Habitan en cuevas escondidas en Cantabria, donde aguardan al día del solsticio de verano para ejecutar sus maldades en la noche de San Juan en la Montaña.

Los caballucos se cuentan por siete, cada uno de un color distinto, naranja, amarillo, azul, verde, rojo, blanco y negro. La forma de todos ellos es la de una libélula grande de alas largas y transparentes, con las cuales vuelan rápidamente en las noches de San Juan. Sus jinetes son demonios, volando todos juntos. Sus ojos son de un rojo intenso, su soplido es como el de un vendaval, atroz y helado que provoca la caída de las hojas de los árboles. También son capaces de escupir fuego por la boca, dejando a su paso un olor podrido a azufre. Además, donde posan las patas, dejan una huella imborrable incluso sobre la roca.

Leyendas y creencias: Se cuenta que estos caballeros en lugar de venir del infierno, una vez fueron hombres que fueron condenados por sus pecados, perdiendo el alma y cabalgando Cantabria por toda la eternidad, una vez al año. Cada color los caracteriza:

  • El rojo: Es el líder, siendo también el más grande y fuerte. Se sitúa en el centro, guiando al resto. Se cree que era un hombre que prestaba dinero a los labradores y después se encargaba de embargárselas tras impedirles con maquinaciones que ellos pudieran pagarle.
  • El blanco: Se trataba de un molinero que robaba los sacos del molino de su señor.
  • El negro: Es un ermitaño anciano y huraño que estafaba a la gente.
  • El amarillo: Se trata de un juez corrupto.
  • El azul: Era un tabernero.
  • El verde: Fue un señor que poseía multitud de tierras. Deshonró y se aprovechó de muchas chicas jóvenes.
  • El naranja: Se trató de un hijo que maltrataba a sus padres.

Tras la noche de San Juan, por la mañana la gente se echaba al bosque buscando alguna flor de agua o trébol de cuatro hojas, pues los Caballucos destruían todos los que hallaban por la noche. De esta forma, quien encontrase la flor de agua obtendría felicidad y amor, y quien encontrase el trébol recibiría cuatro bendiciones, una por cada pétalo, las cuales son las siguientes:

  • Vivirá por 100 años.
  • No sufrirá ningún dolor durante su vida.
  • No pasará hambre.
  • Resistirá con serenidad cualquier contrariedad.

Para protegerse de los jinetes y sus monturas, las cuales disfrutaban masacrando humanos con los cascos de sus patas, la gente dibujaba siete cruces en el aire antes de que pudieran llegar a acercarse, lo cual no siempre les daba tiempo debido a su alta velocidad. También la gente llevaba una rama de verbena o yerbuca de San Juan, la cual, según se dice, espanta la maldad. Tal hierba debía ser recogida durante la noche de San Juan del año anterior.

Se contaba que los caballos, tras toda la noche de fechorías, agotados y rabiosos se detienen, cayéndoles de sus bocas saliva que cuando se enfría se convierte en oro, codiciadas por hombres avariciosos. Se decía que quien las encontrase condenaría su vida al infierno, a lo que muchos hicieron oídos sordos y las buscaron al amanecer, escondiéndose de los mozos y mozas que cantan por la zona:

«A quín coja la yerbuca la mañana de San Juan, no li dañarán culebras ni Caballucos del mal.»