–Hm… –dijo Lubi perezosa, revolviéndose. –¿Por qué llueve tanto?

–Porque estamos mejor aquí las dos.

–Sí… –se levantó y cogió una caja de cigarros de un cajón. Se tumbó en la alfombra y encendió un pequeño reproductor de música a la vez que aquella droga en sus labios, dándole una profunda calada. La música era suave, relajada, lenta. Me extendió el cigarro y se lo cogí. Se estaba bien así. Las dos desnudas tiradas mirando el techo escuchando música y dejando pasar el tiempo, con un calor más que agradable mientras afuera caía una lluvia atroz. La condensación empañaba las ventanas. Entonces ella se levantó y bailó al ritmo de la música, cogiendo una botella de ron y empezando a darle tragos largos. Me la ofreció.

–Estás loca. Estamos locas.

–No, cariño. Los locos ven cosas que nosotros no podemos ver. Nosotras sólo respiramos.

Sonreí y bailé con ella hasta que nuestros cuerpos se juntaron y bailaron pegados. Mi cabeza descansó en la suya. Me abrazó con necesidad. Y, en aquel instante, pareció formarse la sombra enfrente de mí, mirándome con superioridad, adoptando la forma de un hombre con abrigo y la cara pintada. Era el dibujo de una calavera. De la Santa Muerte.

Un suspiro enfrió mi cuerpo. Lubi lo notó. Fue cuando me dijo:

–Lo has visto, ¿verdad? Al fantasma que atormenta esta casa.

–¿Qué?

–Hice un pacto con él para tener la casa, y ahora soy su esclava.

–Q… C… –no encontraba la palabra apropiada que decirle.

–Por eso estoy viviendo la vida lo mejor que puedo estos días, porque creo que son mis últimos.

–No, ¡no! ¿Por qué? ¿Qué es lo que…?

–A ti. Te ha encontrado a ti, y ahora te querrá a ti. Pero está bien. Está bien, sí. Debes hacerlo. Debes aceptar.

–¿Por qué?

–Porque conocerás placeres que nunca jamás habrías conocido. ¿Recuerdas la fiesta?

–Q… ¿qué pasa con la fiesta?

–Era él. No vino nadie, sólo los dos chavales. El resto era el fantasma dividido.

–¿Es un fantasma?

–O un demonio, no lo sé.

–¿Cómo lo conociste?

–Me llamó él a lo lejos. Me llamó a lo lejos… Sé que puede dividirse y tomar la forma que quiere. Sé que puede estar en cualquier lugar a la vez. Sé que puede derretirme con su mirada si quisiera. Ya habéis follado, ¿a que sí?

Agaché la mirada.

–No te avergüences. Es prácticamente una violación. A pesar de que no quieras, tiene un algo que te lanza hacia él. Una atracción fatal.

–¿Qué es esa atracción?

–Un embrujo. Es su… no sé. Es algo suyo.

–Así que prácticamente me entregué porque él quiso. Al principio no sabía si era una pesadilla o real. Yo…

–No te culpo. Me pasó lo mismo. Creía estar volviéndome loca. Lo peor fue convencer a mis padres de que había ganado una lotería. No sé ni cómo lo hice.

–¿No decías…?

–He dicho tantas cosas… Herencia familiar, inversiones, loterías… Al final resulta ser herencia familiar, pero de la sombra. Los cuadros son familiares suyos. No sé qué historia se esconde detrás de ella, y a veces prefiero no saberla.

–¿Y si fuera relevante para…?

–¿Para?

–Para derrotarla. Si te tiene presa, si te…

–Jajaja, no, qué va. Puede que no resistas su primera follada, pero puedes optar por irte y dejarlo atrás, por rechazarlo. Sin embargo te echa tal polvazo y te ofrece este casoplón, protección y pila pasta, tú me dirás.

–¿A cambio de ser presa de él?

–Lo sé. Yo no estaba hecha para ello. Pero sé que tú sí. Acéptalo cuando te lo ofrezca.

–¿Y tú?

Se encogió de hombros.

–Sabe Dios. –sonrió. –Pasémoslo bien hasta entonces, ¿qué te parece?

Asentí con miedo por ella. Pero me rodeó con sus brazos, besó mis labios y meneó la cadera. Y empecé a volar. Cerré los ojos y bailé a su ritmo. Bailé mientras yo agarraba su cintura y correspondía su beso. Nos juntamos, abrazándonos más, bailando aquel ritmo oscuro. Aquel ritmo de una canción vieja que perduraba a través de las décadas en las canciones de los seres más singulares de la creación.

Bailamos meneando la cabeza, meneando la cadera. Ella se separó y bailó más a su rollo, a su ritmo. Yo me quedé en mi sitio y llevé mis manos a la cabeza, removiendo mi pelo y contoneándome sensualmente. Cerré de nuevo los ojos, dejándome llevar por la música. Se aproximó hasta mí y lamió mi pecho, sorprendiéndome. Su lengua recorrió el centro hasta mi cuello, al cual mordió, manoseando mis senos. Y se separó, dejándome excitada mirándola con cara de gata. Apretó sus labios con sus dientes y me llamó con su dedo índice. Me acerqué paso a paso hasta ella y caímos al suelo al tiempo que la canción acababa, teniendo más, y más, y… más.

Siguiente