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Capítulo 6.2 – Amigos Extraños

 

Me froté los ojos. «Vale, la han cagado. Ahora… a rescatarlos. Pero…, ¿cómo? Joder, esto no es España, donde cada uno hace lo que quiere. Fácil será allí, porque aquí… A la mierda».

Salí del coche pero de inmediato volví a entrar. ¿Qué coño iba a hacer? ¿Liarme a hostias con los polis y salir corriendo entre disparos?

Le eché una llamada a Akira.

– ¿Qué coño quieres? – preguntó con voz de adormilado.

– La hemos liado. Se los están llevando detenidos.

– ¿Qué? Joder, no se os puede dejar solos ni un momento. Es que ni dormir tranquilo puedo.

– Venimos a la comisaría, y les pedí que entrasen a por las pruebas, pero parece ser que no saben actuar. En fin, ¿te paso a buscar? ¿Estrello el coche y los saco? ¿Qué hago?

– Nada, no hagas nada. Síguelos, y dime dónde estás.

– Los han metido en un coche y se van a ir. Luego hablamos.

– Pero…

Colgué. Arranqué el coche y comencé a seguirlos hasta que pensé: «Mierda, no le he dicho en qué puto pueblo estamos».

Cogí el móvil de nuevo para llamarlo y… la sirena de la policía mandó detener mi vehículo, por, fijo, conducir hablando por móvil. Maldije en todos los idiomas y aceleré mi coche sin saber qué coño hacía. Iba a estrellarlo con el coche de policía que llevaba a mis amigos. Pero…, quizá les hacía daño, y también me estaba siguiendo otro coche detrás… Me puse nervioso, no sabía qué estaba haciendo. Frené de golpe y el coche de policía que me seguía chocó. Se bajaron los dos viniendo hacia mí, habiendo apagado el motor de su coche, y aproveché para arrancar y sacar de la carretera al otro coche de policía. Mi corazón iba a mil por hora. Me había enfrentado a cientos de demonios pero nunca a la policía. Me sentía un adolescente kinki. Por un momento comencé a reírme en carcajadas. Me puse en paralelo al coche de policía y mientras yo gritaba: «FUCK THE POLICE!» lo embestía. Vi al poli sacando una pistola. A…diós… Frené. El otro coche detrás de mí ya había arrancado. Dios, no sabía qué cojones estaba pasando. Entonces le di en la parte de atrás del coche y se desestabilizó, quedándose parado. ¿Y qué hacer? ¿Matar a los polis, rescatar a mis colegas, irnos corriendo? Joder, menuda payasada de plan. Tiré hacia delante procurando que no me pillasen, cuando de morros vi llegar a un coche a toda velocidad, con la ventanilla rota. Era Akira, y un coche, obviamente, robado. Bueno, el nuestro también lo era, aunque lo hubiéramos alquilado, nunca lo devolveríamos. El coche de policía me perseguía a mí mientras el otro coche, donde estaban nuestros amigos, se había quedado en mitad de la carretera. Por el retrovisor vi que el poli que los llevaba se había bajado. Akira frenó a su lado, se acercó a él y de un puñetazo lo tumbó al suelo. No vi más, porque me estaba encargando de perder de vista a ese coche. Un pueblo pequeño con poco tráfico y poca gente pero con policías bastante enfadados. Confié en mi compañero. ¿Cómo nos habría encontrado?

Conduje con velocidad, pero su coche parecía más rápido. Lo suyo es que yo tenía buenos reflejos y esquivaba bien y me metía por callejuelas extrañas, hasta que, de repente, mi coche hizo bum. Sí, bum. Bum, y en mitad de la nada estaba yo. Me iban a pillar, sin duda alguna, cuando miré mi entorno y vi una luz flotando en el portal de un edificio. Salí del coche corriendo. Justo el de policía me alcanzó y frenó, bajándose un poli y gritándome algo en francés que no entendí.

– Connard, connard. – le dije yo. Algo así como hijo de puta. Lo primero que se aprende en otro idioma, vaya, y entonces atravesé la puerta del portal. Oh, sí señor, más cristales rasgándome. La gabardina de repuesto casi hecha mierda el mismo día en que me la puse. Seguí a la luz, que me guiaba hacia arriba. Subí un piso, dos pisos, tres. El poli era más lento que yo, pero acabaría cogiéndome, hasta que de repente unas manos se pusieron encima de mí, atrayéndome. Cerró la puerta con sigilo y se escucharon los pasos del policía seguir subiendo. Entonces miré a quien me había cogido. Oh, sorpresa, el malo malísimo junto al hada, ¿cómo no…?

Alto, medio calvo, con cara de hijo de puta. Me empezó a hablar en francés. Puse cara de no tener ni idea de lo que me estaba contando, hasta que me habló en inglés. Al menos le entendía:

– Serás mi siguiente víctima. Has sido atraído hasta aquí por alguna razón. Mi señor te ha enviado.

– A mí no me ha enviado nadie, aunque quizá estás interesado en esto. – le dije señalando mi medallón. Su cara se reveló. Era un… demonio.

No supo reconocerlo. Me ató las manos con su fuerza sobrehumana y me dejó tirado en una cama. Por un momento creí que iba a violarme. No fue así. En su lugar me dijo:

– Tengo que matarte, necesito matarte. Debo hacerlo, ¿lo comprendes? Mi señor así me lo pide.

– Déjame, por favor. Ni siquiera estoy en donde deberías matarme.

– ¿Qué? ¿Sabes quién soy? ¿Sabes mis planes?

– Por supuesto. Los llevo siguiendo. Este medallón es de un ángel caído al cual adoro. Vi los crímenes que cometías, y decidí buscarte para unirme a ti.

– Podría ser cierto. Sólo los que han tenido contacto con seres como yo pueden ver al hada. ¿Tú qué eres?

– Un humano, nada más, y un humilde servidor. Sé que hay cazadores intentando cogerte. Han tenido un revuelo con la policía. También estaban intentando cazarme. Asómate por la ventana, igual los ves.

– No, ya escuché las sirenas. A ti te perseguía un policía.

– Sí, pero gracias a ti me salvé. Ahora te debo mi lealtad. ¿Quieres que te ayude a completar el plan?

– ¿Qué sabes de él?

– Seguramente estás intentando invocar a tu señor. Pero, dime, ¿quién eres?

– Soy un Caballero Demoníaco. Caballero Infernal, o Caballero del Infierno. Tengo muchos nombres.

– He oído hablar de vosotros. Se dice que sólo la plata puede derrotaros.

– Algún método más hay. Desde las creaciones de las armas de fuego hemos estado más expuestos, pero seguimos siendo más poderosos y creativos que los humanos.

– ¿A quién intentas invocar?

– A mi señor, obviamente. Un Duque de los Infiernos.

– ¿Duque? ¿Tenéis grados?

– Títulos nobiliarios. El Duque gobierna una parcela del Infierno en la cual sirvo. ¿Me ayudarás?

– Por supuesto. Libérame.

– ¿Cómo puedo fiarme de ti?

– Solamente soy un humano. Puedes librarte de mí con un pestañeo.

– Eso es cierto.

Rompió mis ataduras con un poder mental que me impresionó. Seguramente estuviera poseyendo a alguien, conque aquel aspecto no era el suyo. Era un demonio, y de los fuertes, pero había sido capaz de tocarme, lo cual indicaba que no era tan poderoso como V, o como el macho alfa sátiro. O quizá no estaba tan corrompido como ellos. O, lo más probable, es que me mentía. ¿Si lo rodeaba con mi colgante se desintegraría? No podía arriesgarme a ponérselo, o a dárselo y otorgarle ventaja.

– Tres días, y acabaré con la vida de alguien, pero esta vez es distinto. El punto donde alguien debe morir está en mitad de un campo inhabitado. Necesito atraer a las víctimas. He preparado un caseto donde llevarlos para matarlos.

– ¿Después de eso tu señor será invocado?

– A los seis días de haberse completado el ritual, sí.

– Bien. ¿Cómo puedo ayudarte?

– Tenía pensado llevarte y sacrificarte allí, pero ahora que puedes resultar un aliado he cambiado de opinión. Atraer a los cazadores ésos y matarlos allí.

– Buena idea. ¿Cómo lo hacemos?

Me había dejado el móvil en el coche, y no me había aprendido el teléfono de Akira, ni de mis compañeros. Era un rehén incomunicado fingiendo lo mejor que podía.

– Iremos a espiarlos. Tú sabes cómo son. Luego, los atraeremos, y…

– Perfecto. Ah, otra cosa, ¿el hada por qué te ayuda? Tengo entendido que son seres bondadosos.

– No me ayuda, la tengo esclavizada. Si no me ayuda acabaré con su clan.

– ¿Capturaste a todo un clan de hadas?

– Sí. Maravilloso, ¿no es cierto?

Se acercó al hada y la metió en un bote. Después la dejó en una habitación y vino hacia mí.

– Son el sacrificio final. Mataré a seres llenos de luz para que mi maestro pueda reencarnarse en la sangre derramada.

– Soberbio. ¿Dónde se encuentran?

– Justo tres apartamentos encima del primer asesinato, en el centro del símbolo.

– Eres un genio.

– Por eso hago lo que hago.

– ¿Buscamos a los cazadores?

– No me dijiste por qué te buscaba la policía.

– Por hablar por teléfono móvil.

– ¿Por eso huiste?

– El coche era robado, y tengo antecedentes. ¿No sabrás español por casualidad?

– Alguna palabra suelta.

– Vaya. Bueno, así practico inglés.

Nos sonreímos.

– ¿Sabes por qué confío en ti? – me preguntó. – Estoy en el cuerpo de un humano, pero puedo ver maldad, y tú llevas mucha en tu corazón.

No supe si alegrarme o entristecerme.

– Éste es un mundo lleno de maldad. – fue diciendo. – El ser humano ha sido más cruel que cualquier otro demonio. Creo que nacimos debido a los crímenes de los humanos. Hay que combatir mal con mal.

– ¿Por qué quieres traer a tu señor?

– Para traer el apocalipsis.

– ¿Y por qué?

– Para gobernar este mundo decadente. Destruiríamos a los humanos, pero dejaríamos a los paisajes intactos. La naturaleza no tiene la culpa de la codicia e ira humanas.

– Yo lo haría para que la naturaleza descansase, no por poder.

– Alguien tiene que disfrutar este mundo tan bonito, ¿no?

Me encogí de hombros seguido de un «supongo». Un demonio viendo belleza en la luz. Me sorprendió. Me asomé por la ventana. ¿Dónde estarían mis compañeros? No podía avisarles. Se preocuparían por mí, me buscarían, quizás los encontrarían. Cuánta impotencia sentí. Y yo encerrado con un demonio psicópata.

– Tienes una pistola sobresaliendo de tu cintura. – me dijo.

– ¿Eh? Ah, sí. Balas de plata. Efectivas para cualquiera.

– No irás a usarla conmigo, ¿no?

– No soy de traicionar a nadie.

– ¿Eso nos hace amigos?

– Compañeros.

– No te fías de mí.

– Ni tú de mí.

Nos miramos con ferocidad en las miradas. Parecía que fuéramos a devorarnos de un instante a otro. Yo estaba en guardia a cada momento. Si se acercaba a mí… cholazo en toda la cara. Pero sé que no me daría tiempo a coger la pistola. Ni tampoco sabía si el medallón lo derretiría. ¿Podría derretir a todos, o sólo a los poderosos? Si se lo dejaba y se quemaba, mientras se lo fuera a quitar yo le pegaría un balazo en toda la cara. Pero no, no podía arriesgarme. Estaba acorralado. Necesitaba encontrar a Akira y pedirle ayuda. Pero si salía… me exponía a que la policía me cogiera.

De pronto sonó el timbre. Era la policía. Me escondí, y el demonio les dijo que no sabía nada de ningún hombre. Se marcharon, y volvió conmigo.

– ¿Te esconderás eternamente?

– Hasta que se abra el portal de tu señor, y me iré.

Me estuvo haciendo preguntas incómodas toda la tarde. Por qué servía a un ángel caído, cuáles eran mis experiencias como siervo suyo, hacia dónde iría, qué planes tenía. Un interrogatorio que estuvo a punto de hacerme sudar. Le mentí en todo, a la vez que le dije la verdad. Sólo cambié la posición de mis anécdotas. En vez de ser el cazador, era la presa, aunque yo salía ganando. «Pues una vez me persiguieron unos cazadores pero los pude sorprender prendiéndoles fuego en una casa abandonada». Se lo tragó, o eso parecía. Se hizo de noche.

– ¿Qué te parece si salimos a buscarlos? – le propuse. – En apenas dos días y medio tendrás que iniciar el ritual.

– Sí, vayamos. Cojamos mi coche. Aunque te recomiendo dejar la gabardina o llamarás mucho la atención.

Exhalé un largo suspiro. La miré, algo rasgada por los cristales. Fruncí el ceño y con pena fui a quitármela cuando dije:

– Y una mierda. – en voz baja. – Nada, la llevo. Le tengo mucho cariño.

– ¿Si te pillan?

– Pues les reviento a todos el cráneo.

Se rio. Me contagió su risa, y salimos de allí. En cierto modo comenzó a caerme bien. Pero no podía permitirme tener sentimientos por alguien al que anhelaba asesinar. Cogimos el coche, y le dije la dirección donde creía que estarían, aunque en verdad sabía que estarían ahí, a menos que estuvieran buscándome.

– ¿El hada sobrevivirá en el bote en que la metiste?

– Más le vale.

– O sea, que no sabes.

– Con que reciba un poco de aire al día es suficiente. ¿Es ése el motel que decías?

– Sí, ¡sí! – dije con emoción. Cogimos prismáticos y observamos el interior. Estaba… ¡Cristina cambiándose! Mierda. El payaso con el que iba la vería desnuda. Qué ataque de celos me entró. Pero, joder, cámbiate con la cortina cerrada, mujer. A dónde vas así. Pero… ¡bien, joder, bien! Se habían librado de la pasma sin un rasguño. Eso me alivió.

– Está bien, la niña. – dijo él. Sí, pero es MI niña. Refunfuñé y dije:

– Es de los suyos. No sé dónde estará el resto.

– Mañana vendremos a por ellos. Eran tres, dijiste, ¿no?

– No, no lo dije.

Nos miramos con seriedad. Ambos sabíamos que no éramos aliados, pero preferimos seguir fingiendo.

– Te ayudaré a raptarlos. – dije. – Me conocen. Les daré un señuelo, los tumbarás, y los meterás en la caseta. Fácil, ¿no?

– ¿Los piensas llamar?

– Supongo.

– No. Vamos a casa, y esperaremos a mañana para hacerlo.

Me encogí de hombros. No quedaba más remedio. Pasé una de las noches más amargas de mi vida. Si apenas podía dormir, con el enemigo al lado mucho menos. Sólo deseaba que el alba llegase, pero tardó más que de costumbre. El demonio expulsó tremendo pedo que me asustó. No sabía que tuvieran necesidades. Igual simplemente se le escapaban por el cuerpo que había poseído. Se acercó y dijo:

– ¿Lo oíste?

– Hasta el vecino de arriba del todo lo ha oído.

Nos reímos.

– Se me van solos. No puedo controlarlos. Poseer un cuerpo no tiene tantas ventajas. No siento nada, sólo lo muevo.

– ¿Está muerto?

– Sí. Al no comer y beber, muere, pero mantiene el aspecto de cuando me metí dentro.

– Bueh, ¿vamos a eso?

– Vamos.

Salimos unas horas antes del amanecer, a hurtadillas, por si la policía. Llegamos allí, aparcó delante, y me dijo:

– Sal del coche, llama su atención, y ven corriendo.

Alcé una ceja, pero vi que no iba en broma. Estaba analizando cada movimiento que yo hacía. Me bajé con precaución, me acerqué a la ventana y les lancé piedras. Aunque por un lado me cayese bien, no dejaba de ser mi enemigo. Podría girarme desenfundando el arma y pegarle dos tiros, pero sabía que lo esquivaría, y que me mataría en un pestañeo. Cristina se asomó, y al verme se alegró muchísimo, avisando a todos. Tardaron un minuto en salir, quizá por precaución, y cuando lo hicieron me fui corriendo al coche. El hombre arrancó, y Akira, en gayumbos gigantes, robó otro coche de allí. Guapo tenía el codo de reventar coches. El cura no se quedaba atrás con sus pintas. Llevaba un pijama de súper héroes, como un niño chico. Se montaron todos rápidamente a hacerle un puente, y el demonio aceleró, marchándose de allí, atrayéndolos a su trampa.

– Es hora de pasar a la acción. – dijo. Acarició mi nuca, y dijo: – Bien, muy bien. Has estado rápido. – y, sin soltarme la cabeza, le dije:

– Su… – pero de pronto llevó mi cabeza contra la guantera. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces, hasta que me desmayé…

 

 

 

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