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Capítulo II

 

A mi niña. Habían humillado a mi niña. Cómo… ¡¿Cómo osaban?! ¡¿Qué clase de estúpidos humanos eran ellos para hacerle daño a aquel tesoro de la humanidad?! Sólo podía pensar en su sangre… Ah…, cuantísima hambre me entró… Mis tripas rugieron, mi boca salivó, mi garganta se secó. Necesitaba su sangre entrando por mi boca, inundándome de vida y calmando mi sed. Quería descuartizarlos. Dios santísimo, cuánto odio dentro de mí. Ah…

Sangre…

SANGREEEEE

Jodeeeeeeer. Me lo tuve que contener todo. No podía explotar, no delante de ella. No quería asustarla, no. Tuve que tragarme mi rabia. ¿Cómo osaron hacerle daño? De hecho, ¿cómo osó la mierda de padrastro que tenía a tocarla? Sus ojos ocultaban aún más daño. Mi niña, ¿qué tenían por contarme tus ojos que tu boca no quiso pronunciar?

Ah… el odio… el maldito odio… Mi instinto depredador, aflorando, atacándome con punzadas en el pecho. Grr… Me pedía romper mi camiseta, desnudarme, salir corriendo, encontrar a esos hijos de puta, descuartizarlos en un terrible sufrimiento, bañarme en su sangre, vomitar la carne que comiera, y mear sobre sus cuerpos maltrechos. Dios, quería desfogarme con ellos. Apreté mi mandíbula. Ah, mi corazón palpitó algo más rápido. Dentro de poco se detendría si no lo nutría, haciendo que mi cuerpo marchitase. Por eso me alimentaría de ellos, sí, y no dejaría nada. O sí, y se lo enviaría a los padres. Sí, jajajaja, grabaría cómo los mataba, y se lo enviaría a los padres. O mataría a sus padres y se lo enseñaría en vídeo, a ver cómo se sentían. Sí…, hijos de la gran puta. Cómo se atrevían a hacerle daño a mi niña.

Tan tierna, tan inocente, tan bonita, tan preciosa… y tan llena de mierda por culpa de imbéciles que necesitaban ridiculizarla para sentirse mejor, o aprovecharse de ella porque eran tan escorias que ni ellos valían para nada. ¿Y todo para qué? Para destrozarla, para que la hicieran sentir inútil, para que la empujasen hacia el suicidio. Pero ya no más, nunca más, mi niña. Contendré mi bestia por ti, pero no toleraré que te hagan daño, no. Intentaré que te enfrentes a ellos, o los asesinaré yo mismo. Porque tú sólo te mereces sonreír. Los… los… desmembraré… Los…, los…

Ah, no podía. Pasados unos minutos sus ojos y sus besos calmaron mis ansias de asesinar. Beber de tu dulce amor era lo más delicioso que jamás había probado, Adriana. Lo eras todo para mí… en apenas unos días.

Sin embargo mi corazón seguía latiendo. Pum pum, pum pum. Un pálpito era por ti, el otro por mi odio, mis ansias de muerte, y mi sed de sangre. Tanta oscuridad, tanta soledad, me habían condenado a ser impulsivo y egoísta. Pero tú… Tú me estabas empezando a cambiar…

Te merecías algo mejor que lo que tenías. Te merecías todo. Eras una diosa en la Tierra, un ángel. Joder, ¿cómo pudiste calar tanto en mi corazón tan rápido? Mírame, usando improperios en mis escritos, cuando no quiero recurrir a ellos. No, no me mires, no quiero que encuentres esto, no quiero que sepas cómo soy de esta manera. Yo te lo contaré un día, sí, pero aún no es el momento. Lo siento por ocultártelo. Tal vez no soy mejor que ellos. Pero yo lo hago por protegerte, y porque… te amo…

Ah…

Sangre…

Luz…

Compañía…

Amor…

San… gre…

 

Grr. Volví al mundo real, venciéndole el pulso a mis ansias asesinas. Ah, mi amor, tenía que centrarme en ti y en olvidar el resto. Tú lo valías todo. Y creí conseguir la solución. ¿Si vinieras a vivir conmigo, tu vida mejoraría?

Había preparado tu cuarto. Sí, así de imbécil era yo, que cuando me fui al alba tras despertar a tu lado preparé un cuarto para ti, con una cama, y un armario que llenaría de ropa. Te mediría la talla y haría que las confeccionasen para que te cupiesen de forma exacta. Sí, sin que te dieras cuenta, todo por sorpresa. Amada mía…

No era propio de mí perder así la cabeza. No sé qué fue, que me volviste loco desde el principio. Y sé que yo a ti también, aunque te negabas a reconocerlo. Te enseñé el resto de la casa y te invité a quedarte alguna noche. No iba a pedirte que te vinieras a vivir conmigo ya. ¿Qué loco habría hecho eso, en apenas tres días que llevábamos viéndonos? Jajaja, tan rápido, pero tan intensos nuestros sentimientos…

La acompañé hasta casa, y no tardó ni un día en aceptar mi invitación. Trajo una maleta consigo. ¿Tan mal lo pasabas, mi niña, que te fuiste con el primer extraño que te ofreció algo de amor? Porque eso era yo para ella, un extraño… Ni siquiera podía salir a la luz del sol. No podía hacer vida normal a su lado. Era un lastre, una carga para ella. Estaba condenado a vivir en la oscuridad, solo, apartado…

Soledad…

Oscuridad…

Sangre…

No, ¿qué pensamientos eran aquéllos? Tenía a una hermosa mujer viniendo hacia mí con una maleta. Iba a quedarse conmigo unos días. ¡Estaba tan emocionado! Sólo quería besarla y abrazarla. Y se me ocurrió una idea. La llevé de picnic a un lugar apartado con vistas al mar y a la luna. Nos besamos, y una cosa llevó a la otra, y pareció que íbamos a hacer el amor cuando la contuve. Sí, yo sabía que la excitaba, y ella a mí, pero… Yo era virgen…

Tantos siglos sin conocer el placer de una mujer. Todas las que me quisieron, al ver lo que yo era, huyeron horrorizadas. Estaba condenado a una eterna soledad. No quería entregarme a alguien que no me aceptase por completo, así que primero me ganaría su confianza, y luego se lo diría. Si me aceptaba, seríamos felices. Si no, sería mi octavo error. Pero yo, tonto, siempre tropezando con la misma piedra. ¿Por qué me encargaba de querer hacerlo bonito? ¿Por qué yo, que por mis manos había transcurrido la sangre de miles de personas, me molestaba en hacerlo especial e íntimo, en vez de entregarme a la lujuria y al desenfreno?

Porque nací romántico, y romántico moriría. Aunque en mi época ese término aún no existía, y a los de mi clase se les llamaba o cortesanos, o imbéciles. Como hoy en día, cambiando cortesano por romántico, vaya, aunque sean adjetivos distintos. Pero el de imbécil sigue.

Imbécil, imbécil, imbécil. Me dolió rechazarla, y con mi dolor las palabras surgieron de mi boca, y le dije:

– Te amo.

Qué feliz me sentí cuando ella me dijo lo mismo. Sí, nos amábamos…

Tan poco, y amándonos. Locos, ¡locos, pero felices! Qué ganas de celebrar una fiesta, de saltar dichoso, de bailar, de reír, y de jugar.  Dormimos juntos, y pasé las horas en vela, admirando su belleza. No quería dormir. Había dormido mucho en toda mi vida. Era tiempo de vivir. Me encantó ver su rostro angelical, su boquita medio abierta, aportándole más ternura aún a sus facciones. Oh, mi niña, qué bella eres. La rodeé con mis brazos y la protegí toda la noche. Tan expuesta a los peligros… yo sería su protector, aunque sé que hay cosas de las que no la puedo proteger, pero volcaría mi vida y mi alma en ello.

Sin que se diera cuenta, cogí un metro y fui midiendo cada parte de su cuerpo. Estaba tan en paz y tan a gusto que ni se dio cuenta de que registré cada detalle que poseía. Le compraría los mejores trajes que pudiera tener.

Despertó con la cara más adorable del mundo. Tenía los ojos entrecerrados, las facciones más delicadas, más niñas, y una voz de recién levantada que acariciaba el corazón. Ah… tan perfecta…

Fue al baño y volvió. Pero aquella vez pareció tener una pesadilla. Cuando tenía malos sueños hablaba en voz alta, hablando por las personas que participan en ellos, aunque aquella vez no la entendí muy bien. Me di cuenta de la vergüenza que pasaba en clase, del asco que le tenía a su padrastro, del payaso de su ex, y más quebraderos que sólo ella se daba. Ay, mi niña. De quien más necesitaba protegerte era de ti misma…

Cogí bolígrafo y papel y le pedí que apuntase sus problemas. Se quejó de su inigualable belleza, llamándose gorda como si fuera algo malo. Ah, qué asco me daban las modas. Si ella hubiera visto todo lo que yo se habría dado cuenta de que cada año se buscaba un estereotipo distinto, y casi siempre quien era diferente era criticado. Pero esta sociedad era más cruel que otras, y yo no quería eso para ella. Alabé su belleza, aunque no me creyese.

Y entonces decidí solucionarle todos los problemas. Le dije que se diera una ducha y fui a realizar unas investigaciones. Quien dice investigaciones dice un contacto que por cierto dinero hace lo que le pidas, dentro de lo estrictamente «legal», sin hacer preguntas. No sabía mi condición de vampiro, sino la de un niño rico al que le gustaba pedirle favores. Prefería que siguiera así. Le dije que me diera la dirección de Santi, cuyos apellidos me había molestado en averiguar primero. Acabaría asesinando a ese hijo de puta por el daño que le hizo a Adriana. Sí, sería él de quien me alimentase. Lo tenía decidido. Temí que la policía se inmiscuyera, pero por el precio correcto incluso la búsqueda más difícil puede solucionarse. Poderoso caballero es Don Dinero.

Sangre…

Sangre…

También le pedí algún contacto que me consiguiera borrar el vídeo donde la ridiculizaban, aunque hubiera sido difundido. La única solución que me dio fue la de meter un virus a cada móvil que visualizó el vídeo, y joderles todos los datos. Esperaba que no se hubiera propagado demasiado, o habría de matar a todo aquél que lo tuviera.

Y, de paso, el contacto de algún modista al que pudiera dar las ideas de los vestidos que iba a comprar para Adriana.

No importaba el precio de nada. Lo llamaba desde móviles prepago, me daba la información, y nos despedíamos hasta dentro de un tiempo. Luego le dejaba un sobre en la puerta de su casa y asunto zanjado. Le pedí que me dijese dónde se encontraba Santi a una determinada hora, y preparé el dinero. Lo conseguí buscando fortunas y riquezas a lo largo de los años. Me gustaba colarme de vez en cuando en casa de algún rey a robarle algún tesoro. Pero cuando mi creador me pidió que no me involucrase en la vida de los humanos dejé de hacerlo. Algún vampiro ya había asesinado a algún rey en tiempos aciagos para al final no conseguir nada. A rey muerto, rey puesto. Los vampiros viviríamos nuestras vidas, solitarias y oscuras, y los humanos las suyas, inciertas y fugaces.

Como Adriana se entretenía tanto, llamé al diseñador y le dije todas las ideas que bullían en mi mente sobre los vestidos. Le dije las medidas, y me preguntó que cuándo los quería listos. Le dije que en cuanto antes. Le pagaría lo que hiciera falta. Al parecer tenía un taller, y no habría problema, siempre que le abonase el dinero primero. El ser humano y su falta de confianza… Nah, mentira, en verdad los humanos necesitaban fiarse menos. Le hice una transferencia bancaria en el acto y me dijo que en pocos días estaría todo a punto. Le di dos. Así de exigente era yo. Tanto como generoso. Le escribí un cero más y cuando lo vio sufrió una erección. Cómo me encantaba comprar a los humanos. Se sentían tan bien y motivados después…

Mi amada tardó más de lo esperado. Supongo que se estaría mentalizando con todo. Cuando estuvo lista lo primero que hicimos fue ir a su casa. Subió, fue a recoger la ropa, y recibí la llamada de mi contacto. Me dijo dónde se encontraba Santi. Entonces oí golpes y chillidos, y subí corriendo hasta su casa. Su padrastro estaba forcejeando con Adriana. Ah…

Sangre…

Sangre…

Oscuridad…

Sangre…

¡SANGRE!

¡Aaaah! ¡Había apartado de mí esos pensamientos y ya volvían! Explotaron dentro de mí como un puñetazo que corta la respiración. Oprimieron mi pecho y recorrieron mi cuerpo, activando mis células y mi adrenalina, desplazándome con rapidez hasta donde su padrastro, agarrándolo y lanzándolo al otro lado de la casa.

Sangre…

Sangre…

Sangre…

Dios, tuve que hacer un milagro para contener mi depredador, mi instinto asesino, mis ansias de descuartizarlo. Cogí a Adriana y nos fuimos de allí. Subimos a mi coche y nos alejamos. Lágrimas secas en la cara de mi amada. ¿Cómo perdonárselo? También lo mataría. Sí, y a su madre, que sólo se quedó mirando, permitiendo la situación. Los mataría a todos, ¡a todos! ¡A TODOS!

¡SANGRE!

Paré, me agradeció rescatarla, y su mirada calmó mis sentimientos. La acaricié, sequé sus lágrimas, y la besé. Ay, mi niña, qué expuesta estabas…

Y entonces fuimos al supermercado donde estaría Santi si no se había largado ya. Nos bajamos, entramos, y lo reconocí al ver la mirada de terror de Adriana. Ah, qué cara de gilipollas tenía. Tan feo, tan grotesco. Daban ganas de patearle la cara hasta convertirla en un muñón tan asqueroso como lo era él. Joder, Adriana, con lo bella que eres tú, ¿cómo pudiste estar con semejante esperpento? ¿Cómo pudiste sufrir por esa cosa de hombre? No sólo era feo, sino que su actitud provocaba impulsos que te pedían arrancarle la cabeza para hacerle un favor. Argh, joder, cuánto odio pude sentir en ese momento. Sí, esa oscuridad… bombeó mi corazón, llevándola a cada rincón de mi cuerpo. Joder, qué idiota era yo, sólo quería enfrentarme a él para que Adriana dejase de tener miedo, y fui yo quien se quedó paralizado. Ah… «Dios, no, Dios, ayuda… Sé que te abandoné hace tiempo, pero ayúdame», era lo que pensaba.

Mi bestia. Sí… mi bestia interna. Ésa que me hizo estar con hombres lobo perdido en un bosque en mitad de la nada, a merced de mi enemigo. Ésa que me hizo asesinar a algún inocente por sucumbir ante la sed y el hambre. Ésa que me hizo torturar a los que me torturaron, aunque siendo mucho más cruel. Esa bestia que me pedía sangre, muerte, dolor, penurias, sacrificios, vacío… Esa maldita bestia estaba ahí, aflorando. No iba a contenerla, no. Ah, tantísimo odio dentro de mí, tantísima sed de sangre. No podía contenerla, no. Si no lo hacía… delante de Adriana… delante de tanta gente… acabaría asesinando a Santi y atacando a los demás, aun siendo inocentes, y Adriana lo vería todo. Sería testigo de la bestia que soy. Yo, un vampiro. No un vampiro galán que necesita permiso para entrar en tu casa, o que se convierte en murciélago, o que es repelido por ajo y cruces. Ni aquél que no se veía en el espejo, o el que dormía en un ataúd, no. Un vampiro que era genéticamente superior a los humanos. No era un cadáver andante, sino un cazador. Más veloz, más rápido, más fuerte, mejores reflejos, más resistente. Con un encanto natural, un macho alfa. Un vampiro cuya piel ardía a la luz del sol y que podía morir si el corazón se le paraba, cuya vida máxima sin sangre duraba un año, y luego atravesado con cualquier objeto punzante, aun teniendo una piel casi de acero. Sí, ese vampiro, superior en todo al humano, aun estando condenado a la soledad de la oscuridad. Y al deseo y la sed de sangre, de matar, de descuartizar… Ah, era una bestia, sí… una bestia…

Alguien me dijo una vez que los humanos eran el camino entre los ángeles y los animales.

Los vampiros éramos los animales con raciocinio. Mi bestia, mi asesino… iba a surgir en cualquier momento. Iba a apoderarse de mí sin ser capaz de contenerlo. Santi siguió hablando, y mi demonio le contestó, enviándolo a la mierda. Me empujó, enfureciéndome aún más. Iba a saltar. Por Dios que iba a saltar, que iba a desgarrar su piel allí, pero se fue. Sí, gracias, se fue…

Aunque yo seguía muy alterado. Adriana intentó calmarme, y me suplicó que le contase qué me sucedía. Le hablé sobre un instinto asesino que tenía, a pesar de que sabía que la iba a asustar. Pero no fue así. No era capaz de leer la mente, pero sí las reacciones. Ella… se sintió atraída por mi instinto protector asesino.

Y entonces me calmé. Mi respiración se templó. Mi corazón volvió a la normalidad. Y esbocé una sonrisa interna, sí…

¿Qué me calmó?

Una idea.

¿Qué idea?

La idea de la tortura que Santi sufriría…

Sangre…

Sangre…

Sangre…

Sonrisa…

 

 

 

 

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