Se llamaba Peter Kuerten, y si no hubiera sido por sus atroces crímenes, todo aquel que lo conocía, hubiera dicho que eras una buena persona y de lo más normal. Este hombre asesinaba, estrangulaba, violaba, apuñalaba y degollaba a sus víctimas para luego beberse su sangre y cubrirse el rostro y las manos con la sangre de estas.

Tanto asesinato, atrajo la atención de los policías, que ya llevaban a cabo una investigación minuciosa de cada detalle de las víctimas. Algunos de los crímenes que el cometió y que los policías investigaron fue el asesinato de una niña a la que apuñalo trece veces y la dejo muerta junto a una valla. El de una mujer a la que asesino asestándole veinticuatro puñaladas, algunas en la cabeza y lo que nadie entiende es que milagrosamente sobrevivió, aunque fue incapaz de describir a su agresor.

En el verano de 1929, la policía dio con dos nuevos cadáveres, las dos habían sido estranguladas y degolladas. Pero con el tiempo sus ataques hacia las víctimas fueron a mas, empezó a golpearlas con un martillo y así matarlas a golpes. Si alguna conseguía escapar, aun así, siempre con alguna cuchillada en su cuerpo. Hubo una vez que mato aun niño y al ver que la policía no decía nada sobre ello, les mando una carta dándole las coordenadas de donde estaba el cadáver.

Detuvieron a un hombre, el cual creían que era el culpable, pero tuvieron que soltarlo, ya que mientras estaba en prisión siguieron cometiéndose los asesinatos.

Se sentía tan poderoso que llego un punto en el que informaba del asesinato antes de cometerlo, es el caso de una sirvienta la cual su desaparición no fue denunciada. La apuñalo veinticuatro veces y a dejo casi sin sangre.

La policía no conseguía dar con el asesino, pero una mujer fue quien les conto quien era. Esta fue la mujer de Kurten, ya que el un día le confeso todo, le conto sobre las veintinueve personas a las que había torturado y matado y que se arrepentía mucho de habérselo ocultado tanto tiempo, y que se lo confesaba todo movido por la necesidad de demostrarle su amor hacia ella. La mujer quedo horrorizada y asqueada, que a la mañana siguiente fue a comisaria a contarlo todo. Cuando fueron a detenerlo lo que encontraron fue un hombre vestido de manera impoluta, con aspecto de ciudadano respetable, con gafas y de voz clara. Alguien de quien, para nada, nadie podría haber sospechado. Tal fue que las personas que le conocían no eran capaces de creer que fuera el monstruo que buscaban. Pero Kurten nunca se declaró inocente, sino que relato con todo detalle cada uno de sus crímenes, de tal manera que ni los periodistas fueron capaces de describirlas. Uno de los detalles que dio fue que, una de las veces sintió tal sed de sangre que fue a un parque, cogió un cisne le arranco la cabeza y se bebió su sangre. Conto que sintió un enorme placer al sentir como la sangre le corría directamente por la boca.

En el juicio decidió escribirles a los padres de las víctimas, justificándose de sus actos diciendo que el necesitaba la sangre tanto como otros necesitan el alcohol.

Los médicos que examinaron y le estudiaron, dijeron que lo que este hombre padecía era una enfermedad llamada Hematodipsia. Dicha enfermedad provocaba que el individuo necesitara la sangre para cubrir sus necesidades sexuales. Se habló sobre ello de manera muy detallada en los periódicos.

El 2 de julio de 1931 fue ejecutado en la guillotina de la prisión de Klingelpirtz de Colina. Pero antes de morir sus últimas palabras fueron:

 “Dígame, cuando me hayan decapitado ¿podré oír siquiera un momento el ruido de mi propia sangre saliendo del cuello?”

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