Ser humanoide que representa la maldad en Cantabria. Su nombre provoca escalofríos pues viene acompañado de rabia y destrucción.

Se trata de un ogro gigante, de apariencia repulsiva y comportamiento atroz. Es un cíclope, cuyo único y gigantesco ojo reluce en la noche al rojo vivo, rodeado de verrugas. Su visión, aunque se trate de solamente un ojo, es muy aguda.

Es descrito como un gigante de un tamaño similar a los árboles y tan recio como los riscos. Tanto sus pies como sus manos disponen de diez dedos cada uno, los cuales terminan en unas garras atroces. Posee una cabeza enorme redonda, lleno de verrugas. Su nariz es tan deformada que los cuervos se posan en ellas cuando le cuentan lo que han visto en sus vuelos. Sus dientes son voraces, teniendo dos filas de distintos colores, y sus labios son peludos y gruesos. En su frente hay dos verrugas, una de color azulada y la otra rojiza, situándose entre ellas un punto verdoso. Su voz es grave como un trueno y terrible como un vendaval.

Todo su cuerpo está lleno de pelo rojo. Por la parte de delante está cubierto por una barba, de la cual aparece una cana larga. Lleva al cuello un collar púrpura. Con una mano sostiene una honda hecha con la piel de un lobo, la cual utiliza para lanzar piedras enormes, y en la otra sostiene un robusto bastón negro, el cual puede convertir a su antojo en tres animales: lobo, víbora o cuervo, pues son tres seres malvados aliados. Cuando llega el frío, para entrar en calor el Ojáncano se unta el cuerpo con grasa del corazón de un oso, un lobo o un tejón. Esto se conoce como «unto» en Cantabria.

Comen las bellotas u hojas de los acebos. Eso, cuando no encuentran comida, pues se suelen alimentar de las ovejas y vacas que se encuentran pastando cerca de donde ellos habitan, así como todo tipo de aves. También roban el pescado a los pescadores, y en ocasiones hurtan las panojas de maíz. Por otro lado, las setas y fresas son como veneno para ellos.

De forma femenina encontramos a la Ojáncana, la «novia del Ojáncano», quien es más déspota y malvada que su novio. Su apariencia es parecida a la del hombre, aunque es imberbe y sus ojos siempre tienen legañas. Su cara es achatada, y su cabello revuelto y sucio. De su boca salen dos colmillos del maxilar inferior, parecidos a los de un jabato. Su piel es escamosa y también llena de verrugas, de las cuales surgen pelos robustos. Su particularidad más destacada son sus pechos que caen hasta su cintura, los cuales tiene que colgarse de los hombros hacia la espalda cuando corre.

La Ojáncana disfruta cazando a niños que se han perdido por el bosque, de los cuales se alimentan. Absorbe su sangre como si fuera una bebida y después los mastica vorazmente. Cuando no encuentra niños, se alimenta de animales. No suele mostrar amor por nadie, ni siquiera por los Ojáncanos, quienes en ocasiones quedan ciegos de su único ojo y acaban siendo abandonados por sus parejas a su suerte.

Sus hogares son grutas o cuevas por la montaña, resguardados por gigantescas rocas.

Leyendas y creencias: Su fuerza es tal que no encuentran rival alguno para ella. Cuando llega la tarde, buscan toros con los que enfrentarse, llegando a estrangularlos sin mucho esfuerzo. Si no hallan toro alguno ni siquiera bajo su llamada, se enfurece de tal manera que empieza a destruirlo todo a su paso. También, se les atribuye la caída de los árboles cerca de los ríos después de un vendaval, pues cuando sopla el viento la barba se les enreda y pagan sus frustraciones con los árboles.

Les encanta torturar a los humanos. Cuando se aburren, ponen rocas en fuentes para cortar la fluidez del agua, destrozan los sembrados, violan a mujeres o dejan sin cuernos a las vacas. También se cuenta que el Ojáncano puede tomar la forma de un vagabundo, aprovechando su aspecto para colarse en los pueblos y asesinar el ganado por la noche, huyendo por la mañana para no ser desenmascarado. Los únicos seres que pueden detenerlos son los duendes o las Anjanas.

Los pastores le tienen tanto miedo como a un demonio y suelen entonar la siguiente rima para espantarlo:

«Ojalá te quedes ciegu, ojáncanu malnacíu, pa arrancarte el pelo blancu y te mueras maldecíu».

Si, por casualidad, el Ojáncano lo escucha, destruye sus rebaños. 

Se dice que la única manera para acabar con él es dejándolo ciego de su ojo y arrancándole la única cana que tiene en su barba.

Cuando un Ojáncano nace, lo hace a partir del cadáver de otro que está más viejo. Éste es asesinado por otros Ojáncanos, quienes extraen sus entrañas repartiéndosela entre ellos y entierran el resto bajo un roble. Después de nueve meses, del cadáver aparecen unos gusanos amarillentos, los cuales se alimentan de la sangre de los senos de las Ojáncanas durante tres años. Entonces, estos gusanos acaban convirtiéndose en un Ojáncano o una Ojáncana.