La parálisis del sueño es ese estado en el que empiezas a dormir o a despertar y en el que te ves incapaz de moverte, estando a merced de tu imaginación y de tus sueños.

Sin saber la razón por la cual me ocurre, a lo largo de mi vida ha sucedido un montón de veces. Al principio no tenía ni idea de lo que sucedía. Lo confundía con un sueño lúcido demasiado real. Pero cuando descubrí que era un fenómeno que podría denominarse común dejé de asustarme.

Creo que todo empezó cuando era un niño pequeño. Me recuerdo a mí en la cama de mis padres, oyendo sus voces, abriendo las puertas, yendo y viniendo por la casa para que al final, al despertar, ver que no había nadie. Y lo peor es que al preguntarles me decían que no habían estado en casa. Siendo niño uno piensa que el sueño era muy real o que eran fantasmas jugando contigo.

Al ocurrirme esta clase de parálisis veo mi alrededor. Veo el cuarto en el que estoy y tengo alucinaciones. Figuras apareciendo, objetos moviéndose, colores cambiando, formas retorciéndose…

Cuando más me ocurre es al echarme siestas. Ésas en las que no quiero quedarme dormido más de media hora y por eso estoy alerta constantemente, esperando no dormirme para al final caer en el abrazo de Morfeo irremediablemente.

Otra que recuerdo mucho es dormirme en mi cuarto y escuchar dos voces hablando en el marco de la puerta, la cual crujía, diciendo: “No lo mates, es sólo un niño”. El espanto que sentí fue tan atroz que pensé que estaban robando en casa y querían asesinarme para no dejar testigos.

Y así un montón de ellas. Voces de gente, normalmente querida, hablando por casa, yendo y viniendo, diciendo cosas que escapan a mi entendimiento. A veces las he llegado a confundir con profecías, ya que muchas de esas frases que sonaban en mi cabeza al poco las llegaba a oír, pensando que quizás sí que les había escuchado hablar y no era un sueño y esas personas estaban repitiéndose. Algo que hoy en día dudo.

Creo que mi mente es caótica y confusa. Yo me entiendo y sé cómo soy, pero a la hora de sumergirme en los sueños estoy a merced de mis más profundos secretos y las esquinas más oscuras de mi psique. Creo que éstos se acaban entremezclando con la realidad en esas parálisis.

Todo esto sumado a que creo que duermo con los ojos abiertos. Al menos ya me han visto dormir así. Por esa razón creo que mis sueños se amoldan a la habitación donde duermo, teniendo la misma estructura que ella, y a veces se aparecen borrosos ante mí, dado que padezco miopía.

De esta forma mis pesadillas literalmente toman forma en la vida real. Porque a la vez que tengo pesadillas, mis ojos se abren para recibirlas.

Quitando las macabras reflexiones, la parálisis del sueño se asimila mucho a estar drogado, con la inconveniencia de que sería lo denominado “mal viaje”. Porque hasta ahora, siempre que he sufrido esta parálisis ha sido para emparanoiarme y asustarme. Lo bueno es que desde que supe lo que era he podido luchar contra ella. Recomiendan relajarse, esperando a que se desvanezca sola. Lo que hago yo es luchar contra ella y así me voy despertando. Como que por medio de mi voluntad obligo a mi cuerpo moverse y a mis ojos abrirse.

Lo malo es que en ocasiones tras lograrlo vuelvo a quedarme dormido y a sufrir la misma parálisis.

La razón por la cual creo que esto sucede es que me siento constantemente atacado y estoy en un estado de alerta del cual pocas veces me he relajado. Quizás estando bebido o drogado, al estar mi cuerpo en relajación, o al dormir en lugares en los que sabía que no había nada que temer ni nada por lo que agobiarse al día siguiente.

La mayor alucinación que tuve soñando se dio de pequeño. No era respecto a la parálisis, pero me resultó tan extraña que llegué a asustar a mis padres.

Resulta que estaba dando vueltas en la cama cuando me giré hacia una silla que está en mi cuarto, justo al borde de la cama en la parte de la almohada, y allí había un ser. Estaba sentado en la silla con el respaldo apoyado en su pecho, con su rostro mirando hacia mi dirección. Sus ojos estaban cosidos, así como su boca. Su ropa era blanca y sucia. Su piel era pálida. Su pelo negro alborotado. Y, lejos de asustarme, sentí paz, pues de su boca cosida pudo pronunciar las palabras:

“No te asustes, mi niño, pues yo te protejo”.

Y entonces yo me giré en la cama, dándole la espalda, quedando dormido otra vez.

Sigo pensando que fue un sueño debido a alguna película que vi. Su estilo era parecido a Robert Smith, el cantante de The Cure, o Eduardo Manostijeras, el cual fue basado en aquel cantante.

No sé por qué tenía esa forma, o me dijo aquellas palabras. Sólo recuerdo mi cuarto a oscuras y a aquel ser diciendo que velaría por mí.

¿Serías real? ¿Debería relajarme al dormir, pues sigues velando por mí…?

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