Estaba en mi casa, a las cuatro de la mañana, haciendo la maleta. Mi hermano me miraba desde el umbral de la puerta, apoyándose en el marco.
—No encuentro… No encuentro…
—¿El qué? —me preguntó.
—La caja con mis muñecos. La tenía debajo de la cama y ahora…
Tosí. Había levantado mucho polvo.
—¿Qué hacéis? —preguntó mi padre recién levantado al escuchar el ajetreo. Tenía los ojos entrecerrados. Vestía camisa blanca de tirantes y un calzoncillo con corazones dibujados. Me provocó una risa. Al menos me hizo reír tras la tormenta.
—¿Mi caja con muñecos?
—La tiré. ¿Pa qué los querías ya?
—¿Qué? Joder, papá, joder. Joder.
Me enfadé con él. Di un brinco, cogí lo primero que encontré y me largué de allí. Mi hermano se encogió de hombros y me siguió.
—Te lleeevo. —me dijo ya saliendo del portal.
—No, déjame en paz.
—No vas a ir así a ninguna parte.
—Sí.
—Ni siquiera has cogido algo de dinero.
—Andando.
—¿A estas horas un sábado? Tú lo flipas.
—Déjame.
Me agarró del hombro, cayéndoseme la mochila, y me propinó una bofetada que me hizo enfadarme con él. Su propósito era que yo no estuviera tan enfadada. En verdad logró irritarme y deprimirme más. Me di la vuelta y entonces me abrazó. Entre sus cálidos brazos fui calmándome progresivamente hasta entrar en razón. Subí al coche con él y puso rumbo hasta el bloque de pisos donde vivía Eric.
—Siento lo que viste. —me dijo.
—Al revés. Me ayudó a abrir los ojos. Ahora sé que no puedo confiar en nadie.
—Igual se pensó que lo vuestro era una relación abierta. No le culpes tanto ya que tú has estado haciendo lo mismo.
—Lo sé, lo sé. Pero… Vengo aquí para aclararme. —miré hacia el portal de Eric.
—¿Cómo?
Suspiré.
—No lo sé. Espero que él me dé la respuesta. Ayer creí que Onai me la dio. Parece ser que estaba confundida.
—Los malentendidos es mejor hablarlos antes de tomar decisiones precipitadas.
—Ya, bueno, pues esta loca se ha precipitado hacia el abismo. Gracias por traerme.
—No problem. Ya que vas a estar ocupada estos días iré yo a aclarar los temas de negocios. En una semana o así nos vemos de nuevo, ¿vale?
—No. Apenas te he visto un día. Quiero verte más.
—¿Quieres, o lo necesitas?
—Ambas.
Me sonrió.
—Entonces me lo plantearé. Tú ahora relájate, e intenta aclararte.
—Tendrás que ayudarme tú.
—Lo haré. Hasta luego, vida mía.
—Hasta luego…
Nos dimos un abrazo largo y tierno. Salí del coche y me despedí con él de la mano. Entonces subí hasta el rellano del piso de Eric y me senté a esperarlo. Como solía hacer, sí. A las dos horas llegó. Yo ya me había quedado dormida.
—Yanira, ¿estás bien? —me preguntó despertándome suave y delicadamente.
—¿Hm? ¿Eh? Sí, sí. —parpadeé.
—¿Has bebido?
—Un poco. Mi hermano volvió de viaje y hemos salido de fiesta. Y no podía esperar para verte.
—Vaya. ¿Y él?
—Él no sabía que hasta por la mañana no volverías.
—Si es que son las ocho. ¿Quieres echarte?
—Sí, un poquitito. —le dije aún con un sueño devastador.
—¿Y la maleta?
—Ah, es que estaba ansiosa por pasar unos días contigo. Ya que dijiste que eran unas pequeñas vacaciones… Jeje…
—Jaja, yo encantado, ¿qué quieres que te diga?
Abrió la puerta y metió la maleta primero. Después me cogió en brazos y me llevó hasta la cama, donde me quitó las botas y me arropó.
—Ale, con ropa y todo. Duerme bien.
—¿No estás cansado tú también?
—Sí, pero quería prepararte una sorpresa para esta tarde. En una hora me meteré contigo.
Tragué saliva y acomodé mis labios al mismo tiempo que acomodaba mi cuerpo entero a aquel divino colchón. Él caminó afuera, y no volví a saber nada hasta las cuatro de la tarde, despertándome a su lado. Bueno, miento. Justo a los cinco minutos de echarme dije:
—Mierda, el WhatsApp.
Y apagué el móvil. A ver si iba a ver algo que no debiera. Y entonces sí, me quedé sopa hasta las cuatro de la tarde.