Las creencias religiosas de los cántabros se asemejaban a las de los celtas por Centroeuropa, rindiendo culto a la Luna, relacionada con la muerte y la eternidad del alma, y al Sol, siendo símbolo de la vida terrenal. Sin embargo, no todos los dioses parecían tener origen celta, como Candamo, dios de la montaña y la tempestad. Su veneración al dios de la guerra incluía sacrificio tanto de animales como de humanos. Otras divinidades de menor importancia estaban vinculadas a los árboles, los ríos (el Deva) y otros elementos de la naturaleza. En el monte Cildá, se encontró un ara dedicada a la diosa madre Mater Deva, conocida en el mundo céltico y personificada en el río Deva, pues era una diosa asociada con los ríos, fuentes y cursos fluviales. En Otañes se halló una pátera, bautizada como Pátera de Otañes, en honor a la ninfa de una fuente con propiedades curativas. Plinio el Viejo cita la existencia en Cantabria de unas fuentes intermitentes (las Fuentes Tamáricas) reverenciada por los cántabros tamáricos, las cuales tenían poderes adivinatorios y que corresponde a la actual Velilla del Río Carrión. Suetonio, en su relato sobre la vida de Galba, apuntaba como símbolo de buena suerte el haberse encontrado durante su estadía en Cantabria doce hachas en un lago. Eran ofrendas realizadas como veneración a los lagos. En la Hermida, Peña Cutral, Alceda y río Híjar han sido encontradas más ofrendas tales como stips, monedas de bronce, denarios, áureos y sólidos.
Sitios como el Pico Dobra eran sagrados desde la época prerromana hasta fechas posteriores, pues se encontró un ara en honor al dios Erudinus, cuya fecha se aproxima al año 399, demostrando que sus rituales sobrevivieron a la cristianización en el Imperio romano.
En base a Silio Itálico, Floro, Plinio el Viejo y san Isidoro de Sevilla, tenemos conocimiento de que los cántabros preferían suicidarse con veneno extraído de las hojas del tejo que a caer presos del enemigo. También, de esta forma, sacrificaban a los más mayores que ya no eran capaces de ir a la guerra.
De acuerdo a escritos realizados por los autores clásicos, para los pueblos célticos determinados elementos de la naturaleza poseen carácter sagrado. Podemos destacar los árboles, más en específico los robles y las encinas de los cuales los druidas extraían el muérdago, planta con atributos curativos y mágicos. A pesar de no haber un rito en específico que se hubiera repetido con el paso del tiempo en los pueblos de ascendencia celta, ellos fueron origen de fiestas que hoy en día todavía perduran en Cantabria y otros lugares de España.
Árboles como los robles, las hayas, las encinas y los tejos eran también usados como un sitio de encuentro, donde las leyes religiosas eran impartidas y las tradiciones celebradas. Hasta hace poco era común celebrar concejos abiertos bajo árboles centenarios (por ejemplo, las juntas de Trasmiera celebraban sus reuniones en Hoz de Anero, en Ribamontán al Monte, bajo una gran encina que todavía existe).