El Roblón se trata de un ser incluso más grande que el propio Ojáncano. Su origen se remonta al de un viejo roble con un hueco grande en su tronco. En una tarde de una espantosa tormenta, una hermosa mujer se refugió en este hueco. Estaba entera calada por la lluvia. Tiritando, se apoyó en las paredes de dentro del roble. Con su frío cuerpo y su cálido aliento, sintió cómo la savia del roble rodeaba su cuerpo en lo que parecía ser un abrazo. La savia, entonces, absorbió la vitalidad de la mujer, quien falleció para alimentar a esta savia, la cual hizo crecer al árbol de tal manera que sus raíces absorbieron a otros árboles alrededor, a los cuales dejó secos y marchitos.

Entonces, adquirió un aspecto humanoide, de largo cabello hecho de una hierba seca, el cual caía desde las ramas más altas. Se convirtió en una especie de híbrido, pues sus rasgos poseían cualidades de distintos tipos de árboles. Su frente la tomaba de un árbol de haya. Su nariz, simulaba ser la rama de una encina. Su barba, era como un bosque de matas de brezo. Por debajo de su cabeza, sobresalían dos troncos de abedul formando así sus brazos, siendo sus dedos un montón de ramas. Sus piernas eran fresnos. Sus ojos, por otra parte, eran los de la chica. Estaban quemados por la agonía que sintió, rodeados por espino que parecía estar quemándose sin fin, simulando ser dos lunas cuando caía la noche.

Leyendas y creencias: Después de varios años consumiendo todo a su alrededor, sintió que no podía seguir desarrollándose, por lo que debía desplazarse. Por ello, balanceándose de un lado a otro consiguió tirar de las raíces y liberar a una de sus mitades, la cual utilizó para apoyarse como si tuviera un pie y liberar a la otra mitad, pudiendo salir. Tras esto, el Roblón caminó, convirtiendo sus pasos en pequeñas sacudidas por el bosque. Su aliento estremecía las ramas de otros árboles, y su sombra era como la de una nube. Arrasaba con todo lo que había en medio: casas, cabañas, paredes y, sobre todo, fuentes, de las cuales se alimentaba con sus raíces para seguir vivo.

Se dice que está muerto. La historia cuenta sobre unos leñadores que apagaron sus ojos cuando un día estaba descansando sobre la tierra. Lo consiguieron desviando un torrente de agua. Tras dejarlo ciego, quemaron su cabello, convirtiéndose en una antorcha gigante que corrió de un lado para otro por los valles y montes sin ser capaz de defenderse. Después de ser consumido por las llamas, la parte de su cuerpo que quedó intacta se aprovechó como leña, la cual calentaba como ninguna otra.