Volví a casa tras acabar el alquiler de la casa de mi hermano. Jenny me consoló aquellos días en los que me vi sin Eric para siempre, y posiblemente sin Onai. Su estancia con Sarai lo acercaría a ella y acabarían casándose. Nuestro plan se volvería en contra nuestra. Se casarían, no la amaría nunca y él acabaría siendo engañado. Debíamos pagar el karma causado. El testículo perdido de Johnny y la deshonra que había caído sobre Sarai. Pero lo impresionante llegó al mes y medio, cuando la lluvia había empezado a dejar de caer. El mundo empezaba a florecer. Junto a la primavera llegaban la alergia y los estornudos. No obstante yo estaba mejorando, siendo más positiva y alegre. Y fue cuando una buena tarde Onai me llamó. Ni una nube en el cielo. Parecía verano. Era abril, acabando.

O mayo.

Más o menos.

Bajé como una loca y me dijo:

—Ya se ha ido. Ya podemos amarnos.

Y, cuando lo vi tan accesible a mí, me abalancé sobre sus brazos para apretarlo con fuerza y darle tantos besos y caricias y frases de amor como mi alma pudo. Tantos halagos lo llegaron a abrumar. Reía, al mismo tiempo que yo. El tiempo mejoraba. Los dioses me sonreían desde el cielo. Habían nublado mi vida tanto como yo estaba nublada por dentro. Y ahora que las ideas se hallaban despejadas tras tantas tormentas y lluvias, e incluso nieve (¡al lado de mar!) por fin ya el sol sonreía desde el cielo otra vez. Me sentí bendecida.

—¿No pasó nada con Sarai, no? —le pregunté.

—No. Se ha ido con Johnny. Al sur. Piensan darse una oportunidad tras lo vivido. No se quieren, pero sé que se aprenderán a amar.

—¿De la misma forma que se supone que tú debiste amarla?

Su rostro pareció oscurecerse. Me arrepentí de decirle eso, cuando dibujó una sonrisa en su rostro y me dijo:

—No. Aunque no se acordasen, había atracción. Así como la del Chino y la de Jenny, aunque no estén juntos. Yo por Sarai sólo sentía amistad y cariño.

—Le jodimos la familia.

—Es mejor estar alejado de mi familia, le hice un favor. Otras familias gitanas están más unidas y las envidio por ello. La mía sí, se une, pero hay altos precios que pagar…

Nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos.

—¿Y ahora qué? —le pregunté.

—¿Nos alquilamos una caravana, recorremos el mundo, nos asentamos, estudias, crecemos, procreamos y educamos unos hijos gitanopayos maravillosos?

—Jajaja. La mera idea me horroriza. Pero la de recorrer el mundo no está nada mal.

—¿Viaje en verano a donde nos lleve el viento?

—¡Por supuesto! —le sonreí.

Y llegaron los días de oro. Me fui a vivir con él. A la casa de enfrente, ya veis. Jodí un par de veces a Javi entrando en su casa y haciéndole alguna putadita. Seguía con la música insistiendo. Pero desde el edificio de Onai apenas se apreciaba. Eran las paredes lo que más retumbaba. Y ahí fue cuando yo la cagué. Cuando Onai y yo la cagamos. No estábamos hechos para ser una pareja, sino para ser amantes.

Sucedió en mitad del verano. Tras haber visitado varias provincias españolas en una caravana que se compró. Volvimos a nuestra ciudad. Volvimos al mar. Volvimos al hogar eterno al que estábamos destinados a estar. Yo no sabía bien por qué era. En su mirada había determinación, al mismo tiempo que cansancio. No sé explicarlo bien. Fue la convivencia. Debajo de un cielo despejadísimo y un sol más dorado que nunca me dijo las palabras:

—Tenemos que dejarlo.

Sí. Lo resumo en un párrafo, pero fue cosa de días, de meses. Recordé el mismo momento en el que me alegré de que Sarai se hubiera ido. Pareció haber pasado nada. Pero me miró fijamente a los ojos con esa mirada mora y gitana que lo caracterizaba. Abrió sus gruesos labios y me dijo:

—Me he perdido. Yo estoy destinado a estar en ese banco tocando la guitarra y dando palmas. No puedo ser el hombre que quieres que sea.

—¿Qué?

—Cuando fuimos al supermercado y seleccionaste la ropa cara yo sabía que lo hacías porque pretendías que me pareciera a Eric. Querías una mezcla de ambos, me di cuenta. No puedo ser él, sólo yo mismo. Pero me encuentro con que escucho música que no es la mía, visto ropa con la que no estoy a gusto, me hago peinados sin gustarme, voy a sitios que no me apetece e incluso he cambiado mi forma de hablar. Yo… siento que me he perdido.

—¿Qué…? ¡En eso se basa una relación, Onai! ¡En eso se basa una puta relación! ¡En que uno le pegue al otro características y viceversa!

—No te veo escuchando flamenco o vistiendo como yo quiero, ni yendo a visitar los lugares que me apetecía.

—Yo… Pero podemos…

—No estoy preparado para estar en una relación. Te he querido desde que teníamos… ¿quince años? ¿Un poco más? No sé. Pero estando contigo me he dado cuenta de que no estoy preparado para estar contigo. Quizá con nadie. Debe de ser una maldición mía. Te amo, Yanira. Créeme que sí. Pero he llegado a la conclusión de que lo mejor es que nos separemos. Sólo… amigos.

Parpadeé innumerables veces incrédula ante lo que me estaba diciendo.

—No… —me negué. —Estos meses que he vivido contigo han sido de lo mejor que he tenido. He sido yo misma y más feliz que nunca. Más feliz incluso que con Eric…

—Ahí está el problema. Sigues pensando en él. Sigues comparándome con él, aunque digas que no.

—¡Es mentira! ¡Te lo menciono porque quiero que veas que tu amor no se compara al suyo! —le engañé, engañándome a mí misma. Pensaba que sí, que era así, que no los comparaba, pero en el fondo él tenía razón. No dejaba de compararlo con él. Y eso había quemado la relación en menos de lo que cantaba un gallo.

Extendió una mano suya para acariciar mi mejilla. Me secó una lágrima que estaba derramando sin percatarme de ellas. Estaba destrozadísima por dentro. Los había perdido a los dos. Había estado jugando con ambos. Lo primero que pensé fue en ir donde Eric y pedirle volver. Sí, así de idiota era. Y fue cuando sus palabras cobraron sentido. Estaba transformando lentamente a Onai en un Eric. Y fue cuando dejé de llorar y de quejarme. Había obtenido lo que me merecía. El desenlace final era que no acabaría con ninguno de los dos, a pesar de que fueron los hombres a los que más amé en mi vida. Me dio un abrazo profundo y tierno y me dijo:

—Cuando sepas perdonarme por esta decisión espero que podamos volver a ser amigos.

Y se separó de mí, alejándose hacia su casa, bajando al poco con una maleta y cogiendo la caravana. No sé a dónde se iba. Quería estar lejos de mí, al igual que yo lejos de él. Me abrumé tanto que pensé que mi pecho estallaría allí mismo. Vi a Jenny mirándome desde una esquina del barrio, junto a la gente de allí. Me negué a aceptarlo. Me negué a aceptar esa vida. Corrí hasta casa y lo primero que hice fue llamar a mi hermano:

—Llévame a Alemania contigo. Por favor, ¡llévame!

—Hola, hermanita. Lo cierto es que ha sido un fracaso. Bueno, no fracaso, pero tampoco el éxito esperado. Me vuelvo a España en cuatro meses.

—Por favor, llévame contigo…

—Estarías sola en un país desconocido sin nadie. Estoy demasiado ocupado últimamente.

—¡Me da igual! ¡Llévame, por favor…! ¡Llévame…!

Pareció reírse. Compré un billete de ida a Alemania con todavía la pasta que me sobraba de cuando hice el negocio con Eric y me fui a verlo. Estuve rodeada de extranjeros que hablaban una lengua que no sólo se me antojaba rara, sino que me fue casi imposible dominarla. Apenas aprendí a decir tres chorradas. La empresa era de informática. Parecía que no le iba bien del todo. Probaría suerte en España aquella vez. Lo malo es que no lo haría en la capital, o en cualquier otro lugar lejos de la ciudad, sino que volvíamos a la ciudad del mar. A la ciudad de la que estaba claro que no podía huir.

Así que antes de llegar invierno estaba en España de nuevo, tras pasar un verano sola encerrada y llorando cada cuatro o cinco horas. Ah, y sin haberme matriculado en mi carrera. La estaba tirando por la borda por culpa del amor. Y fue cuando decidí no conocer a nadie hasta centrar mi vida y hacer algo con ella. Y así hice…

Mi hermana cambió un montón. De un año para otro se volvió más rebelde. Su apariencia se asemejaba a lo oscuro, a lo gótico. Pasó de relacionarse con la gente y se encerró más en sí misma. Al menos evitaría embarazos adolescentes no deseados. Mi hermano consiguió que su empresa funcionase, aunque tuvo que sacrificar unas cuantas canas en el proceso. Se compró un chalet a las afueras. La empresa no fue su único secreto, sino los royalties de los libros que acabó publicando. Tenía tantas anécdotas que le pedí que escribiera una biografía. “Memorias de un hombre que nació junto al mar”. Sonaba bien. Pero le gustaba más inventar que recordar.

Me relacioné más con Jenny. Nos hicimos mejores amigas, como hacía años. Laura volvió. Dijo que estuvo con un hombre que la dejó embarazada. Sospechamos que en verdad el hijo era de mi hermano. Algún día le robaré un pelo para hacer una prueba de ADN. Sea o no, lo tratamos como a un sobrino. Era el niño querido del barrio. El padre desapareció. Al menos Laura pudo vivir con la pensión que le enviaba.

De Johnny y de Sarai no se supo nada. Imaginé que les iría bien, si es que no habían acabado asesinados. Y Onai… Onai volvió al año, cuando yo empecé los estudios. Fue horrible ver cómo yo me iba transformando en la chica de barrio que tantos años había intentado evitar ser.

Javi se tranquilizó. De hecho hubo un tiempo en que pensé que se había ido a vivir a otro lado. Pero no, ya no era tan tocacojones. Eso me ayudó a aceptar mi estancia allí. Pero lo que me mató fue cruzarme con Onai y apenas saludarnos. Tras todo lo que vivimos. Tras todo lo que compartimos. Nuestras miradas seguían relatándose amor. Nuestros cuerpos no. Al quedar yo más con el grupo del barrio tuve que rozar con él más a menudo. Estuvimos a punto de volver en una de ésas, pero lo mejor fue alejarse. Mi decisión. Quería acabar los estudios. Y así hice. Me gradué y empecé a trabajar de lo que quería. Cogí un local por allí cerca y pude cumplir parcialmente uno de mis sueños. Pero mi sueldo daba duramente para comprar un piso y conformarse con ello.

Al poco conocí al que sería el hombre de mi vida. Eso… es otra historia, quizás. No hay mucho que relatar de ella. Nos enamoramos, casamos y tuvimos hijos, a pesar de que las miradas entre Onai y yo seguían doliendo. Él también asentó la cabeza con una buena chica de allí. En el barrio acabamos siendo todos una familia. Y yo me resigné a ser una princesa de barrio. A ser una más. A trabajar por sacar a la familia adelante. A trabajar por hacer feliz a mi pareja, mientras él me hacía feliz a mí. A… luchar por sobrevivir, no por sacar algo mejor, sino por seguir respirando. Me… conformé.

De Eric tampoco supe nada. Lo más probable es que se fuera lejos a cumplir sus sueños. Unos sueños que una vez compartió conmigo. Unos sueños que yo perdí. Pero en cambio gané otras cosas.

Hace no mucho bajé al bar, a reunirme con ellos. Hay chavales nuevos de la edad en la que yo acabo de relatar con problemas parecidos. Son… problemas de barrio, ¿no? Problemas cotidianos de gente normal pero excepcional. Creí estar destinada a algo mejor. Lo que me enseñó la vida fue a apreciar lo que tenía y a aprovecharlo. Me enseñó a no ser tan exigente y ser más humilde. Me enseñó a ser feliz con lo que tenía en mis manos y no con lo que mi mente, con fantasías, ansiaba.

Lo cierto es que, a pesar de que me había dolido mucho, me sentí aliviada. Sí, cuando Onai también me dejó. Sentí que podía empezar de cero, renovarme. Dejar las mentiras e infidelidades a un lado. Mi relación con ambos me hizo madurar. Me hizo crecer. Me hizo enamorarme de mi actual esposo y tener dos hijos maravillosos. De los errores del pasado se aprendió. Y también de las experiencias. Sexuales y aventureras. Y, sobre todo, emocionales.

Y a Onai lo sigo viendo a día de hoy. Está bastante canoso, y un poquito más gordo, pero mantiene su encanto gitano. Por desgracia cada vez que lo miro pienso en lo que los dos perdimos. En lo que pudo ser y nunca fue. Y sé que cuando él me mira también piensa lo mismo. Y nos seguimos queriendo con muchísima ternura. Pero también veo todo lo que gané gracias a él y al amor que me dio y que yo misma perdí.

Al final no fue ni el príncipe ni la bestia quien quedó en mi corazón.

Al final fue un hombre honrado y responsable, a la vez que pasional, inteligente y con buenos genes, ya que mis hijos son adorables.

Al final yo acabé siendo una chica de barrio que visitaba todos los domingos a sus padres y los ayudaba en sus quehaceres mientras veía a su hermana estresándose con novios y estudiando y a su hermano triunfar con la empresa y sin echarse novia aún.

Vi a Jenny casándose con el Chino y a Laura encontrando a un hombre que los aceptó a ella y a su hijo.

Vi al resto de gente ganándose la vida lo mejor que pudo, como yo.

Y todos estos recuerdos y valores que aprendí me los trajo la lluvia.

Una lluvia que ahora se mostraba inclemente e imposible de calmar, pero que acabaría haciéndolo, saliendo el sol otra vez.

Una lluvia que me trajo recuerdos preciosos que siempre guardaré en mi corazón.

Una lluvia de la que cobijarse en familia para darse cariño y apoyo y aprender a ser felices en comunidad.

Una lluvia que me mostró lágrimas del pasado. Lágrimas que había olvidado. No, más bien reprimido. Porque ahora caen por mi rostro al igual que las gotas por la ventana.

Espero que mi experiencia le sirva a alguien, aunque un sabio me dijo una vez que no hay consejos para el amor y que todos tenemos derecho a equivocarnos. Aunque sea una vez. Aunque acaben siendo cientos de veces.

¿No…?