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Capítulo V

 

Era inmune a las enfermedades, y a la gran mayoría de los aceros del enemigo. Era inmune a las leyes, a las clases políticas, y al hambre. No, al hambre no. El hambre y sed de sangre me atormentaban cada día. Pero… no necesitaba ni comida ni agua para sobrevivir. Ni tampoco ir al baño. Mi organismo absorbía la comida, transformándola en sangre. Sólo necesitaba sangre para vivir. Mi cuerpo entero era sangre y sangre. ¿Qué clase de animal era? Viví con mi maestro yendo de país en país. Recuerdo que mis siguientes víctimas no eran malvadas por así decirlo. Asesiné de forma cruel y despiadada a algún que otro inocente. Sé que dejé sin madres y sin padres a muchos niños. Y, una vez, llegué a asesinar a una madre y a su recién nacido, por accidente, aunque en mi subconsciente siempre había querido probar la sangre de un humano inocente y puro. Sabía casi igual que la de un adulto. Digo casi, porque no estaba tan contaminada, ni tan descuidada. La sangre de un cuerpo sabe distinta a la de otro. Hay detalles que quizá un humano no puede apreciar, pero que nuestro organismo y nuestra boca sí que distinguen. ¿Sabías que me he llegado a colocar bebiendo sangre adulterada…? Ah, sí, leíste el diario. Lo siento…

Pues eso sucedió, sin querer, pero queriendo. No me juzgues aún, porque llegaré a la parte de esa historia, e intentaré justificar mis actos. Sólo decir que no me enorgullezco de ello para nada, y que ojalá lo hubiera podido cambiar.

¿Y qué decirte? Viajamos de aquí para allá, te lo puedes imaginar. No parábamos. Vivimos muchos siglos, pero no te puedo contar gran cosa de ellos. Vivíamos aventuras, sí, e historias con desenlaces fatales con otros vampiros.

Y lo pasé realmente mal al principio. Me costó acostumbrarme a mi nuevo estado. Asesiné exactamente a veinticuatro inocentes. Veinticuatro vidas pesarán siempre sobre mí. Bueno, sé que cuando torturaba asesiné a más. Cuando iba a llegar mi vigésimo quinta víctima me contuve y pensé: «¿qué estoy haciendo?». Así era yo, hacía las cosas sin saber, sin preguntarme si estaba bien o mal, y cuando lo hacía llegaba el arrepentimiento. Y no sé por qué razón exactamente había sido elegido. ¿Para cambiar la historia, quizá? ¿Sabes que asesiné a un rey? No, no era rey, sino que iba a llegar a serlo, y yo acabé con su vida. Te diría su nombre pero sé que no sabrías ni quién es. Vi que podría ser perjudicial para el mundo, y lo hice. Pero mi maestro me dijo: no te inmiscuyas en sus vidas, sólo aliméntate de ellos. Y a eso me ceñí. Sin embargo, no sólo me alimentaba de su sangre, sino de su sufrimiento y oscuridad. Me encaré con los más crueles y despiadados, y seguí dándole un uso a mi originalidad en lo que mejor se me daba: la tortura.

A pesar de todo, cada luna llena de cada mes de cada año que vivía miraba al cielo, recordando el día en que me fui a suicidar. Una vez al año volvía al lugar donde debería haber muerto, abstrayéndome en mis pensamientos sobre si estaría o no mejor en el otro mundo. Me deprimía mucho ese día, pero lo necesitaba. Casi nunca pensaba en nada: sólo actuaba. Mi corazón iba llenándose de oscuridad, hasta que conocí a otra chica en un país asiático. Te puedes imaginar cómo acabó. En cuanto vio cómo era, huyó de mí, y eso que estuvimos más tiempos enamorándonos. Pero puedes observar que tú y yo tampoco llevamos mucho. No sé, quizá hago despertar en poco tiempo algún tipo de sentimiento fuerte en quien amo, pero en su mente está si aceptarme o no, por mucho que me ame. Por eso prefiero arriesgarme al principio, que esperar mucho para fracasar. Pero aquí estás, ¿no? >> me dedicó una preciosa y penetrante sonrisa, típicas que lo caracterizaban.

>> Y… bueno…  te preguntarás que dónde encaja el lobo en todo esto. Después de lo que viví con mi maestro decidió ir a descansar una temporada. Me confió esta casa y este lugar, y otros tantos por Europa, y se echó a dormir. Yo seguí despierto, pero solo, adorando a la luna llena. ¿Y qué decirte de los hombres lobo? Son tribus nómadas que viajan de país en país. Hablan varios idiomas, aunque parezcan unos salvajes, y en una de ésas estuvieron cerca de un escondite de mi maestro, allá por Grecia. La zona de Albania y Macedonia, no sé decirte.

Mi maestro me había hablado de ellos, pero nunca me había encontrado con un grupo. Mi costumbre de contemplar a la luna llena se convirtió en aullarle durante el último lustro al observar a un lobo hacerlo. Me pareció un animal bello y muy noble. Me sentí identificado con él, porque su apariencia escondía una bestia dentro. Una bestia que cuando comenzaba a devorar a su presa entraba en frenesí, descuartizando todo lo que tenía de por medio. Y yo era así. Cuando alguien me enfurecía… descargaba mi ira sobre él, aunque he de decir que nunca había sentido tanto odio como lo sentí en estos días en los que toda esa gente te hizo tanto daño. Porque el sufrimiento que me causan no me pesa tanto como el que le causan a las personas a las que quiero.

De todas formas, también tengo que decir que llevaba cargando con muchas penurias y oscuridad que he mantenido en silencio, porque yo…

Yo me convertí en el jefe de una manada de hombres lobo que conduje hasta la muerte…>>

Un aullido nos interrumpió.

– Como él aúlla ahora, aullaba yo. Quizá más alto. Por eso llamé la atención de la tribu. Sabían que esos aullidos procedían de una persona, no de un lobo, pero quisieron ver qué clase de humano era. Se dieron cuenta de que era un vampiro solitario. Esas leyendas de que luchamos los unos con otros no son ciertas. Convivimos, rara vez nos vemos y nos ignoramos. Aunque, sinceramente, su sangre sabe bien.

– ¿Quién es él? – pregunté.

– El antiguo líder de su manada. Eso es largo de contar. Será en otra ocasión. Noto como algo acercándose.

– ¿Por qué nos acecha? Estabas contándome todo esto para explicarme qué hace él aquí.

– Y para explicarte mi vida vampírica. Pero es que es otra cosa lo que siento. Es…

Su rostro se congeló. Se quedó en completo silencio, helado de miedo. Nunca lo había visto así. Nunca había visto terror en sus ojos.

– ¿Q…? – se llevó una mano a los labios indicándome silencio. No dijimos ni una palabra. Yo no podía oír nada, pero, por sus orejas moviéndose levemente, adiviné que él sí. Esforcé yo también mis oídos y escuché cómo unos golpes llamaban a la puerta, y, después el timbre. ¿Quién nos había venido a buscar? ¿Sería el hombre lobo?

No, él no temía en ese momento al hombre lobo. Parecía ser algo más. Su pupila estaba contraída. Su boca abierta mostraba sus feroces colmillos. Sí, mi hombre era una bestia, y eso me atraía más de lo que me asustaba. Pero una bestia con miedo en esos instantes. Y si él podía tener miedo, yo aún más, con lo miedosa que era…

Recuerdo la frase que me dijo en la que mencionó que había cosas de las cuales ni él podría protegerme. ¿Sería el que llamaba una de ellas? 

Estábamos en un silencio escalofriante. Los minutos pasaban como si horas fuesen. Se hacían pesados y tediosos. Aleksander no cambiaba el rostro. Pensé que habría entrado en shock. Fui a levantarme cuando extendió su mano, indicándome que permaneciera sentada. No estaba en shock, sino en alerta. Pasó media hora cuando suspiró, aliviándose:

– Madre mía, menos mal que estábamos aquí, y menos mal que te he contado qué soy.

– ¿Por qué?

– Me están buscando. Un cazador de vampiros. En verdad es un cazador de demonios de todo tipo, pero yo lo llamo cazador de vampiros, aunque a sí mismos se llaman exorcistas.

– ¿Exorcistas?

– Sí. Éste es italiano. Su nombre es Carlo.

– ¿Cómo lo conoces?

– Ese andar, esa colonia… Sabe de nosotros, los vampiros, y sabe que yo sé cómo es él, y aun así no disimula en aparentar otra cosa. Ha restregado su trapo lleno de su fragancia por la puerta, para indicarme que está cerca. ¿Cómo lo sabe? ¿Quién me habrá delatado?

– ¿De qué lo conoces?

– De mis tiempos en Italia. Fue hace veinte años, o treinta. Digamos que… me enamoré de una joven italiana hija de déspotas millonarios que quisieron hacerme la vida imposible, al igual que a ella, y… ya sabes mis métodos. Se lo conté, y ella huyó, pidiendo ayuda. Los había descuartizado, y el cazador estuvo buscándome. Llegamos incluso a enfrentarnos, pero pude escapar a salvo.

– ¿Por qué tiemblas? ¿No es un humano normal? – pregunté, algo celosa por dentro. Le entregó sus labios a otra mujer…, aunque fuera hace veinte años, lo vi como algo reciente.

Negó con la cabeza.

– No lo es. No era el primero que me encontraba, y suelen conducir a trampas a los seres sobrenaturales que son superiores a ellos. Tienen la ventaja de la sorpresa y de la emboscada. Es el único momento donde la mayoría tienen una oportunidad. Pero no él…

Su mirada se perdió. ¿Estaría recordando a la italiana? ¿Sería más guapa que yo? Los celos empezaban a invadirme y mi corazón se encendió de ira. Estoy segura de que escuchó cómo mis pálpitos aumentaban su ritmo, pero no se inmutó. Siguió con la mirada perdida.

– Sus padres… eran malos. Tenían contactos con las mafias, y sé que asesinaron alguna vez a rivales para ascender de posición, por eso no tuve remordimientos a la hora de… acabar con ellos. Sólo intentaba excusar esos crímenes… Siempre acabo arrepintiéndome, soy bobo. Si hago algo, debería aceptar que lo hice, y que yo soy así, y que por mucho que me prometa a mí mismo o a Dios no hacerlo, acabaré reincidiendo. Nací así, soy así. Me tengo que aceptar, y ya. Aunque sé que no es la respuesta que buscas. El exorcista… me aterra.

– ¿Por qué? – pregunté, queriendo, en verdad, saber más sobre su amada que el problema que le concernía. Apenas unos días lo conocí, y toda mi vida había cambiado. Supe que los vampiros existían, y que yo estaba junto a uno, y ahora iba a ser rodeada de sucesos sobrenaturales que me provocaban escalofríos. De la noche a la mañana todo dejó de ser lo mismo.

– No sé qué tiene. Creo que hizo un pacto con un demonio, y tiene mayores poderes. No sé cómo decírtelo. Su alma es… demoníaca. Es como yo, parecido… Sus poderes le permiten distinguir mi olor. Estoy seguro de que él sabe que estoy aquí, o se ha percatado de ello. No puede olerme u oírme como yo a él. Sólo tiene una fuerza parecida a la mía. En velocidad le gano, al igual que en sentidos desarrollados.

– Pero esto será un duelo de inteligencia, ¿sí?

– En efecto. Por un lado un cazador, por otro un hombre lobo. ¿Cómo hacerlo?

– ¿Qué tal si me acabas de contar toda la historia? Sé que tienes muchas anécdotas y vivencias a lo largo de los siglos.

– Pues sí, muchísimas, pero ninguna que sea de importante relevancia. No sé, creo que todos los asuntos del pasado los zanjé. Incluso pensé tener zanjado este. Ahora me hallo nervioso, maldición.

– Dime, ¿qué pasó con la manada de hombres lobo?

>> Como te iba diciendo, excusé los crímenes atroces que cometí a la gente que te hizo daño por el dolor que sentí yo en todos esos siglos, sobre todo en el momento que te voy a relatar. Le aullaba a la luna llena todos los meses, inspirado en el lobo, porque me llamó la atención. Mi maestro me comparó con los hombres lobo en el último lustro que vivimos juntos. Y yo… ¿qué decirte? No me importaba, hasta que mi maestro se fue a dormir un tiempo a su ciudad de origen: Grecia. Entonces fue cuando me perdí en los bosques meses y meses, y en uno de ésos una manada me encontró. Nos comunicamos en griego antiguo. A pesar de su aspecto y estereotipos salvajes, son seres muy inteligentes, como los vampiros. Recuerdo al líder, Galios. Feroz como su mirada, a la vez que noble y sabio. Era mayor, tenía barba canosa, y un pelo que caía por el cuello. Me rodearon entre todos y me habló, convertido en lobo:

– ¿Por qué aúllas, vampiro?

– Porque si no, lloraría. – le respondí. Varios de ellos me gruñían, pero fueron calmándose poco a poco, hasta que la luna desapareció y volvieron a ser los humanos que eran, desnudos sobre el suelo, irguiéndose después.

Habíamos estado horas contemplándonos, en guardia todos. Me esperaba una masacre total, en la que yo caería llevándome a unos cuantos, pero en su lugar me invitaron a su campamento. Me negué, alegando que el sol saldría en unos minutos, y les prometí que volvería a ese lugar por la noche. Me marché y me refugié en la primera casa abandonada que hallé, pasando todo el día despierto, exaltado por haber encontrado a esos seres nuevos. Y entonces volví junto a ellos tan pronto el sol se puso, donde hubo más para recibirme, pensando ellos que sería una trampa y yo llevaría a más vampiros.

– No hemos tenido buenas experiencias con los de tu calaña. – me dijeron.

– No sé con cuántos, pues no somos muchos.

– Dos, asesinos.

– Un asesino lo es siempre, no importa de qué raza venga, o qué poder tenga.

– ¿Por qué crees que nos mataron?

– Tenemos fascinación por la sangre, y fijo que quisieron probar la vuestra.

– ¿Cuántos crees que morimos?

– No conozco vuestra fuerza, no sabría deciros.

– Veinte. – dijo una chica joven detrás del jefe. Galios se giró hacia ella, y retomó su mirada hacia mí, diciéndome:

– Ellos escaparon.

– ¿Queréis que os ayude a encontrarlos?

Asintió con la cabeza.

– ¿Por qué debería hacerlo?

– Porque si nos ayudas, te haremos miembro de nuestra manada, y no volverás a estar solo nunca más.

Sus palabras calaron hasta lo más profundo de mi ser. Desde que mi maestro me había dejado todo lo que siempre anhelé fue alguien que me acompañase, alguien con quien compartir mi destino. De hecho me había fijado en una mujer griega, pero supe que nunca me acabaría aceptando, por eso me refugiaba en el bosque, a llorar mis penas a la luna, a vivir con la naturaleza, a… sufrir.

Acepté. Me llevaron con ellos hasta el resto de la manada y nos presentamos. Me miraban reticentes, y comprendí que hasta que no les demostrase que podían confiar en mí no lo harían. No sabían los nombres de los vampiros que los masacraron, sólo sus descripciones. Uno tenía la nariz torcida, y era algo rubio. El otro tenía el pelo negro, parecido al mío. Sus ojos eran pequeños, y sus cejas delgadas. Salí y busqué. Me tiré dos semanas buscando nada, conque decidí que serían ellos quienes me encontrasen.

Estuve recorriendo toda Grecia en busca de asesinos y ladrones a los cuales desangraba y después decapitaba. Sembré un rastro de caos que aterrorizó a la población local, y a los pocos días me buscaron.

– Otro como nosotros. – dijo el rubio.

– Mi nombre es Vatiatus. – dijo el otro. – ¿El tuyo?

– Aleksander.

– Yo soy René. – dijo el rubio.

– ¿Qué queréis? – pregunté.

– Chs, ten cuidado con lo que dices, él tiene seiscientos años de edad. – me dijo René.

– No te preocupes, René, es normal que muestre reticencia. No te culpamos por los asesinatos cometidos, pero te agradeceríamos que no llamases mucho la atención. Preferimos seguir siendo leyendas. La gente, al ver esos asesinatos, se imagina seres monstruosos, no-muertos, que los atormentan. Pero somos algo mejor, y como tales, debemos mostrar inteligencia, ¿no te parece?

– Sí, supongo.

– ¿Quieres unirte a nosotros? – me preguntó con un brillo insólito en sus ojos. Vi celos en la mirada de René, y rabia interna. Seguramente serían amantes.

– Dadme un día para pensarlo.

– Como sea, no asesines así a la gente. Al menos moléstate en esconderlos, de esa forma creerán las familias que les han abandonado, en vez de descuartizados. – me sonrió. Le correspondí la sonrisa, mi típica sonrisa de seducción, y se marcharon. Volví a los bosques junto a la manada, la cual no me recibió con mucha alegría, y les conté el plan. Íbamos a enfrentarnos a ellos al día siguiente.

Un vampiro de seiscientos años, y otro más joven, pero letal. Para aquel entonces mi edad era la de doscientos años. Teníamos que ser rápidos, o el viejo nos descuartizaría. Por desgracia, o fortuna, el hombre lobo no es el enemigo natural del vampiro, como la gente acostumbra a creer, sino que es un ser más, y su mordida no afecta letalmente al vampiro. Son fuertes, feroces, veloces, no tanto como nosotros, pero mucho, y juntos pueden causar mucho daño. Ése sería nuestro punto fuerte: atacarlos a la vez, y derrotarlos.

Al crepúsculo siguiente nos encontramos y accedí a viajar con ellos.

– ¿Qué dices, Aleksander? ¿Te unes? – preguntó Vatiatus.

– Sí, me vendría bien algo de compañía…

– Estupendo. ¡Celebrémoslo con sangre!

– ¿Habéis probado la sangre de hombre lobo?

– Por supuesto, está exquisita.

– ¿Sabíais que hay una tribu por aquí cerca? Me la encontré no hace mucho, y mis tripas han estado rugiendo desde entonces.

– Algo a lobo hueles. – dijo el rubio, sospechando.

– He merodeado la zona. Es la primera vez que los veo. Pensé en atacar primero, pero… luego pensé en vosotros, y en que entre los tres podríamos llevarnos algún bocado. Aunque si ya los habéis probado quizá no estáis tan emocionados como yo.

– Siempre es excitante probar esa sangre. Vi en tus ojos que nos aceptas por interés, más que por otra cosa. ¿Seguirás con nosotros cuando pruebes su sangre? – preguntó Vatiatus.

– Prometo estar contigo un tiempo tan pronto pruebe a un hombre lobo.

– ¿Sólo un tiempo? ¿Por qué no toda la eternidad? – dijo, y el rubio se agitó celoso.

– La convivencia puede resultar difícil en ocasiones. – nos sonreímos. Dirigimos nuestros pasos hacia el bosque cuando vimos a la manada en torno a una hoguera, bailando y cantando. Los acechamos hasta que decidimos atacar todos a la vez. Pero cuando fuimos a poner los colmillos encima de ellos unas trampas nos apresaron. Redes y estacas nos empalaron, a mí inclusive. Vatiatus se deshizo de esa inmovilización y nos liberó a nosotros, encarándonos a los lobos. Más surgieron de la nada, rodeándonos. Se abalanzaron hacia nosotros cuando Vatiatus se lanzó hacia uno de ellos, atravesando su pecho y arrancándole el corazón. En ese momento clavé una estaca en su espalda, atravesándole su corazón. Varios lobos lo rodearon y lo mordieron hasta decapitarlo. El rubio salió corriendo como alma que lleva el diablo, siendo perseguido por algún lobo sin éxito a la hora de atraparlo. Vatiatus murió sin saber que yo lo traicioné. No me importó. Miré a mis próximos compañeros, temiendo que quisieran acabar conmigo, pero no fue así. En su lugar, velaron la muerte del caído y Galios se me acercó para decirme:

– Gracias, y bienvenido a la tribu. >>

 

 

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