mejor. ¿Cómo Onai no iba a ser capaz de hacer algo tan nimio? ¿Y cómo es que yo seguía dándole bola? ¿Ya se me había olvidado que me masturbé pensando en él?

Se sacó una ganzúa del bolsillo.

—Le tengo pillao el truco. Es mu fácil. Meto esto y con un par de golpes se abre sola. Es una puerta mala. Pero sólo he robao un par de botellas alguna vez, na importante.

—¿Y la caja?

—No, que se enteran. Pero como no hacen inventario pos las botellas son más fáciles. Mira. —metió la ganzúa, o lo que fuese, y de un golpe la puerta se abrió. Sonrió y me dijo: —¡Pa dentro!

Y todo a la luz de una farola, que nos podrían haber descubierto en cualquier momento. Pero resultó tan fácil que me resultaba difícil de creer. Encendió las luces, se quitó la chaqueta y se fue a la barra, a servirnos un par de whiskies y sacar un euro del bote de propinas. Me lo lanzó para meterlo en el futbolín. Yo no sabía ni dónde se introducía. Usé un poco la cabeza y sumé uno más uno.

—Toma. —me pasó la copa. Puso un poco de música a un nivel tan bajo que apenas se oía. Música ambiental. Entonces se acercó donde los muñecos futbolistas. —Mira, coges la barra. Ven, mira. —se puso detrás de mí, cogiendo mi mano y llevándola hasta la barra que sobresalía de la mesa. Yo me reí.

—Vaya excusa más barata para ligar.

—¿Barata? He tardado cinco años en pensarla. —me robó una risotada. Me contuve debido a que si nos trababan nos podría caer una buena.

—Tanto tiempo para tan poco.

—Uh, qué mala. Aprecia lo que tienes. Es poco, pero es lo que eres ahora.

—¿Un gitano filósofo?

—No, vengo de recoger chatarra tras haber robao unos leuros después de una mañana en el mercado. Ahora me voy al tablao flamenco. —no supe si se había indignado o era broma.

—Muy gracioso.

—No soy todo lo que tú crees que soy. —le dio un trago a la copa.

—Ah, ¿no? Y por eso estamos donde estamos, ¿hm?

—Va, agarra los muñecos. Tú sólo dale a la pelota.

—No hay nada que enseñar. Si jugar es una tontería, ¿quién no sabe? Lo que no sé es cómo controlar la pelota.

—Entonces sigue mis movimientos.

Se puso al lado contrario y tiró la pelota al centro del campo. Con pases sutiles entre sus jugadores podía dirigir la pelota a donde la quería y darle la fuerza que necesitaba para metérmela doblada. Pensé en algo que no debía y me enrojecí. Yo era tan mala que me aburría.

—¿Ves? Si es que soy mala de narices. —le dije.

—Entrena los reflejos. Voy a chutarte la pelota desde atrás del todo. Tú tienes que mover la barra un golpe seco. Como si estuvieras en las rebajas, agarras un suéter y otra también lo tiene agarrado. Un tirón hacia atrás, ¿sabes?

—Jajaja, no soy tan histérica.

—Anda que no, que te alteras en cuanto hay un poco de ruido.

—Porque quiero tranquilidad.

—Todos los días no se puede, bonita.

Fruncí el ceño, enfadada. Él chutó con fuerza pero con una mayor tiré yo la barra hacia atrás, arrastrando el futbolín conmigo y saltando la pelota por los aires reventando una bombilla.

—Ups. —dije asustada.

—Woho… ¿Viste dónde cayo el balón? —preguntó con total tranquilidad mientras que a mí el corazón me iba tan rápido que pensé que iba a partir mi costillas.

—¿Y si nos han oído? ¿Y si viene alguien? Pero… Joder, mira cómo lo he dejado. Yo… yo…

—Shh, tranquila. —me abrazó para que me relajase. —Si tuviera que preocuparme yo por cada cosa que he liao no viviría tranquilo.

Menos luz en el bar. Un ambiente más íntimo. Él sonreía con la poca luz que había iluminando sus ojos verdosos. Y yo boquiabierta mirándolo, exponiéndome a él. Zarandeé la cabeza y le dije:

—Se fue pa’llá, creo. —fui a buscar la pelotita por debajo de una mesa. Extendí mi mano, recuperándola. Onai la metió, junto a las demás, en una de las porterías y movimos el futbolín con cuidado de no pisar cristales rotos.

—Mira, aquí no ha pasado nada. Como que reventó sola. Nos hacemos los locos y ya. Ahora miramos fuera del bar que no pase nadie y salimos como si nada.

—A ver, pero… Cuando cerraron el bar, el chico dio tres vueltas de llave. Al volver verá que no hay ni una. ¿No será sospechoso?

—Claro, por eso cambiarán la cerradura y se volverán locos mirando qué ha desaparecido, como las otras veces.

—Así que te traes a muchas aquí, ¿eh?

—A alguna que otra, sí. —me sonrió. —Calla, a ver. Espera, aprovecho pa llevarme esta botella. —cogió una de ron y otra de whisky. —Sí, ésta también. La cosa es venir aquí mañana mismo para que no sea sospechoso.

—¿No sería eso como reírnos en sus caras?

—Claro. Espera, que la farola parpadea. Cuando deje de hacerlo vamos.

—Okay.

—Ahora, amos.

—Go, go…

Salimos corriendo hasta su portal, donde nos metimos a toda prisa y nos quedamos mirándonos uno enfrente del otro en la penumbra, iluminados a duras penas por unos focos de bajo consumo.

—Breve pero intenso. —me dijo sonrojándome.

—Sí… —le sonreí tímidamente.

—A ver cuándo sales de fies conmigo.

—No es mi rollo.

—Entonces asaltaremos la discoteca a las once de la mañana, ¿qué te parece?

—Jajaja, buena idea.

—¿Quieres…? —alzó una botella y la señaló con la cabeza.

—No, tengo que madrugar.

—Oh, una cita con ese… Eric.

—No, es que si no madrugo me despierta el tonto del vecino.

—El puto Javi.

—Sí.

—Es más tonto que una castaña. Un subnormal de bicicleta. Siempre fumando pa hacerse el chulo cuando no le pega. Y yendo de fiestero. El típico al que ríes las gracias por compromiso cuando te estás riendo de él.

—¿Tú ríes a la gente?

—No, pero lo observo.

—Ah, ya me parecía. Con lo directo que eres.

—Sí. Oye, si sabes que soy directo entonces te digo que me pones burro y que ahora mismo te follaría brutalmente.

—Jajaja, sigue soñando.

—No quiero soñar, quiero algo mejor.

Miré hacia arriba, como pensando en algo. No sé por qué razón me dejé llevar por el morbo de la escena. Era de guarras lo que iba a hacer pero me daba una excitación que nunca antes había sentido. Algo así como prohibido, como tabú. Me retiré hacia atrás la chaqueta, me agarré las tetas y las estrujé hacia fuera del escote. Saqué parte de ellas, lo suficiente para ponerle cachondo y para que no se salieran del sujetador ni se viera el pezón.

—Sácame una foto, corre. —le dije. Le faltaron manos para ir a por el móvil. Tiró una botella al suelo, incluso. Hubiera partido y me habría descojonado. Parecía torpe para poner la cámara. Yo me sonreía por dominar al dominante de esa forma. Quizá era la copa que se había tomado, quién sabe. Me hizo varias fotos con flash mientras yo me mordía los labios y ponía cara sensual. Me coloqué los pechos y la chaqueta y le dije: —Ahí tienes material para una semana.

—Gracias, por fin tengo sustitutas a las fotos de la playa del Facebook.

—Jajaja, ¿en serio?

—Te he dicho que me pones jarto. —jarto significa un montón.

—Je. —sonreí, dando un paso hacia la puerta para irme hacia mi casa, pero él me interceptó y se acercó a mi oído.

—Y el día que menos te lo esperes te meteré todo el rabo hasta el fondo. —se echó hacia atrás y se marchó. En lugar de asustarme o asquearme, me excitó. Sentí flujos saliendo de mi vagina y ensuciando el salvaslip que protegía mi tanga. Me fui a casa y me metí corriendo a la cama a masturbarme, pensando en él tomándome en aquel portal, empotrándome contra la pared y dándome por detrás. Me puso mucho enseñarle las tetas y que me dijera aquello. Yo… ¿Estaba siéndole infiel a Eric? Los dos sentíamos algo el uno por el otro, pero no habíamos oficializado nada. El orgasmo me llegó en menos de tres minutos y me dejó tan relajada que dormí con lo puesto del tirón. Bueno, miento, porque me desperté más húmeda de lo que estaba cuando me acosté. Quería sexo.

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