Me estuvo contando cientos de anécdotas, a cada cual más descabellada. Dijo que aprendió a tocar bien la guitarra y que, imitando a los artistas de la caravana, fue a dar conciertos por media Italia, de bar en bar. En uno de ellos se le cansó tanto la mano derecha, con la que raspa las cuerdas, que tuvo que ayudarle uno a raspar mientras él con su mano izquierda decidía las notas. Y, bueno, si contase todo lo que me dijo me extendería demasiado. Yo sólo sé que me quedé como una boba mirándolo. Igual de bobo que se quedaba él en clases mirando a través de la ventana, deseando escapar, lográndolo al fin. Para mí, era un ídolo, alguien de quien tomar ejemplo e inspirarse. Nos dieron las ocho de la tarde. Merendamos unas bolsas de palomitas. Me sentí como una niña otra vez junto a él. Luego condujo hasta el barrio.
—Lo bueno de este coche —me decía. —es que apenas puedes ver su interior. Esperaremos hasta que se largue y…
—Ya se ha ido.
—¿Qué?
—Que no tiene el coche. Que se ha ido hace un rato.
—Mierda. ¿Sabes a dónde puede haber ido?
—A ver… Pf, ni idea.
—¿Algún plan?
—Sí. Esperar un rato a que alguien lo twitee o lo diga por Facebook.
—Ale, así de fácil. Cuando te enteres me avisas.
Apagó el motor y las luces y echó hacia atrás su asiento, relajando los ojos.
—¿Cómo es eso de Alemania?
—Largo de explicar. Ya te contaré otro día. Tenemos tiempo.
—O no. Tú eres de irte de un día para otro.
—Bien me conoces.
—Eh, ya está. En el Rincón del Almendro.
—Joder, vaya nombres les ponen a los bares.
Se acomodó y condujo hacia allá.
—¿Y tú cómo sabes a dónde tienes que ir?
—Eh… Bueno. Estuve ayer alternando por ahí y ya sabes.
—¿Te fuiste de fiesta?
—Discusiones de negocios que se caldean mejor entre fiestas.
Una canción de Bruce Springsteen sonó en la radio.
—Oh, Dancing in the dark. Me encanta.
Se puso a bailar al volante. No sabría decir quién me daba más miedo, si él u Onai. Entonces surgió un flashback. Esa misma canción sonó en la verbena en la que estuve bailando con Onai, y en la que me poseyó, despertando en mí sentimientos reprimidos. Nostalgia acompañada del miedo de perderlo surgieron en mí. Cambié de dial.
—Oyeeee… —me dijo.
—Lo siento. Me traía recuerdos.
Sonrió, guiñándome un ojo.
—Vale, ahora a encontrar aparcamiento. Recuerda, no vayas tú. De mí quizá ni se acuerdan. Me acerco, me paseo y echo un vistazo. Si te ven a ti se lo van a cascar a él.
—Ya, pero ahora son las ocho y media. ¿No crees que hasta que no sea demasiado tarde no hará nada?
—¿La borrachera aumentando? Nah, no lo creo.
Aparcó a la primera. Me lo esperaba hecho un manojo de nervios. Era demasiado calmo, y te transmitía tal tranquilidad. Lo miré. Sabía que podía contar con él sin importar el qué. Le sonreí, siendo correspondida sin que él supiera por qué. Se bajó.
—Ahora vuelvo.
Sí, porque WhatsApp no tenía. Me estuve poniendo nerviosa, esperándolo, dándole vueltas a chorradas sin sentido. Estaba aterrada por lo que pudiera encontrar si investigaba demasiado. Me distraje mirando una farola encendida. Las gotas de la lluvia podían verse al ser iluminadas por ella. La tromba era un simple calabobos, otra vez. Yo sólo quería que dejase de llover.
La puerta del coche se abrió de golpe. Me asusté, pensando que no sería mi hermano. Entonces me dijo:
—Sí, están en ese bar. Está en una esquina bebiendo chupitos baratos. Podemos esperarle a la vuelta de la esquina, a ver a dónde va.
—Al Cowboy irá después. ¿A dónde, sino?
Sonrió. Entonces pensó:
—Oye, ¿y por qué vamos a estar aquí como detectives privados? Vamos a divertirnos un poco. Nunca hemos salido de fiesta juntos.
—¿Qué? ¿Mi hermano fiestero?
—A ver, la música de por aquí apesta, pero estoy seguro de que alguna habrá que me guste.
—La música de hoy en día, dirás.
—Sí, porque la ponen en todos los lados, pero normalmente en las ciudades grandes hay discotecas con música que me gusta. Bah, whatever, ¡vámonos!
Me agarró de la mano y me atrajo hasta el primer local que hallamos. En menos de cinco minutos, y tas pedir una copa, conquistamos la pista de baile. Dejé de pensar y de dejarme llevar por la lujuria para simple y llanamente disfrutar de un momento a solas con alguien que no me juzgaba por mis actos. Era distinto a salir de fiesta con mis amigas, o sola, o con mis… ¿amantes? Aquella vez… estaba con la persona que de verdad cuidaría de mí sin importar qué. ¿Sería él de quien nuestra hermana se refería? Nah, porque padre también cuidaría de mí. Pero él me juzgaría. Mi hermano no. De un momento para otro rodeé su cuello con mis brazos y me dejé llevar por su cuerpo, como si en lugar de una bachata estuviera sonando una balada. Él posó sus manos sobre mi cadera y me llevó como a su niña pequeña, como a lo que yo siempre fui, su vía de escape para cuando el mundo se derrumbaba. ¿Cuándo dejé de serlo, hermano? ¿Cuándo?
Acabó la canción. Nos ventilamos la copa y dijo:
—Vamos a por ese cabrón.
—Ya han ido al Cowboy.
—¿Cómo lo sabes? Ah, vale…
Fuimos allí. Se notaba el alcohol malo de garrafón. El mareo se palpaba. Invadimos otra discoteca, cercana al bar aquél. Aquella vez sólo bebimos y seguimos hablando de cosas superfluas. Cuanto más cercano era el momento más rápido me palpitaba el corazón. ¿Que iban a ver mis ojos? ¿Qué iba a sentir mi alma?
Las once. Apenas dos horas por ahí y media. Se me hicieron un poco largas, a decir verdad. Por mucho que quisiera a mi hermano el suspense estaba matándome lentamente. Al final él dijo:
—Esperar a la una sería mejor que ahora pero veo que tienes ganas. Echemos un vistazo.
Llegamos hasta la calle del bar-discoteca aquél. El portero me pidió el carnet. ¿Tan niña parecía yo? Por Dios, superaba en seis los años mínimos. Oye, tendría que haberme alegrado. Quizá es que iba ya bastante pedo. Ah, no, es que apenas me maquillé y todas las que me rodeaban parecían putones salidos de un circo. Me acerqué hasta la barra y mi cuerpo cayó contra ella. Joder, si sólo había bebido tres copas.
—Dos hamburguesas y palomitas hace horas no es alimento suficiente. —me dijo él al verme mirándome a mí misma en un reflejo el careto que tenía, el cual no era nada comparado a como iba a ser cuando descubriría lo que pasaba. La gente del barrio se quedó congelada al verme. Ellos también sabían que yo tenía una aventura y que no debía de pasar nada, pero también sabían que sí que pasaría, pues Onai agarraba de la cintura a una mujer, a una desconocida, mientras besaba sus labios, devorándolos, como si no hubiera un mañana. Mi hermano posó una mano en mi hombro como en Onai la posó un amigo suyo para llamarle la atención. Se giró, asustado. Al verme su rostro le cambió por completo. Mi hermano supo que tenía que sacarme de allí. Me agarró de la mano y salimos disparados hacia el coche, donde me dio un ataque de ansiedad. Empecé a ahogarme. Yo… No quería verlo. No quería volver a saber de él. Me… Me había traicionado.
No.
No me había traicionado en absoluto.
Nunca formalizamos nada.
Yo me hice ilusiones en vano.
Pero… ¿qué me esperaba?
Yo era igual.
O peor.
¿Era aquello lo que él sentía cada vez que sabía que yo estaba con Eric?
Pensé que no sentiría celos, porque pensé que no sentía nada por mí.
También pensé que yo no sentiría celos, porque pensé que no sentía nada por él.
Pero…
Parece ser que no era así…