Desperté, como de costumbre, al lado de Lubi. Sus padres no estaban en la casa. Se habían ido “de viaje”. No sabía exactamente a dónde habrían ido. Me temí e imaginé lo peor. Busqué a mi amiga tras vestirme, pero no encontraba nada sin importaba a donde fuera.
Tampoco había nadie del servicio. ¿Estaría todo bien? ¿Se fueron sin decir nada? ¿O era una pesadilla?
Salí afuera. Estuve buscando con la mirada alguna pista, algo que me dijera qué podría haber sido de ellos.
Busqué donde Lubi y yo nos unimos. Busqué por los jardines, teñidos de un color rojo debido al amanecer inminente. Busqué por la entrada. Volví a la mansión, buscando por todas las habitaciones, todas las alas, incluso en las salas más secretas. Nada. No había nada. Lo cual me hizo temer.
A pesar de que el sol estuviera saliendo, parecía congelado en un eterno amanecer. Dejaba al mundo teñido con un filtro rojizo.
Caminé escaleras abajo, sintiendo corrientes de aire de las habitaciones que había dejado abiertas. Me asomé por la parte de atrás y encontré una imagen terrorífica. Una niña sin ojos, cuya piel era blanca como el mármol, con un vestido lila y un par de trenzas en un pelo castaño con flequillo, se balanceaba en un columpio en el que no había reparado.
Sacudí la cabeza. No era un sueño. Estaba segurísima de ello. ¿Sería algo peor? ¿Podría ser…? ¿Una visión…?
El suelo bajo la niña empezó a hundirse, formando un círculo que pronto se prendió en llamas. Su cabeza empezó a girar verticalmente hasta quedar volteada. No me había fijado pero su boca estaba cosida, además de carecer de nariz.
Caminé un par de pasos hacia ella. A pesar de lo horrible que parecía, me veía atraído por ella como si fuera un dulce afrodisíaco.
–¿Quién eres? –le pregunté, tragando saliva. La sentí muy real, atravesando toda mi garganta. No, no era un sueño, definitivamente. Estaba ante algo que no conocía bien. Y no tenía pinta de ser la sombra.
La niña se aferró mejor a las cadenas que sujetaban la tabla sobre la que se balanceaba. Su cabeza volvió a girar. Una lengua negra, viscosa y larga atravesó los remiendos que cosían su boca, rompiéndolos, retorciéndose en el aire como si quisiera introducirla en mi corazón y absorberme toda la sangre de mi cuerpo.
De su boca salieron partículas negras que encrudecieron el aire. Las cuencas de sus ojos vacías empezaron a reflejar una llama roja. Miré hacia el sol. No era un amanecer, sino un atardecer. En el cielo podías ver chispas, cenizas flotar, como si hubiera un incendio cerca. Era la tierra quemándose a mi alrededor.
–No confíes en ella. –me dijo con una voz que parecía salir de su propia alma y no de unas cuerdas vocales. ¿Era un ángel advirtiéndome?
–¿En quién?
–En la sombra.
–¿Por qué? ¿Quién eres?
–No lo sé. Creo que un recipiente con el alma de un demonio. Pero antes fui una mujer. Tan o más bella que tú. Yo fui a la primera que ella, o él, o eso, amó. Corrompió mi alma hasta no ser –su voz se volvía cada vez más fuerte, más ronca, más profunda. –más que un simple recipiente. Ahora, no sé si yo soy quien una vez portó el nombre de una mujer, o si el mismo Lucifer.
Eché mi cabeza hacia atrás. No sabía qué pensar realmente. De hecho, no pensaba. Mi mente estaba en blanco, deseando que aquella niña se siguiera pronunciando. Pero no hacía nada. Sólo columpiarse.
–No lo sé bien. –dijo ladeando la cabeza de un lado hacia el otro. –Porque ahora es el diablo quien me posee. Bueno, no él. Son varios cientos de demonios en su nombre. Pero no me poseen sexualmente. No tengo cuerpo ahí abajo. Abusan de mí de otra forma más terrorífica. No puedo escapar de esto. Creo que hay una forma, pero nadie me liberará.
Siguió columpiándose con la llama de sus ojos ampliándose hasta un punto que disminuyó hasta apagarse. Como si sintiera rabia, y después tristeza.
–No lo sé bien. –repitió. –No sé ya quién soy. Si quien lo amó, o quien lo convirtió. –empezó a reír, mostrando unos dientes afilados, estirando tanto su rostro que desgarró las comisuras de sus labios. Rio a carcajadas cuando el suelo cedió, devorándola, cayendo en un grito de agonía como nunca antes había escuchado.
Y, de pronto, sólo oscuridad ante mí.