Es como un veneno que progresivamente va consumiéndote, apagándote, mermando la fuerzas que tienes por vivir, por esforzarte, por ser feliz. Es como morir en vida. Te amparas en la oscuridad, porque te sientes parte de ella. Te refugias en la soledad, porque cuando te rodean personas sientes que no te comprenden o que vas a hacerles daño con tu forma de ser.

Es un morir respirando.

Al principio, pensaba que la depresión era un cuento que se inventaba la gente. O que algunas personas eran excesivamente débiles y no sabían manejar sus emociones, viéndose superadas por ellas. Quizá fue porque atravesé pequeñas rachas de depresión que yo mismo supe atravesar y superar. Pero probablemente era el vaivén de las emociones de un adolescente.

Tuve una etapa en la que fui muy feliz, quizá era cosa del amor. Un efecto que te otorga euforia y aumenta tu autoestima. Pero no dura para siempre. Esa pasión y emoción del principio fue pasando con el tiempo, quedando el cariño y un amor más puro y real. Aun así, la realidad, de nuevo, volvió a sacudirme en el rostro.

No sé en qué momento comenzó de verdad la depresión. Siempre he sido una persona reflexiva, filosófica, intentando buscar el significado del mundo, intentando comprender lo que nadie ha conseguido. Y yo no era más listo que nadie, no podía encontrar esa verdad. Entonces, decidí que la verdad no existía, que todo es una gran mentira y que cada uno cree lo que quiere.

Podemos creer en la misma religión, pero cada uno la procesa a su manera. La vive, cree en ella, piensa de una forma distinta al resto. Habrá cosas de su religión que se crea literal y otras metafóricamente. La vida no deja de ser una religión… Cada uno cree en ella a su manera.

Hay tantas formas de verla. Como si fuera una simulación, como si fuera una experiencia, como si fuera un tránsito, como si fuera una cuestión de azar, como si fuera simple y llanamente un sueño.

¿Mi forma de verla? Creo que realmente nada es verdad, sólo el significado que yo quiera darle. Que todos acabamos igual, reyes o mendigos, asesinos o virtuosos. Que lo que ahora me hace reír, mañana me hará llorar. Que el tiempo y la muerte se lo llevan todo, y no dejan nada a su paso.

La vida es un simple suspiro. Ahora estás en buena compañía, con tus amigos, pero de inmediato estás solo, sin ellos. Ahora te acompaña tu mascota, que tan feliz te hace, pero en un instante ya no está ahí, contigo.

Y la vida se basa en solamente recuerdos, pues nada es constante. Ni la felicidad ni la tristeza se mantienen. Por mucho que nos esforcemos en ser siempre felices o estar bien, no lo conseguiremos. Hay muchísima maldad y sufrimiento en este mundo. Para poder alimentarnos, tenemos que segar la vida de otro ser vivo. Y eso está en la naturaleza, no en la conciencia del humano. Podemos ver cómo un león atrapa a una gacela y la devora viva, causándole sufrimiento físico, impidiéndole vivir la vida. Una vida que seguramente no eligió. Y se apaga ante sus ojos porque el león solamente necesitaba llenar su estómago.

Eso es la naturaleza, el orden, el ciclo de vida. Cómo se enorgullecía Mufasa al contárselo a su hijo, Simba, y éste a su vez a su hija, Kiara. Claro, es sencillo contarlo cuando estás por encima de la cadena alimenticia. Pero siendo gacela, ¿cómo le explicas a tu hijo que nació para un día correr menos que el resto y ser atrapado por un depredador, muriendo en lenta agonía, y todo por el ciclo de vida?

Están aconteciendo un montón de bestialidades en este momento en que yo únicamente escribo estas palabras, ajeno a esas situaciones. Personas secuestradas, violadas, torturadas, asesinadas… Quién sabe el motivo, pero eso no causa menos espanto.

¿Qué ser divino o justo permite tales atrocidades? ¿Dónde esta la balanza de la vida? ¿Dónde nace el bien y muere el mal?

En ningún lado. La vida es relativa y azarosa. Circunstancias, en la mayoría de las ocasiones, ajenas a nosotros. Por muy mago que seas o por mucha voluntad que intentes poner para que el universo gire en torno a ti, el caos siempre está presente intentando devorarte y aprovechándose de un pequeño hueco que dejes para explotar esa debilidad.

Al final, todo lo que queda en el interior es un enorme hueco, un vacío incapaz de ser llenado porque te das cuenta de que todo transcurre sin que tú puedas hacer nada, solamente aceptarlo.

Aceptar una vida que no elegiste, en un aspecto, nombre, lugar y familia que no elegiste. Y yo, la verdad, que estoy muy agradecido por tener lo que tengo, pero la realidad es que no lo elegimos. O quizá sí, antes de ser arrojados a este mundo. Un mundo gris, yermo y solitario.

Sólo nosotros, en nuestro interior, sabemos cómo darle color. Sabemos cómo hacer para que este mundo sea una obra de arte, aunque no lo comprendamos. Pero no entenderlo no significa no poder maravillarnos ante ello.

La pregunta es, si el tiempo y la muerte todo se lo llevan, incluyendo mi propia personalidad y forma de ser, ¿qué pinto yo en todo esto?