De forma parecida al Busgosu o Musgosu, el cual es una criatura que forma parte de la mitología astur, aunque con características diferentes. Es el señor del bosque, así como de todo lo que habita en él. Es el mayor enemigo de los leñadores y cazadores.
Es un hombre que, hastiado por vivir en sociedad, decidió perderse en la montaña. Hombre de alta estatura y escaso en carnes, su tez es blanca y pálida, sus ojos pequeños y hundidos y posee una larga barba negra. Viste una zamarra hecha con musgo seco, así como sandalias de piel de lobo. Lleva un zurrón amarillo hecho de cuero, portando consigo una flauta negra de una madera desconocida. Su forma de caminar es lenta pero constante. Parece estar cansado, sin embargo, nunca se detiene. Cuando camina, sus hombros se menean de forma exagerada, y suele llevar las manos ocultas en su pecho. Ninguno ha escuchado su voz nunca, ni se le ha visto hablando con nadie, pero en los montes de Cantabria es respetado por la cantidad de vidas de pastores que ha salvado.
Leyendas y creencias: Ha dedicado toda su vida a ayudar a los demás en el monte, advirtiendo a los demás por peligros que surgen de forma natural, de la presencia de un Ojáncano u otro ser malvado. Sin detenerse nunca, toca su flauta de forma ocasional, formando dulces y nostálgicas melodías. De noche no toca, aunque sí que silba. Cuando los pastores reconocen el sonido de su flauta, saben que deben protegerse de un mal temporal a punto de llegar, buscando refugio para ellos y su rebaño.
Sin embargo, el sonido más terrorífico que un pastor puede advertir es el de una rama rompiéndose o una piedra rodando cuesta abajo en días de bruma intensa, lo cual les previene de un peligro y dan media vuelta para evitarlo, tal como un desprendimiento. Cuando llega el invierno, los pastores dejan atrás las cabañas de los montes para irse con sus rebaños, siendo protegidas por el musgo para mantenerlas en un estado perfecto para que cuando vuelvan, la residencia siga estando en buenas condiciones.