Era una noche fría. Carnaval, para ser exactos. En un pueblo lejano, aunque no tanto, de mi casa nos reunimos unos cuantos. Yo hasta última hora no había decidido ir, por lo que era de los pocos que no llevaban traje. Una simple chupa de cuero y una sudadera verde debajo así como unas gafas de sol. Y de éstas que te estás relacionando con tus colegas hasta que uno dice que ha metido eme en su vaso. Que sólo lo hace en eventos especiales, y extiende el vaso hacia mí, preguntándome si quiero probar. Vaya que si quiero. Le di un trago no muy largo por no abusar, ya que hacía tiempo que no lo veía, y dejé pasar la noche.

Debido a que fue una cantidad minúscula los efectos no fueron como para destacarlos, mas sí que me afectaron.

Al poco tiempo estaba yo como pocas veces he estado de fiesta. Soy un tío que por lo general se queda medio dormido por ahí, no importa el café o el alcohol que beba. Eso sólo consigue ponerme nervioso, pero el sueño sigue afectándome. El eme me lo quitó. Me activó. Pude disfrutar de la fiesta y relacionarme con la gente sin la timidez que me destacaba en aquellos tiempos.

Llegó un punto en el que empecé a bailar como un psicópata. Bailé con cuatro chicas a la vez, sin exagerar lo más mínimo. Quizá incluso fueran más, no recuerdo. Tras ese día siempre pensé que cómo coño fui capaz de hacerlo con lo tímido que era. Hoy en día lo entendería más, que soy una persona más suelta.

Recuerdo uno de mis amigos decir que sólo me faltaba meter cuello para haberme liado con ellas, mas yo no tenía aquella actitud en aquel entonces.

Hace ya cinco años de eso. No he vuelto a probar la droga, pero aquella experiencia fue positiva. Recordando me dan ganas de volver a probar una dosis más alta para ver qué se siente y poder relatarlo mejor.

Sé que poco después aquel amigo mío se encaró con un tío que iba vestido de pitufo. Éste buscaba movida y por eso se chinó con mi amigo. Vi a unos amigos llegar y me fui a saludarles, a decirles:

– Chavales, creo que se van a cascar.

Y decirme ellos:

– No, si ya se están cascando.

Y al girarme verles a todos en un frenesí de puñetazos. El pitufo cogió un carro de la compra por allí tirado. Me extrañó que hubiera un puto carro, y más que se pensase que daría a alguien con eso. Podría haberle dado una patada para desestabilizarle, pero dejé que hiciera el mono. Le costaba a horrores coger el carro. Y luego lo lanzó y le dio a un colega mío en el pie. Fue cuando pensé que tenía que hacer algo. Se enzarzó con otro chaval y se agarraron del cuello. Yo sólo le di un par de puños en un costado y luego vi una botella de Coca-Cola, más bien de Calimocho, en el suelo. La agarré y me quedé mirando fijamente a aquellos dos agarrándose del cuello. Estaban a unos seis metros de distancia. Cogí y lancé la maldita Coca-Cola, alcanzando al pitufo en el rostro. A día de hoy no tengo ni puta idea de cómo tuve tanta puntería. O, mejor dicho, moña. Sólo hubo un testigo de mi hazaña, por desgracia. Aún recuerdo a la botella cortando el aire para impactar en la cara de un pitufo, distrayéndolo, bajando así sus defensas y permitiendo a mi amigo derribarlo. Parecía una puta guerra campal, joder. Se metió hasta el más mierdas en la pelea.

Fue un buen día. Poco después los efectos fueron mermando hasta el punto que sentí un gran bajón. De hecho al volver a casa en un autobús me quedé sopa.

Me encontré a las chicas de nuevo tras bailar con ellas por la zona de la fiesta. Había unas carpas, ya que llovía, creo recordar. Y las chicas me dijeron de irme con ellas por ahí. Me negué. Quién sabe qué podría haber pasado. Quizá al morir pueda ver universos paralelos donde aceptaba su proposición. Sería por la pasada de los efectos y volverme la timidez.

Les dije: “Luego, más tarde”, como si esperase volver a verlas. No las volví a ver. De hecho ni recuerdo sus rostros.

En resumen, me lo pasé de puta madre y estuve bastante activo hasta el bajón, que se siente bastante profundo, al menos en mi caso, que dejé de beber pasadas las cuatro y a las seis ya estaba medio muerto de sueño pululando por ahí.