Llegamos hasta casa, donde corrimos a refugiarnos. No vimos a nadie dentro. El chófer se marchó y nosotras subimos las escaleras, dejando gotas de lluvia a nuestro paso. Nos refugiamos en su cuarto y, sin cambiarnos, nos tiramos sobre la cama. Puso música con un mando a distancia y le dije:

–Estos días son los típicos que echaré de menos cuando pase el tiempo. Son los que cuando mire hacia atrás, recordaré con mucha ilusión y añoranza y se me morirá algo por dentro.

–No seas boba, repetiremos estos momentos hasta que nuestros años de vida se acaben.

–Ya, pero mira a la lluvia. ¿Tú crees que cuando viajemos lloverá tanto?

–¡E incluso más! –reímos, pero yo continuaba en aquel estado de bajón.

–Ojalá. Pero, insisto, tengo una pena en el corazón. Como si cuando me fuera a ir se acabase una etapa de mi vida.

–¿Crees que tu estancia aquí es un periodo de transición?

–Sí.

–Lo haremos eterno, confía en mí. Lo que te pasa es que estás depre porque hace un par de horas que no bebes nada, ¡Bebamos! ¡Bebamos hasta morir!

Reímos como dos idiotas e hicimos una incursión a la bodega, cogiéndonos ron y whisky, mezclándolo, sentándonos fatal, bailando, vomitando, riendo y cayendo rendidas sobre la cama. Cayendo en un sueño profundo el cual se caracterizó por no tener absolutamente nada, sólo un vacío y una oscuridad que me hicieron pensar que había estado muerta todo ese tiempo y había despertado de milagro.

Vaya fiasco de resaca teníamos al día siguiente. Nos íbamos chocando con las paredes, rebotando de aquí allá.

Miento, eso lo hice yo. Lubi estaba más alegre.

–¿Cuál es tu secreto? –le pregunté llevándome las manos a la cabeza, doblegándome el dolor.

–Esto. –me lanzó una pastilla que me tomé de inmediato.

–¿Por qué no me lo dijiste antes?

–La resaca son las consecuencias a pagar por habértelo pasado bien.

–Cuando me lo paso bien sin beber no estoy así tan hecha mierda.

–Porque no lo fuerzas. La bebida la usas para atraer la felicidad, y a los dioses no les gusta vernos felices.

–¿No?

–No, por eso quieren prohibir el alcohol.

–Jajaja, idiota. Yo creo que el alcohol crea más problemas de los que soluciona.

–Lo sé, sólo estoy tonta.

Llevábamos aún la ropa del día anterior puesta. Ella se dio una ducha antes que yo y salió con la toalla bien ceñida al cuerpo, dejándola caer “por error” delante de mí, sonriéndome y vistiéndose. Le sonreí porque tampoco podía hacer mucho más con aquella jaqueca y fui directa al agua, cayéndome por mi cuerpo. Me quedé con su frase de: “tranquila, no importa que tardes”. No sé cuánto estuve allí. Perdí la noción del tiempo. Creo que incluso me quedé dormida.

El agua cálida junto a la lluvia cayendo contra la ventana eran dos exponentes del sueño demasiado efectivos.

Me quedé pensando en lo que le había dicho a Lubi la noche anterior. Me gustaban los días a su lado. La pega es que lo que para ella era su día a día, para mí era una aventura pasajera. Para mí serían meros recuerdos.

Me encantaba que quisiera compartir su futuro conmigo, pero algo dentro de mí me decía que acabaríamos separándonos. Era una lástima. Una…

Parpadeé un par de veces.

El agua se había colado entre mis pestañas y había deformado la realidad ante mis ojos. Por un momento me pareció ver una sombra deslizándose a través de la cortina. El baño se quedó helado. El agua parecía caer más fría que caliente. De mi boca salía vaho. Me entraron varios escalofríos. Sacudí la cabeza y salí corriendo.

–Llevo tanto tiempo que me he acostumbrado al agua y ya empiezo a notar el frío… –me dije a mí misma. Me engañé a mí misma…

El azulejo del baño parecía odiarme. Me dificultaba, queriendo que resbalase y cayese. Pasito a pasito llegué hasta la puerta, abriéndola y mirando a Lubi con una sonrisa forzada. Se acercó a mí y me preguntó:

–¿Estás bien?

–Frío, mucho. Y no se me va la resaca.

–¡Anda ya, si yo estoy nueva!

Le volví a sonreír. Pasamos un día medio entretenido y medio aburrido, viendo películas encerradas en su cuarto, dejando pasar sólo a los sirvientes que traían la comida y a la corriente de viento que traían consigo. Una corriente que parecía estar cargada de las sombras con las que yo me había encontrado.

Asustada, temblaba encogida en mí misma, aguantándome las ansias de orinar para no volver a encontrarme con lo que yo me mentía acusando de haber sido mi imaginación.

Al final Lubi me cogió de la mano y me llevó hasta allí. Hizo pis enfrente de mí como si fuera mi pareja. Por un instante vi su vagina y me ruboricé. Luego ella me confesó:

–Me pone de tripi venir sola al baño cuando llueve a cántaros.

–Menos mal, creía ser la única.

Reímos como dos bobas cuando volvimos al cuarto y nos quedamos atontadas mirando la película. Y mirándola. Y…

 

Sé que estaba soñando. Me movía inquieta en la cama. Aquella vez no era el WhatsApp de Lubi. No, ella estaba a dos metros cerca de mí, boquiabierta, fulminada por el sueño. Era otra perturbación…

En mi sueño todo se tornó blanco, gris, negro…

En mi sueño la materia comenzó a ondular. Todo a mi alrededor vibraba, como si fuese a estallar en cualquier momento. Caminé a paso lento hasta el pasillo, cuando me di cuenta de que lo que quería era ir en la realidad. Por ello abrí los ojos, pero sufrí parálisis. No podía moverme. Mis ojos estaban clavados fijamente en la otra punta de la esquina del cuarto. Intenté mover los músculos, pero no me respondían. Intenté despertar más, pero era incapaz de ello. Y, entonces, en aquella esquina se fue formando una forma, una sombra. Una silueta incorpórea que parecía danzar para mí, caminando hacia afuera del cuarto. Oscuridad. Todo era oscuro. Y yo quería levantarme. Estaba asustada. No quería que aquello me hiciera daño. No quería que se acercase a mí. No… quería saber qué era.

¿Estaba viendo pesadillas? Efectivamente, había sido la sombra de algo, a pesar de no entrar más luz que la bombillita de LED del televisor. Y era imposible que aquella luz ínfima pudiera alumbrar lo suficiente para provocar tal sombra. ¿Lo oscuro en la oscuridad?

Seguía agitándome, más inquieta. Poco a poco mi cuerpo me iba respondiendo, hasta que me levanté de un sobresalto. Como si hubiera estado debajo del agua, di una bocanada de aire para recuperarme y salté de la cama. Lubi seguía durmiendo. ¿La vi en sueños? ¿Tuve una especie de viaje astral? Llevé mis dedos a los ojos, despejándolos, hasta que vi una luz parpadeando por debajo del resquicio de la puerta. Alargué la mano para girar el pomo cuando pensé que lo mejor era dar todas las luces y zarandear a Lubi hasta que despertase. Pero entonces miré hacia donde ella debía estar, y…

Había desaparecido.

En un puto momento. De un segundo a otro, ella ya no estaba. ¿Cómo era posible? ¿Seguía soñando?

–Lu… –fui a pronunciar su nombre cuando las palabras se me atascaron en la garganta. Me era imposible decir nada. Y, lo peor, es que cuando intentaba dar la luz mi mano era inservible. Como que traspasaba el interruptor. Como que éste no existía. Genial, seguía soñando y yo sin darme cuenta de ello. Intenté despertar, pero no pude. Cuando me concentraba me mareaba. Si era un sueño, era el más real que jamás había tenido en toda mi vida.

La puerta se abrió sola. Sin importarle los cerrojos lo más mínimo. Y una sensación de frío invadió mi cuerpo. Debería de estar destapada o algo en la “vida real”. Pero es que… aquello era demasiado real. Había tenido sueños lúcidos, muy nítidos, pero ninguno como aquél. Ya que, aun hallándome rodeada de oscuridad, todo era… real. Quizá yo era la ilusión.

Di un paso hacia afuera del cuarto. El oscuro pasillo, iluminado por rayos débiles de la luna a través de los ventanales, se me antojaba excesivamente largo. Era como si no tuviera fin. Mi sueño distorsionaba con exageraciones lo que ya había visto. No sé por qué me dio por investigar. Esa sensación… de saber que sueñas y que nada te va a pasar… Esa… insensatez, ya que yo no estaba segura de que no fuera un sueño. La mansión me había dado mal rollo desde que la había visto por primera vez. Y, ahora, cada minuto que transcurría el pánico se apoderaba aún más de mí.

Di un paso, y a mi derecha los cuadros de las personas mostraron unas sonrisas con unos colmillos espeluznantes. Sentí la presencia de algo detrás de mí. Como un susurro acariciando el cuello. Como una respiración azuzando la nuca. Y entonces me giré, para no ver nada, y al volver a retomar el camino ver a los cuadros calmados. Más calmados que de costumbre. Sus rostros estaban más relajados. Esos cuadros… no tenían vida. Nada, ninguna. Sus facciones mostraban unos… ¿muertos? Sus pinturas reflejaban seres inertes. Como si el pintor no se hubiera esmerado dibujándolos, si es que en el lienzo había pintura y no almas enterradas.

El mero hecho de pensar esto último me asustó tanto que empecé a correr por el pasillo, intentando evitar la sombra que me seguía, cerrando los ojos para no ver los cuadros. Pero cuanto más los cerraba, mejor se aparecían ante mí para sonreírme como si quisieran devorarme, como si lo fueran a hacer realmente.

Pegué un brinco y caí de bruces contra el suelo. Miré los cuadros. Estaban calmados. Suspiré, aliviada. Y en ese momento de distracción, al volver mi mirada a ellos, pude ver a la gente saliendo. Depredadores buscando a su presa. Monstruos anhelando devorarme. Los cuadros cobraban vida.

Parpadeé, incrédula. ¿De dónde venía la poca luz que había? Era como azulada, como… una luz infernal. Cerré los ojos más fuerte, y al abrirlos no había nadie. Me tumbé bocarriba en el suelo y pude ver algo correteando por el techo. Mi alma se encogió. Estaba resultando la peor pesadilla del mundo. Porque, además de verlo y palparlo todo como si fuera real, sentía corrientes de aire provocándome escalofríos de terror. Volví a saltar, y un rayo iluminó todo a mi alrededor. Enfrente de mí había una puerta. La única del lugar. Al irse la iluminación del rayo extendí mi mano para agarrar el pomo, pero…

No había nada.

Desapareció. Mi mano tocó la pared. El sueño se mostraba ante mí con ondulaciones perturbadoras. Peor que una droga psicodélica. Aquello era un infierno personal.

Desorientada, miré hacia un lado y hacia otro, sin dejar de apoyarme en la pared. Otro rayo iluminó el pasillo, mostrando la puerta. Sin embargo no me dio tiempo a ir a abrirla. Simple y llanamente me hundí en ella. Como si pudiera traspasar las cosas. Como si yo estuviera muerta…

Caí por un haz de luz que me llevó hasta más tinieblas, hasta más muerte, con la diferencia de que ahora no había absolutamente nada. Parpadeé un par de veces, pero nada enfrente de mí. Miré a un lado, miré hacia otro, y mis ojos no detectaron absolutamente nada. Vacíos, partículas flotando que no era más que la sangre acumulándose en mis ojos esforzándose por hallar algo. ¡Sólo un pequeño resquicio de vida, de materia! ¿Había muerto? ¿Era la nada? ¿Era la muerte? ¿Así era? Escalofríos me recorrieron. No, no podía estar muerta. Si no, no podría pensar. No podría sentir.

Poco a poco de vuelta la luz azulada iluminó mi camino. Me levanté con sumo cuidado y medí mis pasos, intentando ponerme de pie cuando lo único que era capaz de hacer era arrastrarme. Arrastrarme por un pasillo más diabólico, de donde colgaban ganchos, y pinchos sobresalían de las paredes. En el suelo un manchón de sangre que parecía ser de hace siglos y que, paradójicamente, seguía estando húmeda. Me arrastré como pude, intentando evitar los pinchos. Pero la sangre no era viscosa. El suelo no estaba frío. Yo… Yo estaba… Yo…

¿Estaba?

Me puse en pie. Me concentré en flotar, y lo logré. Mi cuerpo se echó hacia adelante, traspasando los ganchos y llegando hasta la habitación que se situaba al fondo. Ésta era luminosa, blanquecina, fluorescente. Parpadeaba. Y de pronto estalló la bombilla que la alumbraba. Oscuridad, de nuevo. Pero la luz azulada se filtró a través de… ¿las paredes? Y reflejaron una sombra. La mía. Que poco a poco fue separándose de mí, adquiriendo forma propia. Como la que había estado en la habitación acechándome al estar paralizada. Me inspeccionó de arriba abajo. Era como un hombre alargado cuyas extremidades parecían querer separarse de él. Respiró en mi cuello, para seguir caminando y tomar la forma de una mujer, pequeña y regordeta, enfrente de mí, para luego ampliarse y parecer un demonio. Todo siendo una sombra. Y, finalmente, adquirió forma de un hombre apuesto, con nariz alargada, ojos azules, barba, de tez blanca y pelo rizoso negro. Me miró deslizando su mano por mi melena y aclaró su melodiosa voz.

–Puedo tomar la forma que quieras. –me dijo la sombra. –Sólo tienes que desearlo…

Acercó su nariz a mi cuello y lo olfateó. Yo estaba aterrada, sin saber si era real o un sueño. Si iba drogada, o si estaba enferma y delirando. La miré jadeando. ¿Cómo era posible, si pensaba que estaba muerta? Paralizada, no sabía qué hacer. No sabía cómo actuar. No sabía qué pedir…

Esbozó una amplia sonrisa y, clavando sus ojos en los míos, me dijo:

–Estaré muy pronto a tu lado, mi niña pequeña. Te cuidaré y te daré todo lo que quieras.

–¿A cambio de qué? –dije de carrera sin tomar aire, sin pensarlo. Sonrió aún más. Me olfateó y dijo:

–De tu cuerpo. De tu… –miró hacia mi vagina, acercó su rostro a ella y la olfateó. –De ti… –sonrió aún más, si es que podía. Y entonces, en sus dientes perfectamente alineados se formaron colmillos afilados y desordenados. Era la sonrisa de un monstruo. Sus ojos se tiñeron de rojo y su cuerpo aumentó de tamaño, volviendo a ser oscuridad, volviendo a ser la sombra que era. Se mostraba ante mí amenazante, devoradora. Era tan grande que parecía que en cualquier momento fuera a consumirme. Y así lo hizo, cuando un sobrecogimiento y una sensación de desvanecimiento me despertaron y me arrojaron fuera de la cama, estrellándome contra el suelo. Tuve tal tremendo impacto que desperté a Lubi, quien dio la luz y me vio tirada. Se acercó preguntándome qué había sucedido. Y cuando abrí la boca para contarle que había tenido una pesadilla recordé algo. Algo del sueño. Algo justo en el momento antes a despertarme. La sombra… La sombra se llevaba un dedo a la boca, pidiéndome silencio. No sé por qué me tomé aquel sueño como algo más. A pesar de estar temblando y entera sudada le dije:

–Ni idea. Algún mal sueño. Me he movido tanto que me he caído. Eran… zombis. De tu jardín salían cientos de ellos y nos tenían rodeadas. Dios, vaya tonterías, ¿no?

Ella se rio. Su carcajada fue más estruendosa que mi caída. Me miró con los ojos brillando y me dijo:

–Normal. Dejamos la televisión encendida con The Walking Dead puesto, como pa no soñar con zombies.

Me obligué a sonreír y reí ligeramente. Como una corderita intentando dar pena a sus captores. Ella se dio cuenta de que yo no tenía cuerpo para sonrisas, conque apagó del todo la tele y la luz. Nos echamos en la misma cama y me abrazó para trasmitirme tranquilidad. Y, conciliando el sueño, la tele se encendió, apareciendo una sombra en ella con una sonrisa cuyas comisuras ocupaban las esquinas superiores y sus ojos amplios e inyectados en odio. Y, cuando mi corazón se aceleró y yo cogía aire para exhalar un grito, caí dormida, presa de la hipnosis. Presa del cazador que estaba a apenas unos metros acechándome. Presa… de un monstruo…

 

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