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Capítulo XV
Orgullosa, siempre orgullosa. Ella odiaba que yo me hubiera gastado tanto dinero en su enfermedad, que yo me hubiera jugado tanto por su salud, y más aún en mi «estado». No quise contarle sobre el ojo de Horus. Creía que yo me había quedado tuerto para siempre, y estaba más apenada por mí que alegre por ella. Lo que más le dolía era que yo hubiera cargado con todo. Prometió compensarme. Dije que su sonrisa era suficiente compensación. Y sonrió, pero falsamente. Su alma era negra, ¿por qué?
Le pregunté qué me había perdido de ella durante todos esos años. O nació así, o se formó así. Quería averiguarlo. No me contó nada que no supiera, ningún secreto íntimo, o algún amor fallido. Agarré sus manos y la miré a los ojos:
– ¿Quieres compensarme? Cuéntame la verdad.
Suspiró. Miró hacia el suelo, y luego a mi ojo, y díjome:
– Salí con un chico unos meses, pero no funcionó la cosa. Era muy débil. Luego estuve con otro, y más de lo mismo. Y así cuatro. Ninguna relación fructífera.
– ¿Todos débiles?
– Todos débiles.
– ¿Como yo?
Nos quedamos en silencio. Mi pregunta nos hirió a ambos. Ella me llamó débil e inútil en una discusión hace mucho tiempo. Se disculpó por ello, pero sólo cuando vio que yo me había vuelto más fuerte y confiado.
– ¿Alguno de ellos te rompió el corazón?
– No… – miró otra vez al suelo.
– ¿Entonces? ¿Qué te sucede?
– ¿A mí? Nada.
– No te creo. Soy tu hermano, y aunque tenga un ojo te veo mejor que cuando tenía dos.
– ¿Y qué ves?
– Una mujer herida.
– ¿Una mujer?
– Sí, ya no eres la niña que eras.
Sonreímos. Hizo acoplo de valor, y me confesó:
– Me agrada saber eso.
– Estoy orgulloso de ti, lo sabes.
– Sí…
– Entonces, dime, ¿qué te pasó?
– Que tú te fuiste.
Sentimientos de culpabilidad me invadieron. Ella tenía razón. Cuando todo me pudo, me largué de allí. Hui de todo y de todos, sin importarme los estragos que causase. Y entonces tenía que pagar por mis errores. Había abandonado a una niña que se había convertido en mujer en la ausencia de su hermano mayor. Maldije mi estampa, apreté mis puños, y contuve una lágrima, pero ella me abrazó, y dijo:
– No pasa nada, te comprendo.
– Lo siento… – y derramé la lágrima.
– No pasa nada. Volviste cuando más te necesitaba, ¿a que sí?
– Sí.
– Pues ya está, no le des más vueltas.
– Entonces no me debes nada. He pagado por los crímenes del pasado.
– ¿Crímenes? – sonrió.
– Abandonarte fue un crimen.
– Tampoco me abandonaste.
– Pero por mi culpa… creciste perdida. Siempre fuiste fuerte, pero no supe ver que en verdad me necesitabas. Lo siento, lo siento mucho…
Me besó en la mejilla y me apretó en un fuerte abrazo.
– ¿Me perdonas?
– Pues claro, tonto. Estoy orgullosa de ti. Te quiero.
Me dijo las palabras más cálidas que jamás pude escuchar de sus labios. Suspiré, satisfecho por oírlas. Me encargaría de limpiar esa alma tan negra y sucia que yo mismo me había encargado de ensuciar. Pero ahora todo era distinto. Yo tenía un ojo con el que podía ver más allá. No volvería a dejar tirado a nadie. No, nunca más. Nadie más abandonado, nada más dejado a medias. No, no, no… Lo siento, hermana, lo siento…
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