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Capítulo VII

 

– Lo… Lo hice… – dijo.

– Sí… Ha sido muy intenso.

– Lo siento si te pareció poco.

– No, no, estuvo muy bien, ha sido… lo mejor que he experimentado en mi vida.

– Yo creo que también. Quizá me he entregado muy rápido. – dijo en voz baja. – Pero sé que no me voy a arrepentir de ello. Te amo, Adriana. Te amo…

– Te amo, Aleksander…

Nos besamos, y pude sentir que tenía otra erección. Esa vez fui yo quien tomó el mando, poniéndome encima de él. Y de uno breve pero intenso, a estar durante unas cuantas horas haciendo el amor de forma incansable y pasional. No puedo relatar de forma exacta lo que sentí. Placer, amor, pasión. Dios, fue lo mejor que sentí nunca. Nunca me había sentido tan deseada, tan amada, tan querida. Lamió cada parte de mi cuerpo sin escrúpulos. Me acarició por completo. Le encantaba, sí, no sólo eran palabras. Bebió un poco más de mi sangre, y eso me excitó aún más. Éramos bestias lujuriosas. Perdimos la noción del tiempo, y ni nos importó. Nos quedamos abrazados, sonriéndonos, besándonos y acariciándonos.

– Eres lo mejor que me ha pasado en esta vil existencia. No quiero perderte. – me dijo. – Son muchos años los vividos, y tú eres tan… Tan…

– Te amo. Tú también lo eres todo para mí… Aunque, ¿no soy muy joven para ti? – pregunté, riendo.

– Un alma no se mide en años, sino en sabiduría.

– Yo no soy muy lista.

– Lo eres, aunque no lo explotes, y tienes mucho amor dentro de ti. Todo lo que quiero es eso. Amar, y ser amado. El resto la vida nos lo entregará…

Le sonreí. Ese hombre era tan romántico, a la vez que oscuro…

– Hace poco grité «te amo» en mi habitación. Oí a alguien por casa, creí que eras tú. ¿Eras tú…?

– Sí, lo siento si te asusté. Escuché al lobo a lo lejos, y supe que tú aún no tenías claras las cosas, así que te dejé más tiempo. Lo siento mucho. Pasarías miedo, ¿verdad?

– Un poco, pero no pasa nada. No vuelvas a hacerlo, por favor. Ahora que sé que los vampiros existen… también sé que mis monstruos pueden ser reales.

– Te protegeré de ellos, o moriré haciéndolo.

Su frase me congeló. Por un momento lo imaginé muerto y lejos de mi lado y el terror me invadió. Lo abracé con muchísima fuerza.

– No quiero perderte.

– No lo harás.

Silencio, bendito silencio a su lado. Me refugié entre sus brazos y el sueño fue invadiéndome hasta quedarme completamente rendida. Me sentía protegida y segura. Tenía confianza con él. Lo era todo para mí…

De pronto, una duda me surgió, despertándome y desechando todo el sueño que pudiera tener.

– ¿Qué hiciste con los cadáveres?

– Los enterré en lo profundo del bosque.

– Debemos eliminar toda prueba que haya. La mazmorra limpiarla, el diario destruirlo, y… el contacto que tienes, ¿matarlo?

Me miró como decepcionándose conmigo. En sus ojos se apagó el brillo que tenía cuando me miraba, y entonces me dijo:

– No, no voy a matar a nadie más. Ni a Galios, ni a Carlo.

– Tienen nombres similares.

– Y un enemigo en común: yo.

– ¿Qué razones tiene Galios para asesinarte?

– Acabaré contándote la historia, y luego trazando el plan.

Sus orejas se movieron. Estaba escuchando algo. ¿Qué sería?

– Lluvia. – dijo. – Tan refrescante y buena. La adoro. Nos otorga momentos de paz y de tregua. Casi nunca he peleado con lluvia. Todos prefieren retrasar los planes y refugiarse, para ver la lluvia caer y descansar.

– Es un poco deprimente también.

– El cielo llora. Como te contaba…

>> Llegué a ser el jefe de la tribu. Sí, oyendo la lluvia ahora recuerdo cómo corríamos bajo la lluvia en aquel entonces. Ellos convertidos en lobos, y yo correteando desnudo. Pero teníamos un enemigo acechándonos. Enemigo cuya presencia no habíamos advertido, pero él la nuestra sí, ya que nos conocía…

No supimos nada de Galios, y vivimos de forma más anárquica, más relajada, más… salvaje. Los lideré más como a lobos que un propio lobo. La gente tenía peleas y minutos después se abrazaban como hermanos. Fiestas, alcohol, incluso alguna orgía montaron. Siendo humanos, y convertidos en lobos.

Ya se hizo costumbre la fiesta entre nosotros. Todo día era digno de ser celebrado. Vivimos más irresponsablemente. Apenas teníamos tres niños bajo nuestra tutela. La mayoría era demasiado joven para tener hijos aún. Yo vestía pelajes de animales que cazábamos, y a veces trazaba pinturas de guerra sobre mí. Me gustaba mi aspecto; lucía como un verdadero demonio, lo que era yo.

Los lobos me adoraban cual dios. Me había convertido en su dios, sí. Estaba deificado. Pero la desgracia nos acaecería. Estaba a punto de caer sobre nosotros.

Mi actitud era demasiado altiva y orgullosa, pensando que éramos indestructibles, que apenas me esforcé en planear una defensa. Un día a la semana, el cual solíamos coger de referencia a la luna, pues habíamos dejado de contar el tiempo, me alimentaban con una pequeña parte de su sangre, la cual me sabía a gloria. Desde que la había probado me había enganchado. Pero no fui yo quien acabó con ellos, si es lo que piensas. No…

Se habían convertido en parte de mi alma, y yo en parte de la suya. Era el perfecto líder para ellos. Alguna mujer se enamoró de mí, incluso, pero yo estaba demasiado borracho de orgullo como para preocuparme por amor. Me imaginaba a mí mismo llevando a la tribu a un lugar glorioso y bendito, viviendo eternamente. ¿Y si intentaba transformarlos en vampiros…? ¿Qué sucedería?

Pero nunca tuve tiempo para averiguarlo. Fue el rubio aquél, René. Volvió con amigos de Vatiatus, tan poderosos como él, y nos pillaron desprevenidos otro día más de fiesta.

Nos rodearon en menos de un segundo y se lanzaron a por nosotros. Los lobos intentaron defenderse. No hacía falta que se transformasen del todo para hacer crecer garras, tener fuerza sobrehumana, o colmillos feroces. Sin embargo no fue suficiente. Éramos veintialgo contra cinco. Pude destrozar a dos, y mis compañeros a otro más, pero René me partió las piernas y me dejó sufriendo mientras masacraban a todo mi clan, a toda mi tribu. A mis amigos, compañeros, hermanos… A mis únicas compañías en la vida. Entonces comprendí el dolor y su verdadero significado. No fue tanto el que me arrancasen la piel, como el ver a personas que quieres morir enfrente de tus ojos. El amor que mujeres me habían profesado se extinguía en esos instantes, en los que deseé haberles hecho más caso. Amigos perdiendo la vida entre sufrimientos, sin haber llegado a tener descendencia. U otros que nunca destacaron y, aun teniendo potencial, nunca llegarían a hacerlo. Todo por el capricho de unos vampiros crueles.

Galios apareció entre tanto llanto y aullido para enfrentarse a los dos vampiros que quedaban. Supe que no tendría ninguna oportunidad contra ellos, pero pudo arrancarle la cabeza de un manotazo a uno de ellos por confiarse. Había heredado el poder de toda su tribu al ser el único sobreviviente de ella. Entonces me acerqué a un amigo caído, bebí litros de su sangre, con su corazón ya apagado, y, con mis huesos restaurados, me aproximé con rapidez hacia René, a quien arranqué media cara de un mordisco y partí las piernas, como me había hecho él a mí. Entonces le dije a Galios:

– Déjamelo…

– Mira hacia dónde has conducido la tribu, Aleksander. – me fue diciendo mientras yo mantenía la mirada puesta en René. – Tu descontrol os bajó las defensas, y por tu culpa han muerto todos.

– No habrían hecho mucho a tu lado. Vete, restaura el clan, háblales mal de mí a tus descendientes, me da igual. Sólo déjamelo. – seguí diciendo con mi mirada en René.

– No, no pienso dejarte ir. Yo…

Entonces giré mi mirada hacia él. Tembló de miedo. Vio en mis ojos un brillo jamás habido en la Tierra. Nunca podré describirte el espanto de su expresión. No solía temerle a nada, excepto a mí en aquellos momentos. Se quedó callado. Volví mi mirada hacia René, me agaché, lo cogí en brazos y dije:

– Búscame en el futuro, si quieres, y zanjaremos cuentas.

Y desaparecí. Te puedes imaginar todo lo que le hice a René después. Lo de Santi fue como darle una colleja al lado de lo que le pasó al vampiro rubio. Su final fue en una caja de acero en el fondo del océano, dejando que muriera por falta de alimentación, la cual no llegaba pronto. Puedes imaginarte el cacho que dejé dentro de la caja fuerte. O mejor no, si no quieres vomitar…>>

– Por eso Galios está aquí, para zanjar los asuntos.

– Sí, debe de ser. Me habrá buscado por los siglos. Creí que retomaría su clan. Quizá lo intentó, y volvió a fallarle. No sé, debería hablar con él. Sin embargo…

– ¿Qué pasa?

– Está Carlo. Si quiero acabar con los dos… necesito que se maten entre ellos.

– ¿Por qué?

– Tiene un demonio metido dentro de él.

– ¿Cómo es eso?

– Verás… Después de todo lo sucedido vagué sin rumbo por todos los países, intentando encontrar mi lugar. ¿Sabes cuál fue mi respuesta siempre? Nada, nada, nada, sólo nada. Oscuridad, y nada. Noches sin luna, y nada. Estrellas solitarias, y nada. Aullidos como llantos, y nada. Nada…

>> Pensé en buscar otra manada, pero no quería condenar a nadie. Siempre tuve la zozobra de que René fuera rescatado y quisiera venganza contra mí. Pero sabía que era absolutamente imposible.

Sin embargo, ¿por qué tener miedo, cuando lo has perdido todo? Eso significaba que había algo por lo que quería luchar. Ese algo era amor. Necesitaba amor, y me centré en buscarlo, pero no lo hallé. No lo hallé hasta que te conocí, mi Adriana, mi vida, mi niña. Pero antes de encontrar el amor definitivo, tuve que conformarme con otros.

Perdona que te lo cuente, pero es para darle un sentido. Giovanna, una hija de unos mercaderes poderosos, me enamoró a primera vista en una fiesta que dio un poderoso hombre de la ciudad. Debido a mi encanto y seducción fui invitado de inmediato, dándome yo la personalidad que quise. Dije ser un noble de un país lejano, y lo demostré llevando trajes costosos como prendas. Me creyeron, los muy… idiotas.

En fin. Tenía un lunar precioso en su cara fina, ojos verdes, y… más descripciones innecesarias. No te pongas celosa, en serio, pasó hace veintitantos años. Allí… nos enamoramos a primera vista, y comenzamos a tener un idílico romance en privado. Ella era algo promiscua, y se me insinuó en más de una ocasión, pero yo decidí esperar hasta revelarle lo que era realmente.

Me presenté ante sus padres y dejamos de estar ocultos. Bastante malo era salir de noche y ocultarme al día, como para encima ocultar mi identidad a las personas de las que ella dependía.

Y, precisamente, eso fue mi condena, pues los padres de Giovanna requerían viajar y «aparentar» delante de los demás por la mañana, por el día. Les expliqué mi enfermedad, y entonces dijeron que yo era poca cosa, pues ella necesitaba estar con alguien que siempre estuviera a su lado en todos los eventos posibles, viajes, y presentaciones. Nos impidieron estar juntos, encerraron a Giovanna en casa, y me apartaron de su vida.

Pero no me quedé atrás. Investigué, y me di cuenta de que su padre era un corrupto con contactos en mafias, y su madre una infiel y una aduladora. Siempre trepando para ganar poder en una sociedad decadente. Fueron excusas más que perfectas para llevar a cabo mi plan.

Giovanna estaba harta de ellos. Casi nunca le habían hecho caso, y la habían privado de muchísimas cosas durante lo que había sido su vida. Así que, idiota yo, supuse que aprobaría que los matase. Pero no dejaban de ser sus padres…

Los torturé por lo que me habían obligado a reprimir, intercediéndolos cuando iban en tren a otra ciudad, y los maté. Se lo conté a mi amada y… me rechazó por completo. Ya teníamos oportunidad de estar juntos siempre, eternamente. De vivir nuestro amor libres y lejos de todo, lo que siempre habíamos querido. Pero no lo quiso, no. No aceptó el monstruo que yo era.

¿Sabes…? Hay una bestia interna dentro de mí que me está constantemente pidiendo sangre, pidiendo salir a flote y destrozarlo todo. Que me ataca, me daña, me consume. Me arroja hacia el abismo, y luego echa más oscuridad sobre mí para sumirme en una tristeza infinita y constante. Es la maldición por ser un vampiro. Superiores a los humanos, pero con instintos más bajos que ellos. Es difícil de combatir, y sobre todo con el corazón herido…

Encontré a un asesino por las calles y lo descuarticé por competo, arrancándole varios miembros antes de morir y alimentándome del maltrecho cuerpo que quedaba. Estos sucesos fueron suficientes para llamar la atención de Carlo, que también fue alertado por Giovanna, y quiso cazarme. Estuvo a punto de hacerlo. Me arrinconó en la guarida de mi maestro en Venecia. Me quedé en el ático, esperando la muerte. Alto, ojos verdes, perilla mal recortada, rizos negros, abrigo negro… Recuerdo, frescas, las palabras que nos dedicamos:

– ¿Quieres matarme? Adelante, hazlo. – le dije.

– Nunca había conocido a ser que quisiera la muerte. – me dijo.

– Has hablado demasiado. Podría haberte pillado desprevenido y haberte matado.

– No, sé leer tus intenciones, y habría actuado más rápido que tú.

Le sonreí, como riéndome de lo que decía.

– ¿Probamos? – me retó. Mi risa se borró y me quedé, observándolo, sentado en mi esquina. Utilicé mi velocidad sobrehumana para acercarme a él y con mi sentido desarrollado de los reflejos fui atacándolo a medida que esquivaba sus contragolpes. Entonces me clavó una estaca de madera en todo el vientre y me dejó empalado contra la pared. Lo miré, asombrado, con sangre cayéndome por la boca. Iba a morir, tras tantísimos años de cruel y vil existencia, con una vida sin propósito claro, sólo torturar y crear sufrimiento…

– Me tienes… – le dije.

– ¿Por qué quieres morir?

– Tus habilidades son increíbles, imposibles para un humano. ¿Qué eres?

– Respóndeme, y te responderé. – dijo con su voz autoritaria y firme.

– Mi vida se ha basado en un sufrimiento sinfín. Torturas, muertes, mentiras, engaños… Estoy cansado. Acaba con ello.

– ¿Tú hiciste todo eso?

Me quedé en silencio, cerrando los ojos, arrepintiéndome.

– Nunca había visto remordimientos en seres como tú. – me dijo.

– Los tengo desde que me obligaron a torturar a inocentes en la Inquisición. ¿Cuánto ya? ¿Quinientos, cuatrocientos años? Perdí la cuenta. Todo aquél que alguna vez me rodeó o murió o se cansó de la vida. Estoy destinado a estar solo y a ser abandonado constantemente.

– Como un perro sin destino.

Apretó mi cuello con fuerza. Lo que al principio creí que sería compasión, en verdad resultó ser… aberración. Quería atormentarme más de lo que ya estaba. Me miró con rabia en sus ojos, y con un brillo rojo que nunca antes había visto, aparte de en los míos o alguna bestia similar.

– Tengo un demonio dentro. – me confesó. – Hice un pacto para que me diera poder y así atrapar a insectos como tú.

Apretó más y más. Lo disfrutaba. Le encantaba verme sufrir y retorcerme. Seguramente quería que gritase o le suplicase. En su lugar sentí asco por el hombre que sentenciaría mi vida, y fue entonces cuando decidí luchar por ella.

Agarré la mano que sostenía mi cuello y se la doblé con fuerza y contundencia. Él podría ser más poderoso, pero yo más viejo. De un puñetazo en el torso lo empujé hasta el otro extremo de la habitación, y me arranqué la estaca del vientre. Se sacó varios cuchillos de su abrigo, sosteniendo tres con cada mano, y me los arrojó. Calculé la velocidad y la distancia y decidí correr hacia él mientras me los clavaba en los hombros y en la garganta en vez de intentar esquivarlos. Entonces le ataqué con la estaca de madera, pillándolo con la defensa baja, pero aun así logró evadirme.

Sacó una pistola que llevaba y fue a dispararme cuando me quité los cuchillos clavados y se los lancé a él. Aunque llevara un demonio dentro, le pareció afectar más que a mí. Mi piel era, sin duda, más resistente que la suya. Entonces me deleité con su sufrimiento. Estaba arrastrándose por el suelo con un cuchillo clavado en la cabeza y otro en el corazón. Sin embargo, por los latidos, supe que sobreviviría. Mi instinto así me lo dijo. Por ello decidí marcharme, en vez de intentar rematar la faena. Supe que cuando me acercase, me pillaría desprevenido y acabaría conmigo. Algo que yo he hecho en alguna ocasión. Opté por irme de Italia y esperar no volverlo a ver jamás, pero antes de que pudiera abandonar el ático me alcanzó con un disparo en la nuca. Caí contra la pared, reventándola de un cabezazo. Me llevé las manos a la herida de bala. Él seguía estático en el suelo. Ninguno de los dos podíamos movernos. Como yo estaba al final de las escaleras, y él arriba, no estábamos al alcance el uno del otro. Me dolía como nunca antes me había dolido una herida. Era de plata, y quemaba mi organismo. Pensé que podría haberme reventado el cerebro. Parecía que me estuvieran echando ácido sulfúrico dentro de mi cabeza. Conseguí sustraer la bala y la tiré. Aun así, estaba paralizado debido al impacto sufrido.

– Sobreviviste. – dijo a lo lejos.

– Sí… y tú…

– He cazado más vampiros de tu edad, e incluso más viejos.

– Y yo a cazadores como tú. ¿Sabes?, hay algo… – pausé. – Hay algo dentro de ti distinto a los demás. Me he enfrentado con tres de tu calaña, sí. Al primero lo maté, cuestión de supervivencia, pero a los otros dos los dejé vivos. Al fin y al cabo creían hacer el bien, y luchaban por proteger a los inocentes. Pero tú… En tus ojos hay algo más. Llegaste a hacer un pacto con un demonio para cazar, paradójicamente, a seres demoníacos como yo. Sin embargo he podido ver en tus ojos que te regocijabas haciéndolo, que disfrutas haciéndolo. Matar a seres como yo es una excusa para saciar tus ansias asesinas con gente que nadie echará de menos. No eres tan distinto a mí.

– ¡Lo sé! ¡Proteger a la gente es una puta excusa para aceptar al diablo dentro! Pero me da igual. Lo hago por una buena causa.

Habría sido hipócrita negarle que tenía buenas razones al aceptar sus instintos asesinos, cuando había liderado a mi clan de lobos por la filosofía de aceptar y vivir según los instintos…

– ¿Cómo te llamas? – pregunté.

– Carlo.

– Yo Aleksander.

– Lo sé.

– Volveremos a vernos, Carlo, estoy seguro de ello. Pero la próxima vez contente tus ansias de matarme, o te descuartizaré de la peor forma posible. Hablaremos cuando puedas tranquilizarte.

– Nunca hablaremos. Cuando te vea, te mataré sin dudarlo, y acabaré antes.

– Ya te dije que nunca hay que hablarle a tu víctima cuando puedes acabar con ella.

Y me fui arrastrándome, pues, debido a que era en la cabeza, había afectado al resto de mi cuerpo, y tardaría un rato en curarme. Poco más y habría muerto ese día…

Ojalá hubiera acabado en ese instante, pero eso no fue todo. ¿Recuerdas que te dije que devoré a una madre y a su hijo? No recuerdo cómo fue, no recuerdo dónde, ni siquiera sus rostros. Sólo sé que los encontré, y mi bestia interna se lanzó a por ellos, sin pensar en quiénes eran. El balazo y el hambre me habían empujado a asesinarlos, y no me di cuenta hasta que pasaron varios días y recordé todo con total nitidez. Desde entonces deseé aún más la muerte, y alguna vez me planteé buscarla. Pasé años de sed, bebiendo lo justo en bolsas de donantes, y avergonzándome de la oscuridad en mi interior. Nunca supe cómo eran, ni por qué lo hice realmente. Dejé de tener control sobre mí, y…>>

– Tú no tienes la culpa. – lo interrumpí. – Todos hacemos cosas sin quererlo.

– En esos momentos fui un extraño. Actué sin pensar, y comprendí que en el fondo era una bestia indomable.

– No, eres… el hombre más maravilloso del mundo.

– El resto es poca cosa. – dijo, como si yo no le hubiese dicho nada. – Me adapté a las nuevas tecnologías de estos años, y viajé de un lado para otro, hasta que me asenté aquí y… te conocí. Entonces cambiaste mi forma de ver y de existir.

– ¿Me amas? – le pregunté. En sus ojos vi sorpresa. No se lo esperaba.

– Pues claro que te amo, ¿por qué lo preguntas?

– ¿Cuánto?

– Más que a ninguna otra mujer.

Me alegró escuchar eso. Oírle hablar de sus ex no había sido agradable.

– Te he entregado algo que he guardado durante siglos, ¿no te parece prueba de un amor incondicional y soberbio?

– Sí, me encanta tener tu virginidad, pero…

– Tienes razón. En parte, nunca volví a creer que existiría el amor, y contigo estuve algo reticente, pero me enamoraste desde el primer momento.

– ¿Crees que fue el destino quien nos condujo el uno al otro?

– No sabría decirte. A veces sí, otras no.

– Yo sí.

– Pienso que podría haber sido una coincidencia. La mejor coincidencia de mi vida.

Sus ojos y su voz me derritieron. Lo besé, y, de nuevo con esa excitación única que sólo él podía hacerme sentir nos dispusimos a hacer el amor otra vez, pero me detuvo.

– No, ahora no es momento. Me ha encantado, pero debemos parar. Es el momento de que empiece la guerra…

 

 

 

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