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Capítulo 7.3 – Aullido

 

Reunidos todos juntos en el campamento hicieron un círculo en torno a nosotros para que nos explicásemos. El sol estaba en lo alto del cielo. Apenas eran las doce de la tarde. Aclaré mi garganta y fui diciendo mientras Lili traducía:

– Como bien sabéis, se han estado cometiendo asesinatos durante estos días, muchos de ellos gente de vuestra manada. Creemos que fue Andrea, vuestra miembro muerta en parto, resucitada como «vampiro». Según las leyendas, casi siempre mujeres muertas en el parto con mucho odio dentro de ellas vuelven como vampiros con ansias de venganza. Las víctimas asesinadas tuvieron relación con ella, y Andrea no está en su tumba enterrada. – un viento extraño se levantó, susurrando presagios de muerte. – El próximo en su lista podría ser Gerard, debido a los rifirrafes que hubo entre ellos. Debemos protegerlo. Haremos guardia hasta que Andrea se muestre, y luego la atacaremos. Recordad que no es la Andrea que una vez conocisteis, sino que ahora es un ser lleno de maldad y de odio que sólo anhela la venganza para con los que la dañaron.

– ¿Cómo podemos fiarnos de vosotros? – preguntó uno de ellos.

– No podéis, es lo malo, ¿pero qué le vamos a hacer? Tenemos experiencia en este campo. Gerard, ven con nosotros. Tenemos que estar atentos a lo que te pase y a quien se te acerque.

Un hombre alto, rapado, con cejas pobladas y negras y cara de mala leche surgió de entre ellos. No tenía muchas ganas de ser escoltado por nosotros, ni a mí me hacía mucha gracia ser su niñera, pero quería ayudar a esa manada que seguía desconfiando de mí.

– Otra pregunta. Lili me dijo que habíais ido a tomar un baño después de la noche con luna llena. Decidme quién no ha ido, o quién no estuvo.

– Yo tenía que atender a mi padre. – dijo una chica joven. – Cada transformación le deja con fiebre.

– Yo estuve corriendo un poco más. – dijo un rubio joven.

Sólo esos dos. Miré al resto. Le dije unas frases en español a Chorro y luego nos marchamos junto a Gerard en mitad del bosque. Su escolta éramos Marc, Cris, y yo. Akira y el cura se quedaron con Lili en la manada. Juntos venceríamos, divididos…

Preparamos las pistolas. ¿A quién queríamos engañar? Estaba ansioso por que el cura volviera conmigo. ¿De qué sirve añadir intriga? El plan era sencillo…

Mi amigo volvió, me susurró algo al oído, y asentí con la cabeza. Respiré el aire del frío bosque. Verde, refrescante, húmedo.

– ¿A dónde me estáis llevando? – preguntó en un español muy feo.

– A matarte. – le dije yo. – Sabemos que fuiste tú. Está más que claro. Le dije al de los ojos pequeños, Chorro, que le preguntase a Lili que les preguntase a los demás quién había llegado tarde al baño. Venga, es sencillo. El rubio tenía cara de ángel, y la chica no fue de seguro. Tú llegaste tarde. Sabías que sospechábamos de Andrea, de una forma u otra te enteraste, y fuiste a su tumba a escavar para que pareciera que se había escapado. Pero la tumba olía a lodo reciente, y, como dijo Marc, alguien había escavado hacia abajo, no desde abajo. Me di cuenta cuando olí la tierra. Me callé para que Lili siguiera pensando que era Andrea y no sospechase de alguien de su manada. ¿Por qué me miras así?

Sus ojos ardían con un fuego que atravesaba el alma. Creí que iba a transformarse en cualquier segundo.

– ¿Por qué me habéis apartado? ¿Por qué no me habéis expuesto junto a los demás?

– No, ¿por qué los mataste? Dímelo.

– Andrea fue todo lo que amé, y cuando murió no me quedaba nada. Mi hermano, el jefe, se suicidó, y lo heredó Lili. Me niego a que ella sea nuestra líder. Me niego a que todos la quisieran. Quiero matarlos a todos, porque cuando sólo un lobo de la manada queda, se convierte en inmortal. Podemos hacer un trato.

Alcé la cabeza en señal para que hablase.

– Puedo daros poder y r… – entonces le disparé en la cabeza, reventándosela. Cuando se hablaba mucho, se cagaba. Sólo necesitaba una confesión para acabar con él, nada más. Lo apartamos para que el resto de la manada no se enterase. No creí que él hubiera aceptado los crímenes delante de ellos, o que ellos hubieran aceptado su culpabilidad por las acusaciones de unos extraños. Lili fue la única que vino. Akira la había advertido del plan, al igual que Chorro. Cris me dijo:

– Siempre me sorprendes.

– Estaba cantado. – dije.

– ¿Dónde está el cadáver de Andrea? – preguntó Lili.

– No lo sé. No podía habérselo preguntado. Se habría dado cuenta de que quería matarlo sin escuchar sus proposiciones absurdas, y podría haber huido.

– Entiendo. Gracias por todo.

– No hay de qué. Oye, ¿y ahora? ¿Tu gente no se enfadará por habernos tomado nosotros la justicia?

– Tal vez…

Uno de ellos apareció, preguntando a Lili sobre lo ocurrido. Se enfadaron. Chorro comenzó a traducir:

– Justo lo que acabas de decir se cumple. Le pide explicaciones, y que por qué nos dejó a nosotros matarlo, en vez de darle un juicio. Oh, oh… Ella está haciéndose la loca, como que no sabe que íbamos a hacer esto.

– Lo siento, tengo que deteneros. – nos dijo Lili. La miré con reticencia.

– No. Nos vas a dejar ir. Te avisamos antes. Si hubieras querido nos habrías detenido.

– No puedo decirle eso.

– ¿Por qué? Sé honesta, sé una líder.

– Quietos. – una garra fue naciendo de su mano. Miré al cura y éste se apresuró en decir lo que había sucedido en francés. Entonces el otro lobo se encaró a Lili. Mejor que se matasen entre ellos que a nosotros.

Más lobos comenzaron a venir. Íbamos a presenciar una guerra civil a plena luz del día.

– Calmaos, por favor. – dije yo sin que nadie me escuchase. Nos miramos aterrorizados. Cinco humanos rodeados de treinta lobos a punto de descuartizarse entre ellos. Nos pillarían a nosotros sin duda alguna. Fuimos retrocediendo hasta que tropecé con una rama y caí de culo sobre el lodo. A tomar por culo mi gabardina, cada vez más sucia. Maldije en hebreo y, enfadado, me retiré el colgante. Se lo lancé a Cris seguido de un: – ¡Sujétalo! – y me levanté, comenzando a disparar a los lobos que se nos aproximaban. Teníamos que tener cuidado. El último que quedase en pie heredaría el poder de sus amigos y de sus ancestros, debido al hechizo que hacía inmortal al único de su tribu que siguiera vivo cuando el resto muriera.

Se descuartizaron excepto los cuatro que vinieron a por nosotros. Me ventilé a dos, Akira a otro, y Marc al que quedaba. Mientras se atacaban y debido al furor de la batalla ni se fijaron en nosotros. A los pocos minutos vi a Lili siendo decapitada de un mordisco. Lástima, me caía bien. Más de ellos nos rugieron. No… Aún teníamos que ir a Alemania, y ya estaba escaseando la munición que teníamos.

– A la mierda. – dijo Marc, y se sacó una Uzi de la cintura. Sí, esa ametralladora pequeña que parece una pistola, pero que dispara ráfagas veloces. Apretó el gatillo apuntando caóticamente. Los que estábamos a su lado nos pusimos detrás. Varios casquillos cayeron encima de mí, dándome un fuerte golpe. Cuando acabó de disparar un pitido se ancló en mi oído. Me mareé. Estaban ya todos muertos. El hedor a sangre era insoportable.

– Debemos irnos. Todavía queda alguno más. – dije.

– ¿Cómo lo sabes? – preguntó Marc.

– Cuando sólo quede uno recibirá el poder de su tribu caída, y no lo detendrán unas pocas balas. Larguémonos de aquí.

De un árbol surgió otro lobo, abalanzándose sobre Cris. Le apunté con el arma pero antes de apretar el gatillo ya estaba en el suelo con un balazo en la cabeza. Había sido Marc. Volvió a cambiar a la 9mm que le había entregado. No me arrepentí en absoluto de habérsela dejado.

– ¿De dónde sacaste la Uzi? – pregunté.

– Cuando íbamos a ir a la tumba de Andrea, me colé en el cuarto del hotel que había alquilado y cogí ésta, y un chaleco antibalas. Aún no confiaba.

– ¿Te cogiste un cuarto justo al lado del nuestro?

– Claro, por si necesitaba cobertura en un posible tiroteo.

Sonreí. Entonces corrimos como posesos sin darnos cuenta de que habíamos vuelto al campamento de los lobos. Se nos quedaron mirando con odio en sus ojos. Preparamos las armas. Apenas quedaban unos disparos. Entonces un viejo cargó su escopeta y nos encañonó.

– Uso mejor esto que mis garras. – dijo en francés, traducido por Chorro. Estábamos todos apuntándonos. Podría surgir una masacre de allí. Alguno de nosotros no sobreviviría.

Apareció su hija. El viejo era el padre al que cuidaba ella. Entonces nos preguntó en un español cuidado:

– Mi padre quiere saber qué ha pasado.

– ¿Nos creeríais?

– Probad.

– Matamos al asesino de los vuestros, y otro se enfadó por tomarnos la justicia nosotros, en vez de dejároslo a vosotros. Entonces surgió una guerra civil, y nos defendimos de quienes quisieron matarnos. Lili murió.

Suspiró, llena de pesar, o eso me pareció a mí. Susurró algo a su padre y se giró hacia los cuatro lobos que quedaban. Vació su cargador en dos de ellos. Los otros dos se quedaron inmóviles ante lo presenciado. El viejo recargó y vació otras dos balas en los restantes. Ya sólo quedaban él y su hija.

– Buon Voyage. – le dijo a su hija, y ésta le partió el cuello mostrando pocos sentimientos.

– ¿Qué coño acaba de suceder? – pregunté.

– Ahora soy la única viva de mi tribu. Yo estaba compinchada con Gerard. Nuestra tribu tiene la sangre mezclada con otra. Si un mestizo sobrevive a su tribu, heredará el poder de la tribu que haya muerto primero, y si ambas mueren, su poder se duplicaría. Gerard era un sangre pura, sólo heredaría un poder, pero yo soy mestiza. Él creía que únicamente se puede heredar un poder, en vez de ambos. Lo mataría antes de que lo supiera. Me habéis ahorrado esa molestia.

– ¿Y si tienes sangre de más tribus? – pregunté, interesado.

– Sólo heredamos el poder de dos. Si nuestros dos padres son mestizos también, sólo nos pasará un poder cada uno, en vez de los dos. También hay riesgo de que ellos sean mestizos pero nosotros nacer como sangre puras, si sus genes se mezclan. Esto se sabe en el color de nuestro pelaje.  

– O sea, que ahora nos puedes matar con un parpadeo.

Negó con la cabeza.

– Tengo el poder de una tribu, pero no de ambas. Necesito encontrar a quien lo tiene. ¿Me ayudáis? Una inmortal como yo, ayudada por humanos habilidosos como vosotros nos dará la victoria.

– ¿A cambio de qué?

– De dejaros ir.

– Y una mierda, puta. – dijo Marc disparándole en la cabeza las pocas balas que le quedaban. Se quedó unos momentos aturdida, pero entonces las balas se desintegraron y nos miró, sonriendo.

– No puedo morir. Bien, ¿qué decidís? – preguntó como si no hubiera pasado nada.

Estaba cagado. No tenía un plan contra ella. Quizá era tan poderosa como V, el vampiro que había asesinado. ¿Qué arma usar, aparte del medallón? ¿Debía morir uno de los nuestros entreteniéndola para que yo le colgase aquel objeto? No. Dejé mi mente en blanco, y hallé la respuesta.

Aullar.

Aullé, elevando mi voz más allá de las nubes. La chica se rio hasta que se dio cuenta de mi plan. Apunté a sus rodillas. Se las hundí y reventé para entretenerla en lo que se le regeneraban, pero estando en el suelo hizo fuerza con sus brazos y saltó hacia nosotros. Akira intercedió, llevándose un rasguño en su pecho, descamisándolo. Por un momento me alegré de que no hubiera sido en mi gabardina. De la nada surgió el otro lobo de la tribu que quedaba. Me había arriesgado. Quizá no hubiera estado cerca de nosotros, sino lejos, muy lejos, pero hubo suerte. Estaba transformado. Blanco entero, cual lobo noble, se apresuró a morder los brazos de la chica, que también se transformó, teniendo un color entre marrón y blanco. 

Mientras se destrozaban le pedí el colgante a Cris y lo agité en el aire cual honda. Lo lancé sin tener ni idea de lo que hacía, cayendo contra un árbol. Akira me miró con cara de: «qué pollas haces, subnormal», y me apresuré a cogerlo. Los lobos seguían reventándose y Marc reaccionó cogiéndole la pistola a Chorro y disparando con una puntería impecable a la chica. Ya herida, le puse el collar cerca. No funcionó. Se lo rodeé por si acaso debía estar atado, pero no hubo manera. En su lugar pareció potenciar su poder. Se me puso la polla chiquita al creer que la había cagado. Necesitábamos algo más que balas y otro lobo «inmortal» para derrotarla. El lobo blanco me miró con cara de: «pero tú a quién ayudas». Me quedé sin estrategia clara.

«La de la gabardina, la de la gabardina», me repetía mi mente. Mi rostro se contrajo como si fuera a llorar, pero no quedaba más remedio. Me la quité y se la lancé. Le tapé la cara y la distraje lo suficiente como para desabrochar el medallón. Una década con él quitándomelo y poniéndomelo me otorgaron la habilidad necesaria para hacerlo relativamente sencillo. Una vez en el suelo tirado, pues ni pude cogerlo para mí, la loba partió la gabardina por la mitad. Casi me desmayo del impacto que me supuso ver eso. Adiós a mi última gabardina. Miré el torso desnudo de Akira con el rasguño atravesándoselo y la sangre cayéndole. Qué sexy estaba el cabrón. Entonces me agaché y le lancé el medallón. Se lo puso al lobo inmortal que nos estaba ayudando, potenciando sus poderes lo suficiente como para partir en dos a la hija de la gran puta que me había jodido mi última gabardina. Una vez acabada la batalla se transformó en hombre. Se acercó a mí con el badajo colgándole. Estaba ante un ser con el poder de dos tribus y un colgante que le hacía el triple de poderoso. Pensé en si habría sido buena idea entregarle el amuleto. Pero entonces me lo ofreció, con ojos llorosos. Lo cogí y me lo volví a colocar. Se hizo lobo de nuevo y se marchó para siempre. Él no había escogido ser lo que era. Acababa de perder a todos los que quería, y era uno de los seres más poderosos del mundo.

– Aprovéchalo bien. – dije.

– ¿Qué hará? – preguntó el soldado.

– Reconstruir su tribu. Por eso reciben ese don, para sobrevivir, ya que no hay muchos lobos en el mundo. Sobreviven, y cuando reconstruyen sus tribus, pierden el poder y la inmortalidad. Él no era malvado. Lo recibió sin quererlo.

– El medallón falló. – dijo Akira más preocupado.

– Todo falló. De un momento para otro se fue a la mierda. Por poco no morimos.

– Hasta ahora sólo nos hemos cargado a bastardos. Los lobos no son tan malos.

– Eso pienso. Todos han sido seres demoníacos, pero los lobos, aunque algo sangrientos y salvajes, son también nobles y buenos, y están en sintonía con la naturaleza. Por ello el amuleto potenció sus poderes, al ser bondadosos, en vez de destruirlos, si hubieran sido malvados.

– Pues muy buenos no parecían. – dijo Marc.

– Siempre hay excepciones. Es que este medallón, en contacto con uno de los malos, lo desintegra sin dejar rastro, por eso mi plan tan… estúpido, aunque inteligente, teniendo en cuenta que se ha cargado a bastantes demonios.

– Entiendo, por eso lo investigáis.

– Sí… Has demostrado inteligencia, agudeza, astucia, destreza, habilidad al escabullirte, y putamismo.

– ¿Eh?

– Que eres puto amo. Entonces, dime, ¿te unes a nosotros? ¿Te apuntas a un viaje a Alemania?

Me miró y se encogió de hombros. Sonreí.

– Ésa es la actitud.

– Ejem… – interrumpió Cris. Me giré hacia ella. Sostenía mi gabardina destrozada en las manos. Se me había olvidado. Ahora sí que me desmayé…

 

 

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