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Capítulo V

Yo caminaba solo, en la oscuridad, sin ser capaz de ver nada, tropezando con objetos invisibles. El sueño me resultaba agobiante y repetitivo. Al menos podía avanzar algo más. No sabía hacia dónde iba, no sabía qué tenía delante de mí, pero por lo menos era consciente de mi propia existencia. ¿Estaba ciego, o el mundo estaba a oscuras? Intenté rascar mi cabeza, pero no hallé nada. Me desesperé, agobiándome. Parpadeé varias veces, y desperté en un descampado en mitad de la noche, o eso parecía, porque pude sentir el tacto de algo sobre mi piel, e incluso el aroma. Parecía como si yo tuviera, por fin, ojos, pero la noche lo tapaba todo. Sin embargo… ¿qué hacía yo allí? Rubí estaba a mi lado, acariciándome. Sabía que era ella, conocía su piel, su respiración, su presencia. Llevaba su típica colonia olor a vainilla, mas yo seguía siendo incapaz de ver algo. Podía notar su sonrisa, pero no podía verla. Mi amada… estaba allí, y yo no podía hacer nada. Tan cerca pero tan lejos. Miré hacia el cielo. Todo a mi alrededor tenía una forma, pero no era concreta. Poco a poco estrellas fueron surgiendo. Luz, sí, finalmente, tras tantísimas semanas soñando lo mismo, los colores se encendían permitiéndome ver. Iluminaron la noche y pude ver el prado oscuro, el mar negro azotando sus olas en la orilla, y el cuerpo oscurecido de mi prometida. Su sonrisa brillaba más que cualquier estrella, aun así, su rostro estaba oscuro, como su cuerpo. Volví a mirar el cielo. Quería ser capaz de ver los ojos de la mujer de mi vida. Quería ser capaz de ver en la oscuridad. Me postré de rodillas y recé, pidiendo a Dios unos ojos que pudieran ver más allá. Miré al cielo de nuevo, y las estrellas se juntaron. Un escalofrío me asaltó, cuando de pronto la estrella que entre todas formaron cayó a la Tierra. Cayó enfrente de mí. Era una caja de madera. Me acerqué, la abrí, y en ella descubrí dos ojos.

Eran rojos, con iris negro como la pupila, el cual estaba rodeado de ríos que salían desde la parte trasera del ojo para desembocar en él, el iris. Rojo y fragmentos negros. Había oscuridad en ellos, lo notaba. Desprendían un aura malévolo, maligno. Pero esa oscuridad era la que otorgaría luz a la vida. Se movían, analizándolo todo. Tenían vida propia, o eso parecía. Era como si me estuviesen mirando y analizando. Esos ojos… eran los ojos con los que podría ver en la oscuridad. No sé cómo lo hice pero fui capaz de implementarme uno, sacándome previamente el mío, sin dolor. Pude ver el brillo de las cosas, el alma de todo, incluso a mi futura esposa, la cual brillaba más que nada, pues era iluminada por el amor. Sonreí, y de pronto desperté. Parpadeé hasta darme cuenta de que seguía en el hospital, y mi hermanita en la camilla.

No seguía soñando, como en un primer momento pensé, pues la sombra mantenía su posición allí, mirándome como habían hecho los ojos. Estaba analizándome, acechando mi cordura, custodiando el cuerpo moribundo de mi hermana. El frío me poseyó. Me quedé helado, pensando que me haría algo. Pero no hizo nada, sólo fue desvaneciéndose, como mi sueño. ¿Serían rastros que había dejado tras de sí, o sería real? 

Después de estar asustado me deprimí al percatarme de que no eran reales los ojos. Bostecé y analicé el sueño. Fue bonito, y habría estado bien que hubiera sido cierto. Con esos ojos podría haber sido capaz de ver el alma de las cosas. Podría haber visto cómo estaba mi hermana. Podría hacerme un showman que adivina lo que lleva la gente en sus bolsillos. Podría incluso mirar a través de las cartas para poder ganar en la partida de póker, aunque el poder que emanaban era para algo superior. Yo los habría rebajado a niveles insospechados para ganar dinero y curar a mi hermana. Se merecían estar en los ojos de un guerrero, o de algún alma caritativa que quisiera ayudar a la humanidad, no en mí. Tanto poder…

Pero haber estado soñando el mismo sueño esas semanas, y de pronto tener un sueño lúcido con semejantes escenas… me había roto por completo. ¿Qué significaría?

 Mis padres no estaban. Aún no los había avisado. Al parecer, yo era el primero en la lista de contactos en el móvil de mi hermana y necesitaban avisar a alguien cuando la ingresaron. Me daba miedo llamarlos y decirles lo que había sucedido. Ni Rubí lo sabía, aunque me hubiera visto entrar en casa y salir corriendo. No quería estar con nadie, sino a solas. Odiaba encerrarme en mí mismo cuando tenía a Rubí, que me amaba con locura, y me comprendía, y confiaba en ella, pero…

Me sentía tan mal que ella no habría sido capaz de calmarme, y habría sido al revés, yo la habría alterado y puesto  triste. No, aunque yo hubiera querido estar ahí para ella, mi alma era más oscura que la suya. Yo podía hacerle mucho daño en esos momentos.

– Lo siento, hermanita. Soy un fracaso de hermano. No te mereces tener a alguien como yo velando por ti. Es mejor estar sola. Sí, como yo, aunque tenga a Rubí. Somos hermanos, pero tampoco crecimos tan unidos como me habría gustado. Debería haber estado ahí para ti, pero necesitaba huir de esta ciudad. No, miento, en verdad necesitaba huir de mí mismo, pero… ¿sabes?, mi sombra siempre me persigue. Siempre estará ahí hasta que la enfrente. Y hasta no ganar la batalla contra mí mismo, nadie puede confiar en mí, y menos tú. Lo siento…

 Y la dejé a solas, en mitad de la noche, sin compañía. ¿Qué me inspiró hacer eso? No sé, simplemente lo hice. Me sentía demasiado mal conmigo mismo, y como yo era un fracaso de hombre, ¿qué importaba un error más? Nadie podía confiar en mí. De hecho nadie lo hizo nunca, sólo una persona, pero al parecer no fue suficiente. Todo el dolor que creía abolido, cayó sobre mí en esos momentos. Comencé a caminar hacia ningún sitio en específico. La sombra que creía perseguirme delató sus posiciones. Parecía querer guiarme hacia algún lado. ¿Sería ella la sombra a la que yo me refería? La sombra de la que había huido y que me perseguía. ¿Me indicaba algún lugar para enfrentarme a ella, a mí mismo?

La perseguí. Ya no tenía miedo, sino curiosidad. Parecía algo sobrenatural. Nunca me había sucedido algo así. La perseguí, al principio con indiferencia, para luego hacerlo con impaciencia. ¿Hacia dónde me conducía? Cada vez me alejaba más de la ciudad, de lo conocido. Donde no había miedo nació terror. ¿Y si acababa devorándome? Por un momento me lo planteé. Todo el sufrimiento desaparecería. Pero Rubí… No se merecía perderme. No quería perderla, ni que ella sufriera por mí. Por un momento quise volver, pero me daba miedo girarme. No podía dejar otra cosa a medias, ni huir, ni abandonar. No, era el momento de ser valiente, con todas sus consecuencias. Corrí hacia la sombra. Corrí, y corrí, intentando alcanzarla. Y cuando estuve a punto de hacerlo, se desvaneció. Me enfurecí. ¿Tanto correr, para nada? ¿Había estado persiguiendo a un espejismo?

 Entonces miré a mi alrededor. Estaba en el mismo lugar que mi sueño.

 El descampado en el que estuve con Rubí. Sólo una luna llena iluminaba el paisaje. La oscuridad era interrumpida por una breve luz. Una luz que creía que aterrizaría delante de mí, otorgándome la caja de madera. Miré al cielo varios minutos, esperando una respuesta. ¿Vendría? ¿Había sido una visión? ¿Estaba paranoico…?

Seguí esperando. Probé suertes con rezar, pero no recibí nada. Sonreí, pensando en lo patético que resultaba aquello, hasta que me percaté de un objeto situado a orillas del mar. Arqueé una ceja, extrañado. Anduve hasta aquel objeto, con mis piernas temblando a medida que me acercaba y creía reconocerlo. Sí, sin duda alguna, era la caja de madera de mi sueño, con dos ojos dentro de ella. Y aquella vez estaba despierto.

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