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…
La oscuridad se la había llevado para la eternidad. Mi rostro se hallaba desencajado de dolor, pero ninguna lágrima era capaz de caer. Mi corazón parecía pararse, y un odio intenso dentro de mí se desataba, fustigando mi alma, emponzoñando mi mente, y retorciendo mis músculos y huesos.
Tras varias horas sin ser capaz de aceptarlo, una lágrima cayó desde el ojo de Horus. Una lágrima que era igual que las de un ojo normal. Quizá más triste. Cada lágrima está cargada de sentimientos. La mía llevaba un vacío enorme, y una decepción por mí mismo demasiado amarga.
Pude haberla salvado si hubiera cumplido mi promesa de comunicarnos, o si me hubiera quedado, o si hubiera sido un poco inteligente. Pero no lo fui…
Un vacío asolador me consumió el alma. Ni Rubí supo consolarme cuando llegó en tren. Al menos estaba a mi lado. Era la única esperanza de mi vida. Pero el verla desató mis pensamientos más tenebrosos…
Su funeral llegaba, mas yo no quería ir. No quería ver cómo enterraban a mi hermanita. No quería ver cómo se llevaban a quien no pude proteger. No quería ver cómo ponían punto y final a una vida llena de energía e ilusiones. A una mujer tan bella e inteligente. Si me hubiera quedado y la hubiera cuidado… Pero no, tuve que ir a joder a la familia de Rubí, y luego abandonarla de nuevo…
¿Qué le sucedería a su alma? ¿A dónde iría? Sus sueños, sus pensamientos, sus sentimientos, desaparecían para siempre. Adiós a todo un ser humano, tan joven, tan…
Cada vez más y más negatividad me asolaba. Mi alma había sido completamente engullida por la oscuridad. En ese momento la luz de mi mundo estaba apagada. Era una masa pura de odio enfermizo. Al final resultó ser que yo no tenía tanta suerte. Mi ojo me había salvado muchas veces, pero no había salvado a quien debería haberlo hecho.
No acudí al funeral. En su lugar dejé a Rubí y su amor detrás de mí, incapaces de consolarme. Ella fue, porque yo se lo rogué. Le pedí que representase mi presencia, pues ella portaba la mitad de mi alma. Pero… mis intenciones no eran buenas…
No quería ver a gente que me mirara con asco, pensando que no estuve a su lado en sus momentos finales. Y más asco me tendrían al no acudir a su despedida, pero…
Mi odio palpitó dentro de mí, siendo bombeado junto a mi sangre. Tomó control de mi mente y de mi cuerpo. Los fue moviendo hasta el peor barrio de la ciudad, lleno de parias, marginados, delincuentes y drogadictos. En mi mano un maletín con diez mil euros dentro, parte del dinero que había dejado escondido en el piso en caso de emergencia. Busqué al peor grupo que pude encontrar. Ninguno me quitaba el ojo de encima. Pero lo único que veían era a un hombre con una máscara de un demonio puesta y una chaqueta negra con capucha. El resto todo negro, también. Algunos pensaron que yo era la misma muerte acechándoles. Me temieron. Pocos se atrevían a entrar a ese barrio, y si alguien como yo lo hacía, con ese aspecto, es que era sospechoso. El cielo estaba por completo cubierto de nubes, y el barrio no tenía iluminación. Aun así, mi ojo me guiaba, y me decía quiénes iban a ser los idóneos.
Señalé a uno tirado en la calle, y le pedí que me acompañase. Dudó, pero tras unos segundos lo hizo. Luego otro, a punto de subir a su casa. El tercero se me acercó:
– Eh, ¿qué llevas en ese maletín?
– Diez mil euros. ¿Quieres un cacho? Sígueme. – dije con voz rasgada y ronca.
Pensó en atracarme, pero su codicia y curiosidad lo instaron a seguirme. El cuarto llegó cuando este último lo llamó con un silbido. Sus almas eran perfectas para el trabajo. Los llevé a un callejón apartado y les lancé el maletín al suelo. Lo abrieron con reticencia y al ver el dinero una punzada les atacó en el estómago. Se lanzaron a por él, y alguno quiso correr, pero antes de que lo hicieran dije:
– Veinte mil euros más si me seguís. – y no lo dudaron dos veces. Confié en que no me apuñalasen por la espalda. Su codicia era mayor que su tentación.
Era algo que tenía estudiado desde hacía meses, uno de los planes que se me habían ocurrido hacía años. Le di vueltas en la cabaña de la sierra perdida, y la muerte de mi hermana lo activó.
Los cité para la noche en un determinado punto. Si de verdad lo querrían, vendrían. Tenían miedo de mí, a la vez que ansias de ganar más dinero. Les pedí que no lo contasen si no querían que la policía nos cogiera. En verdad era por si se apuntaba algún idiota más. Volví a casa, con mis padres mirándome entre con pena y resentimiento, y Rubí con el corazón roto. La acaricié, diciéndole que la amaba. Obviamente me había quitado la máscara antes de entrar. La guardé, porque volvería a ver a esa gentuza. Me preguntaron que dónde había estado. Les dije que tomando el aire en un día lluvioso de invierno. En verdad era alimentando mi odio inconmensurable e insaciable. Pasaron las horas silenciosas e incómodas al lado de mi amada. Nunca nos habíamos sentido incómodos estando el uno al lado del otro, excepto aquel día. Ella no sabía cómo reaccionar conmigo. No sabía mis emociones, estaba perdida. Le dije:
– Puedo ver el alma de la gente, y sus sentimientos. Sí… Puedo saber lo que sientes a cada momento. Perdona que te lo ocultase, pero era por tu bien. No quería que te sintieras siempre analizada y acosada.
– ¿Y por qué me lo cuentas ahora? – dijo con un cúmulo de sentimientos dentro aglomerándose.
– Pronto lo sabrás. Tengo que irme, mi vida. Hablamos pronto.
– ¿A estas horas? ¿A dónde? ¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a abandonar?
– No, ni mucho menos. Prometo volver vivo para ti. Tenemos mucho por hacer.
– ¿Entonces…?
– Sólo espérame…
Y me fui, sin más dilaciones. Se quedó triste y confusa, pero debía hacerlo. Llevé una bolsa con el dinero y mi máscara, puesta al llegar al punto en el que habíamos quedado. Llegaron al cabo de media hora. Los observé a lo lejos, preparándome para el supuesto caso de una emboscada, pero no, llegaron solos, excepto dos de ellos, los que se conocían. Yo sabía sus gustos, y de lo que eran capaces de hacer. Sabía que eran perfectos para el plan. Se lo conté. Se quedaron impresionados por lo que yo esperaba que hiciesen, pero aceptaron. Se tomaron unas pastillas que les di, y luego llegamos en mitad de aquella fría y espeluznante noche a la casa del tío de Rubí. Con un par de ganzúas y el ojo pude forzar sin problemas la cerradura. Nunca lo había hecho, pero mi ojo… bueno, para qué seguir diciendo que era milagroso. Asomé el hocico. Miré la alarma, y utilicé la misma estrategia que había usado con el ricachón. Miré las teclas más usadas y lo deduje. Era una fecha. Era el cumpleaños de él. No podía creerlo. Un hombre tan poderoso y que parecía tan inteligente… poniendo semejante contraseña. Surrealista, a la vez que confortante para mí.
Entré y revisé el edificio. Sólo estaban la mujer y él en la cama durmiendo. Me aproximé hacia ella y de un golpetazo la noqueé. Él se despertó, sobresaltado, dando la luz.
– ¿Pensaste que, aunque huyeras de la policía, huirías de la Justicia?
– ¿Quién eres tú?
– ¿Yo? Yo no soy nadie.
Le apunté con la pistola. Dejé que entrasen los cuatro hombres que me habían seguido, y les ordené:
– Ya sabéis, os esperan veinte mil euros.
Lo amordazaron, lo ataron, y comenzaron a violarlo con crueldad. Las pastillas… eran potenciadores sexuales. Iban a estar horas violándolo mientras yo miraba fijamente. Llevé a la mujer al sótano de la casa y la dejé allí encerrada y atada, para que no pudiera huir ni gritar, y me deleité con el sufrimiento de aquel ruin hombre, siendo violado por cuatro penes mugrosos de todos los tamaños, eyaculando sobre su asqueroso cuerpo, varias veces. Mi odio fue apaciguándose a medida que su alma se resquebrajaba por el dolor. Todo su dinero no lo estaba salvando del karma, que actuaba bajo mi mano. Toda su hipocresía y falsedad estaban siendo pagadas. Su maldad y su odio lo estaban consumiendo. Me di cuenta de que el mío también me consumiría a mí. Pero yo, lejos de querer enfrentarme a mi odio, me uní a él. Éramos uno. Respiré el aire cargado de maldad y de dolor, y sentí placer. Oh, sí, era la venganza perfecta, proporcionada por mi ojo divino.
Y lo mejor fue que cuando todo acabó, lo dejé vivo, para que tuviera el recuerdo en su mente todos los días de su triste y patética vida. Tras dos horas lo desataron, y nos largamos corriendo. Les entregué el dinero, y les prometí más si lo hiciéramos otra vez. No debían contárselo a nadie. Aunque supe que no los volvería a ver. Se lo gastarían en droga y tendrían sobredosis. No me importó. Nadie supo mi rostro, olvidarían mi voz, me desvanecería en su recuerdo, pues sus muertes llegarían pronto. Pero no en el del tío de Rubí, no. Él me recordaría por toda la eternidad. Un hombre oscuro con una máscara de un demonio. Me odiaría, pero jamás me encontraría.
Llegué a casa y me tumbé junto a Rubí tras desnudarme, abrazándola. El día había acabado bien, hasta que recordé que mi hermana había muerto. Entonces volvió a invadirme la tristeza. Ella me abrazó.
– ¿Dónde has estado?
Y le dije la verdad. Dentro de ella el odio y la satisfacción hicieron el amor. Estaba contenta y alegre. Pensé que me miraría con asco, pero, en vez de eso, brilló en ella el mismo color que brillaba en mí. No en vano era el amor de mi vida.
– Este ojo… conlleva una gran oscuridad. Maté al que fue mi mejor amigo porque lo ansiaba con obsesión y quiso matarme por ello. El odio te invade, pues, aunque lo veas todo, hay detalles que escapan. Por eso hay que entrenarlo con fuerza y determinación. Sangras, y mucho, pero no sucede ningún daño. Hasta hoy, nadie me ha pedido nada por él. El destino, o un ángel, o demonio, me han conducido por este sendero. Duro, escabroso, y traicionero, sembrado por el dolor, la oscuridad, y el odio. Pero también por el amor. Tú eres la única luz que ilumina mi alma, y a ti debo mi felicidad y mis sentimientos buenos. No quiero que tu luz se apague nunca. Por eso seré yo quien te guíe. A mí nadie me enseñó. Ni siquiera he aprendido, pero yo te ayudaré a ti en todo lo que sea capaz. Por eso te pido, Rubí… Acepta mi otro ojo.
Abrí la caja, enseñándole el Sol, como si estuviera pidiéndole matrimonio. Se sobresaltó, y tras muchísimos miedos, inseguridades, y emociones alteradas, acabó aceptando. Ella iba a ser el Sol. Yo ya era la Luna…
(Continuará…)
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