Se escuchaba el ruido de las palmas a tres minutos de llegar a mi barrio, junto al de un cajón y una guitarra acompañando. La voz no se distinguía tan bien hasta que te aproximabas. Entonces ya podías saber quién era. Tampoco es que hubiera mucho repertorio. O era él, o eran él y sus amigos. Pero esta vez solamente era él cantando. Las venas de su cuello se hinchaban, junto a una de la frente, la cual estaba arrugada por el esfuerzo. Sus ojos cerrados, y su boca emitiendo una canción de colores flamencos acompañada de una melodía perfectamente sincronizada con sus compañeros. Me cabreaba bastante. Yo iba en leggins prietos, verdes, los cuales odiaba pero algún uso tenía que darles, una camisa blanca con escote y el pelo recogido. Hacía un calor impresionante. Y yo sudaba demasiado. Por desgracia para mí, llevar esas pintas hacía que mis… atributos de mujer botasen más de lo debido, más aún con mis veintitrés o veinticuatro años, llamando así la atención de todos esos hombres tan primitivos. Tan primates, mejor dicho, sí.
De mi frente el sudor manaba a chorros. Odiaba ese sol tan pegajoso de verano. No sé cómo ellos lo aguantaban. Cinco en el mismo banco, sentados en él o en el suelo, y alrededor otros cuatro más. Apenas dos mujeres entre ellos, con las que me saludé. Entonces él se detuvo. Detuvo su canción y me miró, sonriéndome. Odiaba su sonrisa.
—Buenas tardes, preciosa. Mucho calor llevas.
Torcí los labios con cara de: “idiota, que te den”, y giré la cabeza, toda soberbia y orgullosa. Él rio y retomó los acordes de su guitarra.
Aunque me esforzase en no hacerlo, me había fijado en él. Su nombre era Onai. Gitano de nacimiento, vino a vivir al barrio veinte años atrás, cuando yo tenía tres o cuatro, con…
Con…
No recuerdo con quién. Pero vamos, no es importante. De mi edad, a los quince años se quedó viviendo solo, manteniéndose con trapicheos y demás asuntos en los que yo no quería meterme.
Era sólo cuatro centímetros más alto que yo. Tenía buenos brazos, y abdominales, para qué engañarnos. Algunas veces, cuando el sol pegaba más fuerte, se quitaba la camisa y se quedaba abrazado a su guitarra echando la tarde o cantando, o comiendo pipas mientras bebía de una litrona.
Su cuerpo de un color moreno bronce, casi marrón. Sus ojos moros, de párpados caídos, color café profundo; aunque si te fijabas bien tenían un tono verde. Y, cuanto más le daba la luz, más verdes se ponían. Su pelazo negro entero. Si no fuera porque tenía un par de canas podrías perder tu mirada en ese pelo. Lo llevaba corto, con un poquito de melenillla atrás. Y un pendiente, a veces de diamante, otras de aro, en la oreja izquierda.
Lo que más me gustaba de él era su sonrisa. Ésa que aseguraba odiar. Tan pronto le di la espalda aumentó el volumen de su voz. Le encantaba picarme. Una vez, en un ataque de estrés, me asomé por la ventana y le mandé a la mierda porque se pasaba los días cantando, evitando que yo pudiera hacer nada. Me daban el día entre él y el vecino de al lado, llamado Javi, con su tecno retumbando por toda la casa…
Pero yo no podía aceptar que, mínimamente, me gustaba. No, yo me esforzaba por odiarlo. Yo me esforzaba con todo mi ser por ignorarlo. Pero él más me picaba. Sé que se sentía atraído por mí. Y que su mirada estaría pegada en mi culo, porque cantaba distraído, y cuando lo da todo cierra los ojos.
Llegué a casa. El barrio consistía en seis portales distribuidos como al arquitecto le dio la gana, siendo el mío uno de los que se hallaba en medio. Vivía en un tercero. Al entrar por la puerta vi a mi hermana pequeña, Maya, de once añitos, la cual iba de pared en pared como si estuviera borracha. Y simple y llanamente era por el calor acumulado. Su pelo era más claro que el mío, castaño.
La mierda del verano, sí. No sólo hacía tanto calor que te daban ganas de tirarte por la ventana, sino que cada uno hacía lo que quería. Claro, como estaban de vacaciones los chavales pues venga a tocarme a mí lo que viene a ser…
El de arriba con la música. Luego los de la calle. Otros dando gritos. En fin, no podía tener un poco de paz. Mi corazón me iba rápido, como si tuviera ansiedad. Era por no estar haciendo nada. Ni estudiando ni trabajando. Me desmotivé muy rápido, sí. ¿Y ahora qué? Llevaba ya unos meses sin hacer nada. Era aburridísimo. Ver series y películas. Poco más. Un par de vueltas con amigas y ya. Luego ellas se iban donde el grupito del banco y yo me largaba a casa por no aguantar a Onai.
No es que me cayera mal. Es que… me caía mal. Contradictorio, ¿verdad?
No, es que tuvimos nuestros roces. Él siempre me vacilaba, y yo me sentía incómoda, obviamente. Así que decidí pasar de él.
El resto…
Ya está. Ésa era toda mi vida. No hacer nada y dar un par de vueltas contando anécdotas. Algún fin de semana salía por ahí, hasta que los borrachos estaban tan borrachos que se atrevían a todo y se acercaban donde ti a intentar ligar. Y cuando te daban tanto el coñazo que te desesperaban era cuando sabías que te tenías que largar a casa. Total, para que te despertase uno al poco con su música asquerosa.
Puto Javi, de verdad.
Suspiré, mirando el ordenador. No quería encenderlo. Nada nuevo habría. Miré el techo. ¿Hacía cuánto que no estaba con nadie? Necesitaba un hombre. No por cosas del corazón, sino por aburrimiento.
Ja. ¿Quién me diría que al día siguiente lo encontraría?

 

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