Encontramos un pequeño hueco en mitad de la noche para vernos. Un pequeño hueco en el que nos dimos cuenta que de nuestros alientos emanaba vaho debido al frío en una noche de lluvia. ¿Era buena idea lo que estábamos haciendo?

—Tú a Johnny, yo a Sarai, ¿te parece? —me preguntó.

—No. No estoy muy segura. La cosa era que se liasen por gusto propio, ¿no? No por encerrona. Que Sarai se enamorase de otro. Podrías joderle la vida. Repudiada y sin nadie que la quiera.

—La mierda a veces sucede. Yo tampoco quiero casarme con ella. Y no tenemos tiempo para dejar que suceda por sí mismo. Así que forcémoslo.

Me dio un botecito pequeño. No sé qué tenía. Tampoco quería saberlo. Debía derramarlo entero en la copa de Johnny. Se me ocurrió una idea. Tan destructiva como original. Me metí a un bar y saqué las copas. Yo invitaba, para pedir perdón por no haber estado con ellos. Las distribuí y me lo agradecieron. Si supierais realmente la razón por la cual me acababa de gastar treinta euros no me sonreiríais tanto. Joder, iría al infierno. Habría un hueco especial con mi nombre. En un lugar apartado y oscuro, digno de traidores con buena fe. Se me revolvió el estómago. Estaba cogiendo frío, aparte de invadirlo de alcohol de garrafón. Tras quince minutos Johnny empezó a marearse. Jenny cogió su vaso y apuró lo que quedaba. ¡Horror! Era una víctima colateral. Onai lo vio. Casi se parte de risa allí. A mí no me hacía ni puta gracia. Sarai también estaba grogui. Los dejamos solos gracias al efecto rebaño. ¿Qué era eso? Bueno, tres nos íbamos a otra parte cuando animábamos al resto a irse también, quedándose solos aquéllos dos. Y fue cuando Onai saltó:

—¡Eh! ¡Se están liando! —girándose todos inmediatamente. No podían creer lo que veían. No que se liasen, sino que Onai lo permitiese.

—¿No te china? —le preguntó uno cuyo apodo olvidé.

—No mucho. Igual se enamoran y así me quito lo de la boda de encima.

Pero Onai no era tonto. Había elegido aquella carpa por una razón. No iba a esperar a que la suerte se lo diera todo hecho. No esperaba que después de drogarse y liarse al día siguiente estuvieran juntos. O que se enamorasen. No. Aquello se curaría con que a nadie se le fuera la lengua y Sarai pidiera perdón. A Onai no le valía la excusa de enfadarse, porque había dejado constancia de su poca propensión al matrimonio con ella. No. Por ello, se aseguró de estar cerca de su familia, de algún primo suyo que acabaría viendo cómo se comían los morros aquéllos. Y así fue. A los cinco minutos apareció un gitano enorme, con una tripa que salía de la camisa y una cara intimidante, de dos metros y pico de altura, con unos brazos gigantes, apartando a Johnny de un tortazo y amenazando a Sarai, diciendo que eso era de putas y más teniendo a su novio cerca. Sarai parecía no entenderle, como si estuviera en otro mundo. Onai apareció en escena para llevarse a su primo a otro lado y decirle que no pasaba nada, que él no se enfadaba. Pero aquél era uno de los de costumbres, de los que se ofendían. Con las mismas se fue y se acabó la fiesta. Unos increpaban a Johnny, otros a Sarai, otros a ambos, y otros a ninguno. Y entonces fue cuando me giré y vi al Chino y a Jenny liándose. Joder, ése también le dio un trago y yo ni me enteré…

 

SIguiente