En la mitología griega, la Esfinge era un demonio de destrucción y mala suerte, que se representaba con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave.
Según Apolodoro, la Esfinge era un monstruo con rostro y busto de mujer, patas de león, cuerpo de perro, cola de dragón y alas de pájaro. Estacio precisa que tenía el rostro pálido, la boca llena de veneno, ojos como brasas encendidas y las alas siempre manchadas de sangre. Heródoto llamó a las Esfinges egipcias, que tienen rostro de hombre y carecen de alas, Androesfinges, para distinguirlas de la Esfinge griega.
Una tradición, referida por Pausanias, dice que la Esfinge no era un monstruo, sino una hija del rey Layo, a quien se le había confiado un secreto sólo conocido por los monarcas de Tebas. Al morir Layo, cuando varios de sus hijos llegaron a reclamar el trono, la Esfinge se enfrentó a ellos declarando que sólo reconocería como sucesor legítimo a quien fuera capaz de señalar con precisión el secreto de los reyes tebanos, y que condenaría a muerte a todo el que fallare. Sólo Edipo, nos dice esta tradición, desentrañó correctamente el secreto, ya que le fue revelado en un sueño.
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