Eric nos invitó a entrar. Yo estaba helada por el clima y por las palabras de aquel hombre. Parecía sabio y simpático, al mismo tiempo que perturbador. César se fue a la parte de arriba de aquel precioso lugar. Iluminado entera y únicamente con velas, con una mesa en medio y la chimenea encendida dando un calor idóneo. Todo tenía un filtro… anaranjado-rojizo. Se decoraba con cuadros, alfombras antiguas y cortinas rojas. La posada era de piedra, pero, en lugar de dar frío daba un calor amigable.

—Guau… —le dije impresionada.

—¿Te gusta?

—Me encanta. —otro rayo de fondo. Puso algo de música clásica, la cual no supe adivinar de dónde procedía. Me refiero el dispositivo. Miré a mi alrededor y no vi nada. Fruncí el ceño. ¿Y si Eric era un dios que podía obrar milagros? Como César había dicho. Quizá era su sirviente milenario. Llevaban generaciones viviendo juntos. Sí, sin duda el chófer era un demonio y Eric le vendió su alma a cambio de que siempre le sirviera. Y yo…

—¿Estás bien? —preguntó.

—Ah, sí. —parpadeé, espabilándome, volviendo al mundo real. —Es que últimamente leo muchas historias de terror. —le dije como si me hubiera leído los pensamientos. Él lo interpretó a que yo estaría asustada por los rayos.

—Leer no da el mismo efecto que ver. Yo me asusto más con una película que con un libro. —me cedió una silla cual caballero y se sentó enfrente de mí, llegando una camarera rubia con coletas muy guapa. No sabía qué pedir. Él lo hizo por mí. Quería impresionarme.

—Eso depende. Yo a veces me he tenido que meter debajo de las mantas tras leer una historia de lo sugestionada que me dejaba.

—La vista conquista más sentidos que el pensamiento.

—No coincido del todo. Porque cuando lees, puedes detenerte y quedarte pensando.

—Y cuando ves una película darle al botón de pausa.

—Pero interrumpes el clima en el que te había estado metiendo el director.

—Clima logrado a través de la vista y el sonido.

—Un libro dura más y deja mejor recuerdo que una película.

—Una película es más fácil de recordar que un libro.

—Depende de los sentimientos que te deje en ti.

Me sonrió. Con una sonrisa que de lo espléndida que era parecía de psicópata. Había sonado otro rayo del cual ni me había percatado hasta pasados unos segundos. Me distraje. Eric habló. Le tuve que pedir que repitiera lo que dijo:

—Que es la primera vez que veo a una chica defender tanto un libro.

—Y eso que apenas leo. Pero las veces que lo hago me enamoro.

—Por eso evitas leer. Porque te enamoras y no puedes dejarlo.

—Sí… —miré hacia otro lado pensando en que iba con segundas. —Lo malo es cuando lo dejas. Porque un libro sabes que tiene fin. Y una relación también, pero esperas que sea para siempre.

—Interesante. ¿Sabes que a mí también me gustan más los libros que las películas? Era sólo para ver tu opinión.

Sonreí, hasta que recordé:

—Mmm… Me suena que cierto caballero atractivo me prometió protagonizar un libro más erótico que…

—Lo sé, lo sé… —dijo sonrojándose. —¿Lo escribirás tú?

—No estaría mal, pero creo que no sabría captar la atención de la gente.

—¿Por qué?

—Mi vocabulario es escaso y no sé cómo podría mantener la atención del público. ¿Qué frases usar? ¿Qué argumento tendría? ¿Qué hay de emocionante ver la historia de amor de otros?

—Mucha emoción.

—¿Un hombre leyendo historias de amor?

—Jajaja, he leído de todo, querida. Te diré que las historias de amor suelen acabar en tragedias. Siempre hay giros argumentales, gente que intenta separar, conspiraciones…

—Pe-…

—Además, —me interrumpió. —puedes dejar tus experiencias ahí.

—¿Hm?

—Sí. Los libros no sólo entretienen, sino que enseñan. Podrás decir qué es lo que quieres enseñar. Por ejemplo, sigue tus sueños hasta el final, mmm… ten confianza en ti misma, eh… ve a pasear a la bahía… —reímos. —¿Sabes? Una moraleja.

—Sí, entiendo. ¿Pero qué podría decir de lo nuestro?

—Eso es algo que sabrás a su momento. Oye, igual tu destino es escribir. ¿Te has puesto alguna vez a ello?

—Hum… nope. Eh… No.

—Vaya. —rio.

—Ya ves. Alguna tontería sin más, pero nada serio.

—Tendré que inspirarte. Luego, tras la cena.

Tosí parte del vino que estaba bebiendo. ¿Quería follarme?

En serio, ¿un libro de sexo? ¿Yo? Oye, podría no estar mal. Pero… ¿qué de interesante tendría?

Ahora ya sé qué es lo que le haría interesante, sólo que en ese momento era una simple muchacha desorientada.

Y sé que a Eric no le haría ninguna gracia…

—Eh, pero yo he quedado… —dije para mí misma.

—¿Sí? Pensé que estaríamos toda la noche juntos.

—Bueno, es que prometí a los del barrio tomarme una copa y se me ha ido, pero si lo hago mañana no creo que se enfaden. No, sí que se enfadarán, pero…

—Ve. Sí, ve, luego nos podemos ver, ¿qué te parece?

Alcé una ceja.

—¿Me tomo la copa y vuelvo?

—Claro. ¿Qué te llevará? ¿Una hora, dos?

—Vale, bien. —le sonreí cuando nos trajeron la cena.

Escalofríos me empezaron a invadir uno tras otro. El frío aumentó por un instante en el que la puerta se abrió, entrando una ráfaga de corriente que por poco apaga las velas. Era un grupo de música que tocaría para nosotros mientras cenábamos. La clásica dejó de sonar y ellos, equipados con una guitarra, un saxofón y un violín, junto a una voz femenina, comenzaron a tocar. Tengo recuerdos muy bonitos de aquella escena. Junto al fuego, siendo iluminados por él, entonaron una melodía que nunca antes había oído. Ella joven, el pelo negro recogido y un vestido blanco espléndido, y el resto vestidos de esmoquin. Poco a poco los acordes iban hipnotizándome hasta el punto de que me olvidé de cenar. Me apoyé sobre mi mano y me quedé disfrutando de la canción.

La lluvia seguía afuera, con unos rayos que parecían ir acercándose. De un segundo para otro se me quitaron todas las ganas de tomarme esa copa prometida. Quería quedarme a su lado pasando la noche, celebrando mi cumpleaños como nunca antes lo había hecho. Él acarició mi mejilla y me abrazó, mesando mi pelo mientras mirábamos a los artistas deleitarnos. Cerré los ojos y me dejé llevar al mundo que me transportaban las notas. Era un mundo colorido, con cierto toque a melancolía. Como si hubiera sido el Paraíso de donde nacen las almas y al que vuelven una vez el cuerpo fallece. Y entonces vi a los dioses de los que César me hablaba. Iban, venían, reían, hacían el amor, se mataban, se añoraban. Vi a todos juntándose en uno. La música me había llevado a un trance meloso. Acaricié las manos de Eric mientras volvía en mí misma tras los músicos dejar de tocar. Tras un minuto de aplausos incansables fue música más ambiental que otra cosa. Pude centrarme en aquella cena.

Fue una velada perfecta. Pasaron dos horas en las que contamos anécdotas, reímos y nos deleitamos con la música. Entonces le dije que me quedaría con él. Despachó a los cantantes y a la camarera y cocinera. Subimos al piso de arriba, pagó a César, yéndose éste tras inclinar su cabeza. Al pasar a mi lado eché una mirada hacia atrás. Al verle yéndose me di cuenta de que sí que existían los dioses y que no sólo eran invenciones del inconsciente. Y vi uno de esos dioses en el dinero, el cual había comprado todo aquella noche, excepto esa chispa que nacía en mi interior y que llevaba el nombre de Eric grabado en ella…

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